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17.03.2018 Críticas  
Como disfrutar en la Beckett de un precioso retrato costumbrista

Este año, la Sala Beckett de Barcelona ha decidido impulsar el teatro contemporáneo de nuestro país vecino y bajo el nombre “D.O. Valencia” nos trae un ciclo que durará tres semanas donde se van a presentar un número de espectáculos que representan el trabajo de la ‘terreta’ a día de hoy.

Una de las invitadas es la compañía Hongaresa de Teatre, fundada en el 1995 por Lola López, Lluïsa Cunillé (quien ya es conocida por multitud de trabajos en la misma sala) y Paco Zarzoso, quien en esta ocasión le da autoría y dirige Ultramarins, el montaje que nos ocupa, una obra que ya fue estrenada en Barcelona en el 1999 y que al año siguiente ya cosechó el Premi Ciutat de Barcelona al mejor espectáculo teatral y el Premi Serra d’Or.

Ultramarins nos explica la historia de un padre y una hija que se ganan la vida presentando por diferentes pueblos una enigmática función relacionada con el mar (que es el principio de todo y probablemente su fin). En uno de esos pueblos, en la montaña, en el que su iglesia está situada a 1070 metros de altitud, donde se respira aire de verdad y donde la pensión tiene una excelente relación calidad-precio, conocerán a un vendedor y el encuentro les cambiara a los tres la vida.

No es Ultramarins una obra con una trama en la que pasen grandes cosas o que nos tenga misteriosamente en vilo. Es más bien un texto para disfrutar minuto a minuto; para sentarse a paladear mientras ves la vida en los pueblos pasar. La delicadeza en la construcción de sus personajes, la puesta en escena y los dulces diálogos, forman una preciosa pintura de mediados de Siglo XX que queda enmarcada con el bello sonido del ‘valencià’.

La escenografía recargada de objetos antiguos (no les llamemos vintage, que aquí queda bonito decir antiguos), entre ellos baúles, maletas y mobiliario de la época del dictador, tiene como elemento central la entrada a la carpa donde el padre y la hija realizan su función. Y escondido en un pequeño armario, un acordeón que el vendedor tocará de tanto en tanto y que junto al viejo tocadiscos, podríamos decir, son las alcayatas que sostienen este cuadro.

No haya duda que todo el equipo artístico y técnico detrás de Ultramarins tiene sobrada experiencia en teatro y lo ama. Tanto la iluminación como la escenografía y el vestuario, peluquería y maquillaje gozan de todo lujo de detalles y perfectamente nos emplazan a esa ordinaria pensión de ese pueblo perdido de los 50.

Y la selección del elenco no puede ser más acertada, donde un Pep Ricart, una Lola López y un Miguel Lázaro nos sitúan sin lugar a dudas en el espacio y el tiempo del texto y donde nos conmueven, nos hacen reír y sonreír y sobretodo y ante todo, gracias a ese estado de gracia que comulgan, nos hacen disfrutar de la experiencia de verlos sobre las tablas. Un preciosista trabajo el de Paco Zarzoso en la dirección.

Un regalo para el viernes noche, en pleno centro del Poblenou, que tristemente acaba función el domingo. Dejen sus teléfonos móviles por un día, cójanse la televisión en blanco y negro y pásense por la Beckett a disfrutar del buen teatro que la Hongaresa tiene que ofrecer.

Crítica realizada por Diana Limones

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