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15.01.2018 Críticas  
Crónica de una enajenación teatral colectiva

Desde hacía meses no había entradas, y los que nos habíamos quedado sin ellas (si, yo, ya me vale…) mendigábamos entradas para poder asistir a la locura flamenca de Jan Fabre, Mount Olympus en los Teatros del Canal de Madrid. Con la gesta conseguida tras buscar bajo las piedras, esto es lo que sucedió. Esto es lo que se vivió.

Ayer a la salida de la maratón dionisíaca me pedían por redes sociales que hiciese una crítica rápida sobre Mount Olympus, y me vi con la dificultad de no poder valorar este montaje, como en otras ocasiones podéis leer por aquí, porque Mount Olympus creo que no se puede enmarcar como una obra de teatro, sino como una experiencia, como quien viaja a Thailandia en plan mochilero, o vas a Disneyland Paris un fin de semana; todo lo que podrás decir es que (muy) bien, o (muy) mal, pero ni siquiera podrías recomendar hacer algo así a tu interlocutor porque no conocemos en profundidad a nadie, ni siquiera los límites que tienen, ni la sensibilidad para captar los matices, o simplemente lo que supone hacer eso que se está haciendo.

Mount Olympus parecía concebido como la Spartan Race de los teatreros, un show de 24h glorificando la tragedia griega; unos Juegos del Hambre en el que demostrar de qué pasta estamos hechos, y si nuestro gusto por el teatro va mas allá que por ver a Fulanito de la tele debutando en los escenarios. Para muchos, asistir a este proyecto habrá sido un evento más del que dejar constancia en tus perfiles sociales, que no has faltado porque tu no te pierdes una, anónimos y famosos que al día siguiente aparecen citados en la prensa, como asistentes, cuando se les pudo ver al comienzo con retraso, y al final; ellos no te podrán contar si vieron a las cinco de la madrugada a nadie en la cafetería tomando cervezas, o si las mantas de la zona de descanso picaban o no (no picaban, doy fe).

A Jan Fabre (Juan Fran, para lo amigos, ya que hemos pasado 24h juntos) se le debe reconocer el mérito de haber montado este despropósito escénico, y que no solo recibiese el respaldo de las autoridades culturales de su país para levantar este coloso, sino que además le busquen, como el caso de los directores de los Teatros del Canal, para traer ese montaje a su espacio. El coste económico del proyecto, movilizando a tantísima gente dentro y fuera del escenario, así como para la gestión interna del propio espacio, debe suponer casi tanto como lo destinado para toda una temporada de programación en cualquier espacio escénico público de la capital (y que todo sea dicho, según va la temporada, es dinero tirado). Sin entrar en si Fabre se vio movido por la envidia ante un proyecto similar en cierto festival al norte de nuestra frontera, el coraje y el arrojo de eclipsar a tu competencia con algo más grande, es de aplaudir.

Ahora llegaría ese momento en que comentar paso por paso lo acontecido sobre las tablas, pero solo plantearme una crítica así, no haría más que mostrar las debilidades de este exceso. No puedes estar iluminando al respetable durante 24h, ni estar ofreciéndoles una calidad continuada, porque aún no ha nacido ese creador que nos suma en un síndrome de Stendhal con más duración que sustancias químicas legales (o ilegales). Textos cuatripitidos, pruebas de resistencias repetidas hasta la extenuación, danzas que como spots publicitarios, volvías a presenciar una y otra vez; y entre todo esto momentos brillantes, o memorables, simplemente, sin sentido alguno.

Muchos no dejan de indicar que el comienzo es espectacular (yo me perdí los primeros 20 minutos por compromisos laborales), y sin duda el final es la culminación de este trabajo de fondo, pero intentado sacar grandes momentos que me ha dejado Mount Olympus, me quedaré con la canción de guerra para saltar a la comba, todo el capítulo tres dedicado a Edipo, el Hércules destrozado por una serpiente (si, este es EL momento del fisting de las 7am, al que hay que reconocer que suponiendo algo realmente transgresor someter a un actor, en escena, a esta práctica sexual, aderezarla con una perfecta enunciación de un monólogo dramático, roza la genialidad y el excelente trabajo del actor), la tarantela con sacos de dormir supuso un «muy buenos días» a las 10:30h y un subidón de energía para afrontar las horas finales; los capítulos 9, 10 y 11 son los más completos en cuanto a directos y eliminando mucho «relleno» al ser los dedicados a la Orestíada, y Medea, y el capítulo 14, el Fin, en su totalidad.

Lo que ha hecho Jan Fabre no es original, ni ha roto el teatro como hizo Kim Kardashian con internet al publicar aquella famosa portada. Jan Fabre tiene el nombre, y Jan Fabre tiene lo medios para poder catapultar su fama y emprender empresas tan locas como esta, desde la cómoda posición del prestigio profesional; prestigio que ha tenido que ganarse primero, antes que alcanzar el mismo el Olimpo de los dioses del teatro, pero para él esto es un paseo por la cima. Muchos creadores anónimos o ciertamente reconocidos o premiados, ya han concebido proyectos como este y les ha sido denegado el apoyo tanto institucional como económico para mostrarnos su creación.

Mount Olympus está hecho del mismo material intangible que Alberto Velasco tejió su «Danzad Malditos». Ambos proyectos tienen tantas similitudes, sin contar la duración del mismo, pero seguro que no por ganas del propio Velasco; que el sentimiento con el que sale uno del espectáculo, con el pecho henchido, los ojos encharcados en lágrimas (porque las hubo), y dando gracias a la vida por estar vivos, por tener a quien tenemos alrededor, y porque sin todo ello no podríamos estar ni viviendo ni disfrutando tanto la «experiencia Mount Olympus«, es impagable, y solo podremos sentir el calado de este montaje aquellos que como guerreros griegos, aguantamos esta prueba. No quiero desmerecer a todos aquellos que decidieron, precisamente, desconectar, en sus casas y reaparecer a las horas frescos como lechugas, pero si es verdad, que un poco, aunque solo sea una pizca de emoción perdida, no se llevan (sin ser yo nadie para saber lo que siente cada uno).

Recuperar el poder, disfrutar de la tragedia de cada uno, respirar, e imaginar algo nuevo, como mensaje final, es un brillante broche para la difícil empresa de escalar el Mount Olympus en 24h pese al temporal afuera, los titulares sensacionalistas, las acusaciones de postureo, y tu entorno preocupado porque no ven la necesidad de que tu vicio por el teatro te lleve a hacer la locura de encerrarte en un teatro a presenciar tragedias griegas non stop. Este acto de fe que hemos vivido unas 800 personas, durante un día entero, nos lo llevaremos a la tumba, pero a una tumba en la cumbre con estos dioses del Olimpo.

Crónica realizada por Ismael Lomana

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