El Maldà llega a uno de los momentos álgidos de esta temporada. Gran Fracaroli supone el retorno de la compañía Els Pirates Teatre al universo de Joan Brossa. Un viejo conocido y a la vez un horizonte en el que se fija la mirada para extraer y aprovechar todas las posibilidades mostrando gran habilidad en el desempaño de las distintas aptitudes.
Lo mejor que se puede decir de esta propuesta es que se sitúa por méritos propios en el terreno del ilusionismo contemporáneo. Han recuperado una pieza que, si mal no recuerdo, no se ha representado nunca (por lo menos en su totalidad) desde que se escribió en 1944. Brossa fue ambicioso y la creó pensando en las habilidades de Leopoldo Fregoli. La adaptación de Adrià Aubert ha sabido captar la dimensión poético-escénica de todo el conjunto y ha sintonizado la verdad desnuda del circo y el payaso con las connotaciones más ilusionantes y emocionantes del hoy ya considerado género escénico. También del teatro y de las múltiples facetas escénicas brossianas: los títeres, la interpretación musical, el ilusionismo, el fregolismo, el clown, la ventriloquia, la commedia dell’arte, las sombras chinescas, el striptease…
Aubert ha logrado mostrar la aleatoriedad y la libertad. Para elegir uno u otro formato y para traspasar y difuminar las fronteras entre ellos. Un delicado sentido para discernir la oportunidad que ofrece cada uno y en qué momento. También ha conseguido la adaptación a tiempos más cercanos sin perder ni la esencia ni el carácter brossiano. Su trabajo es muy generoso con los intérpretes y ha sabido trasladar a la perfección lo que podría ser un one man show (todo lo peculiar que se quiera) a un espectáculo coral en el que toda la compañía destaca y nos deslumbra. Haciendo y llegando a lo máximo con los mínimos elementos posibles y sin subterfugios ni artefactos escénicos. Frente a nosotros y muy cerca. Mágico. Un espectáculo caleidoscópico pero muy bien tramado, sin fracturas ni transiciones innecesarias.
La escenografía de Enric Romaní y los magníficos telones (y máscaras) de Júlia Rodón transforman el espacio tan característico de la sala. Capas y capas de tela que multidimensionan las posibilidades imaginativas de los espectadores creando un artefacto manufacturado y que desprende un amor y ternura hacia el oficio realmente emocionantes. Los cuadros de la sala nunca se habían integrado tan bien dentro de una propuesta escénica. El juego e interacción de los artistas es básico para el éxito del montaje y está muy bien tramado. Así la iluminación, también de Aubert, que favorece los cambios de registro y escena propiciando que lo mágico suceda ante nuestros ojos y dota del ritmo idóneo a todo el conjunto. Realmente, las transformaciones de la escenografía entroncan con nuestras emociones de un modo tan intrínseco como expresivo. En esta misma línea apunta el vestuario de Maria Albadalejo, muy adecuado a la sensibilidad y estética de cada uno de los formatos. De nuevo, magia.
El trabajo de los intérpretes es excelente. A ver dónde se encuentra una compañía de cinco artistas (más todos los que permanecen fuera de escena) que consiga este nivel de compenetración tan profundo a partir de la suma del talento individual. El tándem formado en algunos momentos por David Anguera y Bernat Cot es tan hilarante como adecuado al ritmo de las piezas. Jordi Font capta muy bien esa doble vertiente cómica y emotiva. Laura Pau nos atrapa con su mirada entre asombrada y perpleja de clown y nos cautiva con su prosodia. Y Lluna Pindado sorprende por la finura y acondicionamiento del trabajo corporal y, una vez más, por su rango vocal. Una compañía que alcanza aquí un entendimiento tal entre cada uno de los miembros y hacia el material representado que Gran Fracaroli bien podría convertirse en un espectáculo de repertorio.
Finalmente, Gran Fracaroli no sólo recupera un texto y a un autor al que nos hace muy felices ver en nuestra cartelera. Además, nos encontramos ante una puesta en escena y un trabajo de todos los implicados que traduce escénicamente tanto el significado (y significante) como el valor de Brossa y su obra. También en su carácter reivindicativo. Uno de les mejores manifiestos escénicos que podemos encontrar ahora mismo en la ciudad condal. En El Maldà.
Crítica realizada por Fernando Solla