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27.02.2018 Críticas  
Recuerdos de lo que alguna vez fuimos

La Seca Espai Brossa recupera Game Over, un espectáculo de la Cía. Mai Rojas y Los Escultores del Aire que combina teatro de texto, físico y gestual, circo, mimo y danza. Una mezcolanza de géneros y disciplinas que funciona como un todo y extrae la fuerza alegórica de cada ingrediente de un modo cercano a la fábula.

Se puede leer Game Over como una parábola de la crisis de valores que nos invade a todos cuando las carencias empiezan a afectar a nuestro modo de vida más o menos acomodado. Es realmente sorprendente ver cómo un espectáculo se puede disfrutar con el chip encendido o apagado. Es decir, situar a los personajes dentro de un escaparate simboliza de un modo imaginativo y nada idealizado los barrotes o jaulas mentales a los que nos encadenan nuestros miedos. Y, a la vez, siempre podremos extraer una enseñanza, ya que ¿qué son en esencia las artes escénicas si no un escaparate donde mostrar y compartir nuestras inquietudes? El aprendizaje sucede cuando vemos cómo en manos de la compañía el escaparate tiene doble dirección y, por momentos, todos nos sentiremos observados ante y tras el cristal.

La elección de los personajes crea imágenes muy potentes que, en combinación con el trabajo de los artistas, demuestra una sensibilidad y una conmiseración, incluso indulgencia, muy a tener en cuenta. Una muñeca de porcelana con el rostro medio roto, un general relleno de arena seca, un payaso que perdió la nariz y la gracia y una marioneta muda a la que hace tiempo cortaron los hilos, que son a la vez símil de las cuerdas vocales cuya amputación le niega el habla. En este sentido, la dramaturgia de Víctor Valdelomar da en el clavo y lo dice todo o mucho con economía de palabras y con una poética muy especial. Mediante las frases que pone en boca de los distintos esperpentos evidenciará el carácter de clase que tuvieron en un pasado. Apenas un baúl y una escalera de mano se ocuparán del resto. La iluminación de Sergio Gracía consigue un ambiente donde impera la oscuridad y nos sitúa en el estado anímico idóneo para disfrutar de la propuesta.

El trabajo de toda la compañía es excelente. Mención especial para la confección del vestuario y el maquillaje. Se ha conseguido caracterizar a los distintos juguetes-personajes utilizando una pátina de envejecimiento muy bien hallada que trasmite la sordidez y crudeza necesarias para que no nos acomodemos en un simple ejercicio contemplativo. El chip del que hablábamos antes se enciende y no se apaga a través de la vertiente estética de la función. La música en directo interpretada por Matías Muñoz (en alternancia con Marc Lorenzo) delimita y amplifica a la vez el espacio físico y alegórico por el que transitaremos tanto los protagonistas como el público.

Un marco que los cuatro aprovechan y por el que se desenvuelven a las mil maravillas. Su trabajo conjunto demuestra adecuación interdisciplinar y un compañerismo y compromiso muy destacables. A nivel individual se acercan al rol que les ha sido asignado aportando un trasfondo propio y muy especial. Evocando el pasado y temiendo el presente y el improbable futuro. Pedro Ortega es un magnífico payaso y representante de la clase obrera entre apesadumbrado e inconformista. Ignasi Campmany supera cualquier prejuicio que nos pueda despertar su personaje hasta llegar a un tramo final conmovedor. Núria García sabe dotar a su bailarina de algunos ademanes propios de la clase burguesa a la que adornó en un pasado y sobresale en la coreografía. Y Mai Rojas demuestra toda la ingenuidad y perplejidad del más joven de todos ellos y se convierte en uno de los mejores mimos que ha pisado nuestros escenarios en tiempo. Un placer compartir espacio con todos ellos.

Finalmente, lo que que destaca de Game Over es su capacidad para explicarnos una historia en escena lo suficientemente concreta como para seguir un hilo y, al mismo tiempo, con una carga simbólica y metafórica que deja suficiente espacio a nuestra imaginación como para que consiga evocar numerosos símiles de nuestra realidad más inmediata, individual o colectiva. Una muestra sensible, cruda y delicada de cómo la manifestación artística puede convertirse en el más fiel e inquietante espejo para reflejar los fracasos de la existencia humana.

Crítica realizada por Fernando Solla

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