Cuando se estrenó Blasted de Sara Kane en Londres en el año 1995, revolucionó al público inglés por su temática dura y directa, así como por sus explícitas escenas a las que una audiencia de teatro no estaba acostumbrada. Tal fue así, que fue hasta rechazada por la crítica como un “intento inmaduro de conmocionar al espectador”.
Solo seis años más tarde, dos después del suicidio de su dramaturga, Blasted se reestrenó en el Royal Court cosechando el éxito que no consiguió la primera vez.
Alícia Gorina, quien reconoce encontrar algo especial en este texto, dirige esta obra que se estrena en la Sala Petita del TNC y lo hace manteniéndose fiel al original (a excepción de unos cuantos detalles personales que le ha implementado). Evidentemente, una obra de esta crudeza y con estos matices, requiere de una diestra dirección. Y así lo sentimos después de ver el trabajo de Gorina. Pero es cierto también, en este caso, que la fuerza de la historia en sí misma y del montaje que ideó originalmente Sarah Kane ya son suficientes para apodar el resultado de magno.
Blasted se compone de dos partes; la primera, con dos escenas, nos presenta un teatro realista. Una habitación de hotel en Leeds y dos amantes, que el público observa, como a escondidas, a través de una cortina de tul. Una joven de 21 años, un tanto inocente o ‘naif’ y un periodista que le duplica la edad y que esta enfermo del pulmón. El está enamorado, pero la única forma como sabe tratarla es con violencia, hasta la culminación de un acto que marcará un antes y un después en la relación. De repente, cambian las tornas. Se descorre el velo. La guerra ha comenzado. La obra toma un giro surrealista, y sin embargo ahora comienza a mostrarse la accion directamente, sin tapujos. Un soldado entra en escena y es con él que conoceremos la hostilidad de un conflicto de estas magnitudes. A través de los sucesos que se continúan, pasaremos del realismo que mencionábamos al principio en el que se trataba la violencia desde unos terminos menos evidentes, a una situación completamente ‘kafkiana’. Pero es en medio de toda esa vorágine que ocupa la parte final de la obra en el que se nos da un mensaje de amor, un mensaje esperanzador que posiblemente los primeros críticos no supieron leer.
Esta escenografía, creada por Sílvia Delagneau, procesa todos estos movimientos que tienen lugar, transformando un lugar cálido y estable en un infierno sin llamas. El juego de los propios actores desmoronando el mobiliario inicial consigue que sean ellos mismos los que nos presenten la decadencia final. Y, a pesar de ello, con unas rosas y un abrigo rojo se consigue dar luz a toda esa oscuridad.
Decíamos que el trabajo de dirección era importante. Y Gorina (junto a Marta Tirado) consiguen revolver al público de principio a fin. La ceremonia de incluirlo aún más en la historia dándole la metralleta a un espectador durante un tiempo consigue congelar aún más el ambiente. Y, sin embargo, y a pesar de todo, hay sentido del humor con el que romper la tensión general (tómese como ejemplo el momento del soldado doblando las sábanas junto a Ian momentos antes de cometer un acto atroz con él).
Pero hemos de reconocer también que el trabajo actoral es esencial. En Blasted nos encontramos a unos actores que se han despojado completamente de cualquier retraimiento, embarazo o pudor y que se entregan a sus personajes sin ambages. Ian, representado por un portentoso Pere Arquillué es en el que notamos de forma más sobresaliente la entrega de la que estamos comentando, quizá porque tiene la labor más ardua de interpretación. Su personaje es el que migra de una vertiente de la condición humana a otra en más ocasiones y al que notamos que, aunque exhausto ya hacia al final, sigue en la línea exigida sin decaer de principio a fin. Marta Ossó nos trae de forma admirable a Cate, la muchacha simple en apariencia pero que da las lecciones más loables de esta ficción. Sus expresiones faciales, sus gestos, su aparente fragilidad engañan. Porque es el personaje más fuerte de los tres y la Ossó así nos los muestra, bordando su interpretación. Finalmente, Blai Juanet es el soldado al que le tocan, quizá, las partes más escabrosas de la función. Pero, como apuntábamos, los actores aquí se han desnudado ante el público y eso se percibe en el resultado. La lluvia es la última actriz pero no la menos importante. Para Gorina la lluvia es femenina y le evoca la muerte. Así que ha seleccionado este elemento para mostrar el paso del tiempo, y por eso podemos escuchar, empezando con las primeras escenas, una lluvia de primavera para luego pasar a una lluvia de verano, después a una de otoño y, finalmente, acabar con solo una lluvia que evoca a un llanto en la conclusión.
Blasted no recibió una buena crítica en sus inicios y, sin embargo, se ha convertido en una pieza de estudio en la Universidad de Barcelona como muestra de teatro británico. No vamos a negar que es una representación de verdades cruda, lacerante, en momentos incómoda, a pesar del lenguaje sencillo que utiliza (gracias a la traducción de Albert Arribas que mantiene la línea del libreto original). Pero si somos fieles a la realidad, ese desarrollo para reconocer que al final siempre queda humanidad dentro de la humanidad vale muchísimo la pena. Al público le cuesta aplaudir al terminar la función. Pero que Gorina se quede tranquila, porque a veces el éxito no se mide en aplausos.
Crítica realizada por Diana Limones