El Teatro Español estrena uno de los montajes más esperados de la temporada. Blanca Portillo en la dirección, un extenso reparto solo accesible a un teatro público y una revisión de la desasosegante película de Luis Buñuel; El Ángel Exterminador. Tanta expectación se diluye ante un montaje irregular en demasiados aspectos.
Dice Blanca Portillo en la reseña del programa de mano que “Pretender hacer de nuevo El Ángel Exterminador sería una tarea tan banal como imposible…” Me pregunto entonces los motivos que han llevado a hacer una revisión teatral de ese clásico inmortal del cine. Puedo entender el atractivo de la idea, lo sugerente de la misma. El Ángel Exterminador es un relato que destila teatralidad por todas sus partes, pero que arriesgado es el atrevimiento. Está claro que la intención de todos los implicados era hacer uno de esos montajes que se recuerden con el paso del tiempo. Lamentablemente y con tremenda rabia debo reconocer que el resultado está muy alejado de lo que podía haber sido.
Ese nutrido grupo de invitados burgueses que son invitados después de asistir a la ópera, a la mansión de los Nóbile, y que una vez dentro de esa casa serán incapaces de salir de la misma, aunque no haya impedimento físico ni razonable para que lo hagan. Una situación que se alargará durante días y que provocará la descomposición de cada uno de esos personajes, se tornarán en grotescos, deleznables, irrefrenables. Un show del absurdo que le valió a Buñuel una de las películas más desasosegantes de aquella era en blanco y negro. Una historia que ponía ante el espectador los delirios y la podredumbre del ser humano.
El montaje que nos ocupa retiene buena parte de aquella atmósfera, las escenas que se repiten en bucle, las ovejas, el oso, los tambores de Calanda y todos y cada uno de los personajes. Un elenco tan amplio que no parece conectar más que en puntuales momentos. A pesar de haber nombres tales como Inma Cuevas, Daniel Muriel, Cristina Plazas, a los que sabemos de su buen hacer, aquí nada parecen actuar con el piloto automático. Un agobio que no nos conseguimos creer. Deduzco que el proceso de creación ha sido agotador, espero que a medida que la función coja aire se engrase la maquinaria de la arriesgada propuesta y se consiga transmitir el agobiante suspense que se espera.
La escenografía, de esas que impresionan, juega una terrible mala pasada al conjunto. Al parecer, y de manera incomprensible, no se ha caído en la cuenta de que encerrando a los actores sin microfonar en una especie de urna o pecera va a provocar que más allá de la fila 4 sea prácticamente imposible distinguir con claridad ni una sola de las palabras que pronuncian. Tremendo error que espero se solvente, pues por lo menos así las dos largas horas de función quizá se hagan más llevaderas y comprensibles. Trasladar las escenas del exterior de la casa al patio de butacas no deja de ser un recurso adecuado, aunque deduzco que a los espectadores sentados entre las filas 1 y 8 no les hizo ninguna gracia no poder saber que ocurría en esas escenas. Se abusa en exceso de esas escenas, especialmente las entradas y salidas de la tejedora, que se desarrollan sin ningún interés y que solo sirven para que los actores encerrados ensucien las paredes acristaladas de su jaula, y compongan su autodestrucción.
Me duele no haber disfrutado ni un momento de algo de emoción, de ansiedad, lamento profundamente que toda la expectación se vaya al traste. Un cartel que lleva a engaño (o bien es una escena eliminada que recuerda a Danzad Malditos) Alabo el riesgo, el arrojo de querer poner sobre las tablas semejante empresa, pero el invento se salda con un aprobado muy justito, cuando debería haber sido uno de esos bombazos que se recordara durante años. Una duración excesiva que se convierte en letanía. Me quedo con el tramo final, ahí parece que el agobio si se apodera de la platea, pero eso ocurre demasiado tarde.
Si por algo me alegro de haber estado es por haber presenciado uno de los momentos más hilarantes como espectador, al ver salir corriendo a Ángela Molina en pleno focazo cuando temía por la integridad física de todos nosotros al ver una inexplicable humareda en el escenario. Toda una metáfora de muchos que queríamos salir huyendo, pero como los personajes de la historia, a pesar de no tener impedimento físico ni razonable aguantamos estoicamente el trance. Ahora mismo El Ángel Exterminador produce desaliento y desasosiego, pero no precisamente por lo que la historia cuenta.
Crítica realizada por Moisés C. Alabau