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18.12.2017 Críticas  
Cristalino reflejo del espíritu de Jonathan Larson

Nueva oportunidad para disfrutar de la sensibilidad de Ferran Guiu cuando se trata de traer a nuestra casa musicales y adaptarlos a un cada vez menos pequeño formato. tick, tick… BOOM!, en el Teatre Gaudí de Barcelona, es probablemente su trabajo más redondo hasta la fecha.

Muchos de nosotros guardamos con un tesoro el OCR, repleto de temas que hemos descubierto con las voces de Raúl Esparza, Amy Spanger y Jerry Dixon. Jonathan Larson escribió este musical a modo de autobiografía, trazando así una curiosa cronología que lamentablemente terminó con su muerte. A día de hoy, dadas las circunstancias y el recorrido de su trabajo, así como la conmoción que provocó “Rent”, enfrentarse de nuevo a esta pieza supone un ejercicio que va mucho más allá del espacio de la representación teatral.

En tick, tick… BOOM! encontramos la base de su siguiente musical. Hay acordes que son el nacimiento de algunos de los temas del mismo. Incluso aquí los personajes hablan mucho de la necesidad de trabajar en whorkshops para conseguir el trabajo definitivo. La dirección de Guiu ha sabido recoger esta esencia y ofrecernos un musical evidentemente muy bien cerrado pero que nos permite asistir a los momentos previos a la creación del siguiente. Para todo el que conozca un poco la biografía del autor, esto es algo que multiplica el impacto del visionado. Este detalle se ha trasladado también a la dirección de actores.

Es un auténtico placer asistir a las creaciones de Xavi Duch, Marc Pociello y Lu Fabrés y verlos crecer como intérpretes. De los dos últimos hay que destacar su comicidad cuando encarnan a los personajes secundarios. Una vis cómica desacomplejada y fuera de toda duda que consigue dar aire y dejarnos respirar un poco entre la intensidad que poco a poco domina el conjunto. Fabrés se desdobla en dos personajes principales con una versatilidad muy destacable. Su potencia vocal persiste, pero siempre a favor de su interpretación. Es muy emocionante observar cómo Pociello avanza a pasos de gigante con este trabajo. Su aportación a la pieza es imprescindible. Destacábamos su comicidad, pero es que su sensibilidad y el abanico de registros dramáticos que demuestra aquí son francamente impresionantes. Y Duch consigue que veamos al Jon personaje a la vez que tenemos la sensación de tener delante al mismísimo Larson explicándonos en primera persona sus tribulaciones, sus influencias y sus temores. Su “Sunday” y un arrebatador “Why” son quizá la guinda del verdadero regalo en el que se convierte su interpretación. Así como la de sus compañeros.

La puesta en escena aprovecha muy hábilmente la disposición a cuatro bandas de la sala. Modificando la ubicación de la banda de donde se suele colocar, se utilizarán los elementos imprescindibles para el desarrollo de la función y la delimitación de los espacios donde suceden las distintas acciones. Guiu ha sabido beneficiarse de la posibilidad de todas las entradas y salidas que ofrece el espacio, algo que también ayuda a los intérpretes a cambiar de personaje cuando es necesario. La espectacularidad y adecuación del diseño de iluminación de Daniel Gener es deudora del estilo musical de Larson y está perfectamente integrada en la función. La derivación hacia el rock no tiene necesariamente que convertir la función en un concierto y esto aquí lo han entendido muy bien.

La adaptación de Marc Gómez es, una vez más, prácticamente perfecta. También la dirección musical de Joan Comaposada, que a sabido captar el estilo cercano al rock del autor a las mil maravillas Letras que cantadas por Duch, Pociello y Fabrés se convierten en momentos irreemplazables. Desde “30/90” a “Sugar”, pasando por “Come to Your Senses” o un impagable “Louder Than Words”, todos los temas están trabajados como piezas únicas, que casan y se integran perfectamente con las réplicas de los personajes. Xose Fernandez ha trajinado muy bien el diseño de sonido para que todo llegue como debe y nuestra asimilación auditiva case con la visual a tiempo real, algo que valoramos muy positivamente y que no siempre sucede así.

Finalmente, este montaje de tick, tick… BOOM! consigue emocionarnos por los muchos y diversos motivos expuestos hasta aquí. Tras nuestra asistencia nos gusta pensar que Larson se sentiría muy honrado y satisfecho con esta puesta en escena, así como con el trabajo de los tres intérpretes y todos los implicados. Él admiraba a Stephen Sondheim y así lo evidenció en sus obras, especialmente en la que nos ocupa. Y, aunque no se trata de subir a ningún podio, lo que podemos ver en el Teatre Gaudí nos ayuda a entender por qué él también forma parte de los autores referenciales de una generación que hemos vivido en primera persona la sacudida que supuso (todavía hoy) su aparición y aportación imprescindible al género musical. De lo que se trata es de celebrar la vida y el legado de Larson, algo muy presente en sus obras. Y la fiesta, aquí, no puede ser más apetecible.

Crítica realizada por Fernando Solla

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