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19.12.2017 Críticas  
El impertinente encanto de la burguesía

El ciclo «Escritos En La Escena» de la sala Princesa del Teatro María Guerrero de Madrid siempre es una buena oportunidad para ver proyectos que, muy raramente, entran posteriormente en circuito.

Juegos para toda la familia es una cita ineludible por dos razones, una, que cuenta con un aviso en la taquilla sobre su «contenido sensible», y dos, ver el fruto del trabajo de investigación dramaturgica del Rivas Cherif.

La Nana, Mamá, Papá, y El Nene se están preparando para pasar un fin de semana de exceso y diversión, contando con dos invitados de excepción, Hani y Samir, dos refugiados del conflicto sirio, que van a tomar el lugar de Las Nenas, que no han confirmado su asistencia al evento. El juego de la zapatilla por detrás, nos introduce en la particular propuesta de ocio de esta retorcida familia, en la que si miras para arriba, no caen judías; si miras para abajo, no caen garbanzos, y en la que si te vas a dormir, a dormir, lo más posible es que no despiertes jamás.

Juegos para toda la familia es un texto de Sergio Martínez Vila, dirigido por Juan Ollero, y que cuenta con Lola Manzano, Daniel Jumillas, Ángela Boix, Miquel Insua, Mercedes Castro y Lolo Diego como las piezas de este perverso juego que no muchos espectadores van a disfrutar, durante 90 minutos. Martínez Vila nos ha querido situar en una sociedad distópica, tan en boga ahora, porque está perdiendo actualmente su caracter fictício, y quizás estemos ya en ella. Series que han puesto en valor la obra de Margaret Atwood como «El cuento de la criada», o montajes que han pasado por la cartelera como el «Castigo Ejemplar Yeah!» de Guardamino, o el anterior proyecto del tandem Martinez Vila – Ollero, en la sala Cuarta Pared, «En La Ley», nos plantean que el futuro seguirá siendo liderado por las clases acomodadas, pervertidas por el dinero, el poder, y lo amoral, añadiendo algo de acción a sus vidas con la desgracia del inferior y pudiendo disponer del mismo como una mercancia mas; un bien de consumo inmediato por fragil y perecedero.

El propio Daniel Jumillas se hizo voz en sus redes de que en la taquilla de la sala había un aviso sobre el contenido sensible del espectáculo, por lenguaje y acción, quizás en un intento de orientar al espectador que lleva a sus hijos a ver películas de animación para adultos «porque es de dibujos» , o asisten a espectáculos en los que la palabra «familia» se cita en el título, mas allá de que vaya acompañado de la palabra «Manson» o una sinopsis explicativa. En fin, como a colación de este mensaje comentó Antonio Rojano en Twitter, Juegos para toda la familia es una obra en la que «pasan cosas»; cosas horribles y cruentas, pero cosas al fin y al cabo.

Ángela Boix borda su Hani, con las pocas palabras que tiene su texto, y su mirada poderosa, sentimos ese afán de supervivencia del ser humano. Lolo Diego y su Samir, al igual que en el caso de Boix, su difícil labor es interpretar a alguien a quien están vejando, sin apenas palabras; su físico y sus ojos al borde de la lágrima, siempre manteniendo la poca dignidad que le queda, son de una verdad escalofriante. La Nana de Mercedes Castro es nuestra moderadora del juego, la que computa los puntos, la que recuerda las reglas, la que penaliza a los jugadores, y la que después de años de servicio criando a estas criaturas infames, termina enfrentándose a la prueba final de sentirse parte de este aquelarre de élite. Castro completa este párrafo de la contención en la interpretación, donde menos es mas, y no importa lo que se dice sino cómo se hace.

El exceso viene interpretado por las tres bestias de la familia, el núcleo familiar siniestro, el impertinente encanto de la burguesía. Lola Manzano es la Madre, una loba herida e insatisfecha, encantada de estar atrapada en una espiral de mentiras, violencia, e insatisfacción; la convulsa forma en la fuma, habla, esnifa cocaína y se mueve, nos hace odiarla de inmediato. Las malas siempren son las favoritas. Miquel Insua es Papá, el terrible empresario de armamento, que ha visitado por las noches el dormitorio de sus hijos, con escalofriantes consecuencias, y que disfruta siendo humillado, como el humilla a los demás, a través de la violencia sexual, y la imposición de poder. El Nene de Daniel Jumillas es un disfrute estético: su ropa, cómo se mueve, cómo habla, y todo lo que consigue con el extraordinario físico y la inmoralidad que sus pérfidos padres le han dado, le hacen tomar las riendas de un montaje en el que recite «prometo no follarme a ninguno de los dos» es a la vez una amenaza y una provocación para la audiencia.

Juegos para toda la familia me hace caer en el topicazo y mencionar al maestro del mal rollo mundial, Michael Haneke, y al maestro patrio, Carlos Be. Los mecanismos de este texto beben de ellos dos, provocándonos la incomodidad de presenciar violencia física (muy bien orquestrada) en escena, un vocabulario vulgar en extremo, pero a la vez un sentimiento inclasificable de curiosidad morbosa, de estar disfrutando de algo tan terrible, o si preferimos no tildarlo de disfrute, de interés por ver si la maldad tiene límites, si en esta familia asomará la moralidad, o un sentimiento no movido por el puro egoísmo. No en Haneke, pero si en Carlos Be y en este texto de Martinez Vila, lo sexual está muy presente, y esa pulsión que muchos sentimos desde la butaca, aún sabiendo que las prácticas más extendidas, que muchos calificarán de «normales», no involucran la dominación y la humillación, el simple hecho que, por ejemplo, a Jumillas se le vea el pelo del pecho, o mire directamente a la audiencia con esos ojos de penetrante azul, genere una aluvión de fantasías en nuestras cabezas, que nos acompañarán mas tarde a casa.

Este es un montaje que ciertamente no es para todas las audiencias, y si comienza muy potente, y la sensación de estar recibiendo patadas en la tripa, nos acompaña casi hasta el último acto, el globo de la tensión se va desinflando, la incomodidad se relaja, y quizás la sensación final es que Juegos para toda la familia va en diminuendo, a nuestro pesar, y al menos personalemente, me deja con la sensación de haber querido seguir viendo esa maldad, de haber asistido a los juegos privados que no vemos, a que tener la zapatilla detrás, nos hubiese dado pase a una sala en la nosotros fuesemos parte del juego, parte de la familia.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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