The Mamzelles vuelven a la Sala Atrium con Mafia. Un espectáculo de creación propia y total del que destacan todos sus componentes: texto, puesta en escena e interpretación. No es habitual encontrar una pieza en la que convivan tan felizmente contenido, continente y artífices. Una suerte.
Aquí hay riesgo sin petición de licencia ni contemplaciones. The Mamzelles han querido explicar algo de un modo muy concreto. Además del talento para desarrollarlo, cuentan con un discurso lo suficientemente pensado e interiorizado como para no necesitar escudarse tras las palabras de nadie. Han creado su propio material dramático y, con este pequeño gran detalle, han triunfado. Esto puede parecer anecdótico, pero no lo es. Supone un ejercicio de saneamiento de nuestra parrilla escénica, además de una muestra de honestidad nada complaciente ni condescendiente. No necesitar de grandes nombres para desmenuzar y actualizar textos anteriores o referenciales las hace crecer ante nuestros ojos, a la vez que amplía nuestro horizonte y amplitud de miras como espectadores. Primer gran aplauso para Mafia.
En esta ocasión, Bàrbara Mestanza y Paula Ribó han asumido la dirección del espectáculo, a partir de una idea original de la primera. Junto a Paula Malia han diseñado una apabullante dramaturgia. Las tres son también las intérpretes de la función junto a la valiosa inclusión de Júlia Molins. En todas sus facetas, un nuevo triunfo tenaz y perseverante. De la mezcla idiomática progresiva del italiano al castellano a la inclusión de fragmentos musicales y techno y en playback. Esto no es sólo un capricho marca de la casa. Son muy necesarios estos momentos de esparcimiento para mostrar un punto de vista salvaje, brusco choque con la realidad ancestral que se quiere reflejar. Cómo a través de esta ficción tan bien contextualizada se consigue dinamitar el papel que mantiene encadenada a la mujer en la estructura familiar es todo un hallazgo. Y la resignación no es una opción. De nuevo, ovación.
Hay algo muy seductor en Mafia y es la aproximación particular que cada una de las cuatro intérpretes realiza hacia sus personajes. La madurez y aparente disimulo que demuestran todas ellas para dotar a cada una de las hermanas de unos gestos propios que configuran su carácter es impresionante, especialmente en el caso de una magnífica e hipnótica Ribó. Ellas consiguen que la reivindicación contra el patriarcado se integre tan bien con la historia, que parecerá que ésta prácticamente la reclama. Y la interacción con el público y la adecuación a las dimensiones del espacio escénico, también estupendas. Es realmente espectacular cómo consiguen llegar al corazón de la cuestión a través de unos conectores narrativos que hilvanan todos los elementos. La ironía y mordacidad intrínsecas a todo el asunto configuran un porqué que merece ser descubierto y disfrutado en primera persona. Ellas se protegen solas, dirán, pero siempre nos incluyen a los allí presentes. Bravo.
A destacar el diseño de escenografía de Anna y Maria Auquer y Javier Sanagustin. Un único espacio, que será la cocina. No desvelaremos aquí todo lo que sucede ni las sorpresas que contiene el artefacto escénico pero esta localización es crucial y se adecúa como un guante al resto de disciplinas que intervienen en la propuesta. Un territorio que se presupone femenino y que, visto lo visto, no podía ser más bien hallado. Muy buen trabajo, así como en lo referente al vestuario de Verónica Febrero, el asesoramiento del idioma italiano de Maria Ribó y Silvia Maestroni y, por último pero no menos importante, el diseño de luces, vídeo y sonido de Rubén Homar.
Finalmente, y tras todo lo expuesto hasta aquí, si en algo destacan The Mamzelles y, especialmente, este espectáculo, es en su compromiso y coherencia. Hacia una manera de entender las artes escénicas y su convenio no firmado para evidenciar las carencias de nuestra realidad más inmediata, detonándolas a través de una ficción muy bien tramada. Una mirada tan lúcida como personal. Una mezcla de riesgo y talento desaforados de la que resulta un espectáculo tan salvaje y divertido como reivindicativo.
Crítica realizada por Fernando Solla