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08.01.2018 Críticas  
La dignidad tiene nombre propio: Lluís Homar

El Cyrano de Lluís Homar y Pau Miró llega al Teatre Borràs. Uno de los anhelos del actor que, al fin, se pone la nariz y sube a las tablas para pronunciar los vocablos de Edmond Rostand. Un montaje escueto y sintético que potencia el valor de la palabra expresada y articulada.

A partir de una idea original del propio Homar y de una excelente traducción en verso de Albert Arribas, Pau Miró ha realizado una dramaturgia precisa y muy concreta. Se ha centrado en la vertiente más humana del drama heroico y nos ha querido mostrar lo más vulnerable y frágil, especialmente del personaje protagonista pero también de todos los demás. Ha mantenido el verso y los lugares de la acción, aunque los cinco actos se han unificado en uno único. Sin obviarla, no se optará por extenderse en la parte histórica y las escenas se sucederán para vincular a los personajes y vehicular el drama. La acción supeditada a la palabra. Este ejercicio resulta muy interesante, ya que Miró se aproxima al manuscrito de Rostand con respeto y a la vez realiza una versión del mismo que se puede adscribir de pleno a su estilo narrativo.

La escenografía y vestuario de Lluc Castells distinguen a este Cyrano y, a la vez, lo acercan con deferencia hacia Rostand. No en vano, el autor fue considerado uno de los precursores de la ciencia ficción y ni que sea en su vertiente lunática, este detalle estará muy presente en la propuesta. Situarnos en un combate de esgrima constante cuya arma blanca, a la vez sable, espada y florete, es la palabra es un gran acierto. El armazón metálico movible se transformará en las distintas estancias de modo tan útil y funcional como adecuado y cohesionado. Incluso los bancos o asientos al fondo de una caja escénica muy bien construida favorecerán la frontalidad de todo lo que sucede para que la palabra llegue al público limpia y clara. El uso de placas metálicas en el último tramo ofrece una solución tanto estética como narrativa para que la transición entre escenas-actos no interrumpa el ritmo de la función.

La iluminación de Xavier Albertí y David Bofarull capta y amplifica la oscuridad de los miedos del personaje protagonista, contrastando con el blanco y negro del vestuario de un modo tal alegórico como sintáctico, ordenando de algún modo su discurso interno. El espacio sonoro de Damien Bazin consigue crear un ambiente en el que todo llega en el tono y volumen preciso salvo en las incorporaciones musicales de Sílvia Pérez Cruz, reproducidas de modo excesivamente dimensionado, tanto que a veces es difícil comprender las letras. Aportaciones que se intuyen hermosas, pero cuyo volumen no casa con el tono imperante en la propuesta.

El sinfín de personajes principales y secundarios se ha repartido entre cuatro intérpretes más el protagonista. Como decíamos: concisión y sobriedad. Joan Anguera se desdobla en múltiples papeles facilitando siempre la identificación de cada uno y dando la réplica exacta a sus compañeros. Albert Prat y Aina Sánchez saben cómo hacer llegar el verso tan claro como evidenciar las emociones de sus personajes. La última escena de Roxanne ofrece un muy buen contrapunto a la situación del protagonista. A su vez, Àlex Batllorí no se limita a la adecuación física que mantiene con Christian y consigue crecerse durante el desarrollo de la función, compartiendo escenas con su maestro en escena de gran calado.

Y Lluís Homar ofrece una de las mejores interpretaciones de su carrera. Todo lo aprendido se utiliza en este Cyrano que nos llega directamente al corazón y nos conmueve. Tanto a través de la empatía que despierta como de la significación que aporta a cada una de las palabras. El sentido y talento para el verso, las pausas y los silencios es realmente una proeza. El actor parece mostrarse tras su nariz (y no esconderse) como nunca. La vulnerabilidad que confiere a su personaje es de una generosidad ilimitada, así como la contención, los ataques de ira o los aires premonitorios y apasionados, según se requiera en cada momento. Un ritmo de maestro que aprovecha también el esgrima y movimiento de Oscar Valsecchi para engrandecer todavía más si cabe su interpretación.

Finalmente, nos encontramos ante un momento escénico muy importante. Este Cyrano es un triunfo para Homar que va mucho más allá de su excelente interpretación. Una vida de teatro y compromiso que ve cumplido el sueño de transmutarse en el querido personaje. Un logro del artista pero también de todos aquellos espectadores que se saben testigos de un instante glorioso que pasa directamente a la posteridad. A la de ese aprendizaje que se consigue con una asistencia recalcitrante y obstinada, función a función. Un punto de encuentro entre actor, personaje y público que sucede en muy pocas y venturosas ocasiones.

Crítica realizada por Fernando Solla

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