El Temporada Alta 2017 ha ofrecido, entre sus últimos espectáculos, Diari d’un boig (Pamišelis) de Nikolai Gogol. La versión que nos ofrece Oskaras Koršunovas ofrece una particular interpretación (más que una adaptación) no exenta de interés por varios motivos.
Es curioso el balance que propone el director entre la preeminencia del texto y la puerta en escena. Aunque no tan evidente como en “Hamlet”, la preocupación por convertir sus propuestas en un reflejo de la sociedad contemporánea, y cómo el individuo es a la vez víctima y verdugo de la misma, sigue vigente. La fuerte carga existencialista de la condición enajenada del protagonista se expone de un modo insólito y, por momentos, desconcertante. Pero poco a poco, y siempre progresivamente, el ritmo y el tono imperante en la función consiguen causar un impacto mucho más reflexivo que inmediato.
El espacio escénico es aséptico y muy adecuado. De algún modo, y con los mínimos elementos y formatos, nos encontraremos a un personaje titular que se desenvuelve en medio de la materia gris de su propio cerebro. Gris contrapuesto al blanco del resto del sistema nervioso, que a la vez será pantalla donde se proyectarán las prolongaciones y ramificaciones neuronales de su propia locura. Apenas una escalera en un espacio que ve modificado sus tradicional forma de cuadrilátero. Paredes en forma de telón que serán a la vez aristas y perpendiculares que, por supuesto, incluirán un lugar concreto (siempre el mismo) para propiciar las entradas y salidas a modo de punta de fuga y pérdida progresiva de la cordura e identidad inicial.
La labor de random heroes en este aspecto es un hallazgo totalmente alineado con la visión de Koršunovas, algo extensible a la iluminación, audiovisual y espacio sonoro. Las rupturas musicales marcaran la progresión hacia la locura del protagonista. El vestuario de Indre Pileckyte sabe cómo mostrar a través de las distintas piezas el recorrido hacia una ideología totalitaria de un modo sutil pero asertivo. Con ayuda de todos ellos, el dramaturgo consigue plasmar su tesis del porqué del texto de Gogol, no tanto el cómo ni el qué. Es decir, ¿por qué un individuo se cree un monarca o líder político alejándose de su origen proletario en su descenso (o ascenso) a la locura?
La visión subjetiva de la locura está muy bien plasmada. Así como el (sin)sentido del liderazgo y el dominio de las masas uniformes. La interpretación de Eimantas Pakalka sabe cómo mostrar todo esto con una espontaneidad insólita y perturbadora. Sabe cómo ganarse la empatía del respetable para agarrarlo y no soltarlo hasta el final. Precisamente cuando más parece abandonar el personaje los puntos de conexión con un universo compartido, más nos atrapa su trabajo. Aunque el director no quiere tanto reflejar el desarrollo de una enfermedad psíquica como el nacimiento de una ideología o manera de pensar, el paralelismo entre ambas carreras de fondo se consigue gracias a la labor del intérprete.
Finalmente, nos encontramos ante un montaje muy personal que parece no querer sentar cátedra sino indagar e investigar en cómo las artes escénicas pueden servir a un texto eminentemente narrativo. La interpretación o análisis de texto convertida en contenido y continente de la misma representación. El significado que para el dramaturgo tiene el original de Gorki expuesto de manera directa y concreta en forma de espectáculo. Y, sin embargo, una muy fiel muestra del modelo y explicación implícita de su valía a día de hoy.
Crítica realizada por Fernando Solla