Consentimiento, en el Teatro Valle-Inclán, pone sobre el tapete asuntos muy duros. Tratados en un texto irregular, de una duración excesiva, sustentado en una efectiva propuesta escénica y en unas interpretaciones entregadas que consiguen mantener el interés a pesar de las casi tres horas de función.
Nina Raine, autora británica, consiguió un sonado éxito con el estreno de este texto. Ahora, llega al Teatro Valle-Inclán de la mano del Centro Dramático Nacional, esta versión dirigida por Magüi Mira. Un elenco de primeras espadas, que se deja la piel en una historia que remueve sentimientos a base de consentimiento>. Parejas con relativo éxito, abogados, fiscales. Tratan sus casos con frialdad, se ríen de la suerte de sus pobres clientes, hasta en los casos más dolorosos. Hasta que la vida les devuelve con la misma moneda y ahí la ley, que se aplica fría en los otros casos, ya no puede aplicarse con la misma frialdad y falta de empatía. Ahí salta todo por los aires. Ahí se descubre el sentido de la palabra Consentimiento. ¿Qué es eso? ¿Es válido para violar un cuerpo, el de tu pareja? ¿Hace falta consentimiento para ello? Complejidad al servicio del espectador que contempla y que deberá decidir.
La sala dispuesta a tres bandas, con una escenografía fantástica de Curt Allen Wilmer. Los personajes en sus cajas, en sus espacios limitados. Apenas unas cajas que moverán ellos mismos y que servirán para distintos escenarios. Otro cantar son las transiciones entre escenas, con unas coreografías descolocantes e innecesarias, que provocan más de una sonrisa incomoda entre la platea.
Candela Peña lidera un reparto de nota. Consentimiento es una comedia dramática, y tiene Candela ese arte innato para pasar de la comedia al drama en un suspiro. Suyos son los momentos más hilarantes y los más desgarradores. El papel le viene que ni pintado, lo disfruta y se le nota. Difícil dejar de mirarla cuando está en escena, y eso es casi siempre. Arropada por María Morales, que demuestra una vez más ser una de las mejores actrices de teatro del momento. Jesús Noguero, magistral. Nieve de Medina compone un personaje duro en el primer acto, incomodando a la platea. Clara Sanchis, correcta en uno de los personajes con los que es más complicado empatizar. David Lorente y Pere Ponce sortean con éxito unos personajes llenos de contradicciones e inseguridades.
La función tiene potencia y ritmo, principalmente por las intensas interpretaciones. Lastrada por una duración excesiva, y un intermedio que nos saca por completo. Todo el desarrollo se podría contar en dos horas escasas, aligerando escenas y transiciones. Consiguiendo así el puñetazo en el estómago que el texto pretende. El largo primer acto no termina de alzar el vuelo requerido, y el segundo se precipita en una serie de inevitables acontecimientos. Condensar todo eso en un solo acto habría sido ideal.
Todo el discurso sobre la frialdad del sistema judicial, de la falta de empatía, de lo que es considerado consentimiento o no en el caso de una violación, sobre las consecuencias de fallos judiciales basados en la ley y no en el sentimiento. Todo eso que debería ser un revulsivo para el espectador queda demasiado lejano. Al final lo que queda es el espectáculo que se marca Candela Peña, con una interpretación memorable, y una sensación de que se han errado demasiados tiros en la propuesta.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau