Manel Bonany firma un texto, dirigido por otro Manel, Dueso, en la sala Intemperie Teatro, en el que el espectador asiste a la autopsia de una mujer que nos relata, desde la mesa de exámen, cómo ha acabado allí, mientras se encuentra al acecho de un grupo de jóvenes que parece que no le van a dar respiro ni en la otra vida.
El cuerpo y la voz de esta mujer, lo pone Miriam Marcet, la cual se nos presenta cubierta por un notable vestuario elaborado por Mercè Luchetti, que tapa ciertas partes de La piel escrita de esta fémina sin nombre que nos viene a confesar los últimos años de su vida, enamorada de «su niño’, junto al que se ha sentido completa y feliz.
Si uno se acerca a este montaje tras haber leido una breve sinopsis del mismo, puede abordar la asimilación de este texto desde una idea preconcebida que según avanza, se va desmontando por si solo, y queda como un simple hecho anecdótico el hecho de que esta mujer que tenemos de frente, nació en un cuerpo que no reconocía como propio, y al que ha ido dando forma hasta sentirse plena. La piel escrita no es el relato de «la lucha que todos mantenemos por construir nuestra propia identidad» y ni siquiera habla del coste que ser ella misma le ha exigido a lo largo del tiempo. Asumo que acercar al espectador a la sala para contar esta historia, sin este twist al que hacen mención, haría pasar inadvertida la propuesta, o no, dándole un enfoque interesante como el que plantea.
Sin entrar en destripar el argumento, aunque poco hace falta para hacerlo, el simple hecho de enfrentarnos al monólogo de una difunta, expresando el amor que le tiene y ha tenido a la persona con la que ha compartido hasta el último minuto de su vida, es suficientemente novedoso y atractivo, para no disfrazarlo de algo que no es ni un alegato a favor de la igualdad de géneros y sexualidades, y más específicamente, de la identidad intergénero. Desconozco el background del autor en cuanto a cómo de cerca se encuentra del conocimiento profundo que opino que se requiere para hablar de la transexualidad, dado que ciertos aspectos del texto colisionan con el concepto y se mete en ciertos jardines que le hacen flaco favor a la propuesta.
Me gustaría poder tratar esta La piel escrita desde una perspectiva femenina, de mujer plena por si misma, y no a través de una muy evidente mirada masculina que no hace más que minimizar el papel de ella en su propia historia, para ensalzar la figura de un hombre. Pocas veces he sentido tanta evidencia en el género de la persona que pone voz a un personaje, y es por esto que el papel de Miriam Marcet no llega a brillar ni emocionar como debiera, por una dirección tan leve como la existencia de la propia protagonista.
Solo la pálida piel, reforzada por la poderosa presencia de esa melena roja, y los ojos y entonación de Marcet, le dan la fortaleza a esta superviviente; ni siquiera el sórdido final que sufre y se describe cala en una audiencia que poco puede empatizar cuando la implicación que los responsables del montaje ponen sobre el mismo es tan mínima. Sirva como ejemplo el detalle de Miriam Marcet expuesta al público, el día del estreno, reclamando en escena la presencia del director, y la negativa del mismo a plantarse frente al público. En otra ocasión podría haber considerado que la timidez, humildad, o la generosidad del mismo por hacer que el público arrope a la artista, eran las causas de esta espantá, pero en este caso no lo he sentido mas que como una muestra de falta de implicación y compromiso que enturbian el resultado final.
Espero que el consuelo de la actriz se encuentre en que el público alabemos y valoremos su trabajo y valentía, y que nunca va a estar completamente sola ante esa exposición, pues nuestros aplausos diarios siempre serán su abrigo.
Crítica realizada por Ismael Lomana