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14.02.2018 Críticas  
La gran ballena blanca ha varado en Barcelona

Encontrar en un mismo cartel a Andrés Lima y a Josep Mª Pou y que el nexo de unión sea Herman Melville emociona, así de primeras, nada más arrancar. Luego, sigue la lista: texto de Juan Cavestany, Jacob Torres y Oscar Kapoya como resto del elenco y música de Jaume Manresa, por mencionar solo una parte del equipo artístico y técnico.

Moby Dick ha llegado a Barcelona y lo hace por todo lo grande. Cavestany emprendió su propio viaje en busca de su ballena personal y escribió un texto que recoge la esencia del best-seller del autor norteamericano. Una historia que nos habla del odio como obsesión de un hombre solitario, el cual es capaz de renunciar a todo, su vida inclusive, con tal de destruir aquello que persigue.

Aunque esta dramaturgia se ha escrito para un elenco de tres actores, tiene aroma de monólogo. La mayor parte del tiempo el capitán Ahab se dirige al espectador, como si de un cuaderno de bitácora se tratase, para contarle sus andanzas en alta mar y la razón de su obcecación. Ismael y Pip hacen de narradores en algunos momentos y solo en ciertas ocasiones vemos una interacción entre los personajes. Una forma clara de definir la solitaria personalidad del capitán. Y aunque quizá en algunos momentos el ritmo del texto decaiga levemente, el director consigue que todo el conjunto entretenga de principio a fin.

El montaje se decanta hacia lo poético visual, tal y como Lima nos tiene acostumbrados. La misma sensación tuvimos con “La madre” y “Las Brujas de Salem” donde, a pesar de ser obras muy diferentes, en todas encontramos denominadores comunes que imprimen su firma. El diálogo con el público, la elegante manera de rebuscar en los turbulentos interiores del ser humano o la música como parte importante del proyecto definen a este director, que siempre destaca con nota excelente en sus trabajos.

Pou es impecable en su transformación y su cojo capitán Ahab es totalmente creíble. Consigue que odies y ames al personaje a partes iguales. Que desees que se termine con su existencia y que a la vez te genere lástima. Y es que, su experiencia sobre las tablas le avala. Pero aún más su buen hacer como actor. Jacob Torres, a quien vimos como astuto político en Lehman Trilogy, aquí nos entrega un registro totalmente diferente con un denodado Ismael que no se rinde ni que tiene miedo a este insensible capitán y que le pone el punto de cordura que a este último le falta. Finalmente, Oscar Kapoya, con su formación en teatro y danza (notablemente visible en su interpretación) y representando en su mayor parte al cobarde Pip, es el personaje que más ternura nos transmite. Y, a la vez, nos maravillan sus metamorfosis en escena. A pesar de que la mayor parte del trabajo está a cargo de Pou, la conjunción de los tres actores es evidente durante toda la obra.

En Moby Dick, además de la intensidad de Pou como plato fuerte de la función, se nos regalan acompañantes que consiguen que el menú sea completo y de un elegante aderezo. El espacio sonoro que ha creado Jaume Manresa con las voces del “Coro de voces graves de Madrid” y del “Coro de jóvenes de la Comunidad de Madrid” bajo la dirección de Juan Pablo de Juan suenan a océano, a cantos de sirena y a profundidad. Junto a las coreografías de Torres y Kapoya, nos elevan para disfrutar de ese poema que estamos contemplando. Los audiovisuales en pantalla gigante al fondo de escena que nos presentan el mar por el que el Pequod irá tanto tiempo a la deriva, o a los marineros que izan velas o lanzan red desde cubierta o el cachalote que consiguen cazar, le dan una tremenda fuerza y apoyo a la historia que se nos está contando. Y aunque siempre la iluminación es una parte importante del montaje, en esta ocasión, el trabajo de luz conseguido por Valentín Álvarez merece una mención especial, pues sin apenas cambios de escenografía, nos encontramos con la tristeza de la noche, la sangre de la cubierta o la blanca palidez de la luna. Una excelente tarea que queremos resaltar. Asimismo, hay que hacer alusión el vestuario y la escenografía ideados por Beatriz San Juan, quien ha conseguido transportarnos al interior del Pequod y quien, al final, bellamente nos transporta entre olas a la batalla de Moby Dick contra el capitán.

La tragedia con la que se acaba nos recuerda lo absurdo del odio y la venganza. Que en la vida hay que aprender a pasar página. Y que nuestras decisiones y posteriores acciones no solo nos afectan a nosotros, sino que también a la gente que nos rodea. El Capitán Ahab se llevó por delante su vida y la de sus marineros y fracasó en su intento de derrotar a aquella ballena blanca. Pero no hay derrota alguna en lo que Lima y su equipo han conseguido con Moby Dick. El Teatre Goya de Barcelona acoge este refinado proyecto que disfrutarán los amantes del buen teatro y del mar.

Crítica realizada por Diana Limones

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