La Sala Atrium recupera su producción de Himmelweg (Camino del cielo). Una visión del texto de Juan Mayorga que demuestra que la vida natural de este espectáculo va mucho más allá de la circunscripción a un periodo de exhibición cerrado y que todavía tiene mucho que aportar y que decir.
El texto de Mayorga no sólo resiste muy bien un segundo y tercer acercamiento sino que se beneficia de él. Su intención va mucho más allá de reflejar unos hechos históricos conocidos y concretos. La aproximación y punto de vista a partir de tres personajes muy distintos entre sí le permiten abordar tanto contenido como continente de un modo muy particular, relevante y trascendental. La humanidad y rigor artístico que se desprende del resultado son realmente conmovedores.
Un comandante de un campo de concentración nazi, una delegada de la Cruz Roja y un delegado o representante de la comunidad judía recluida en el recinto. No se trata tanto de posicionarse a favor o en contra de ninguno de ellos sino de ver cómo a través de sus aptitudes para reconocer y tergiversar la realidad a través de sus habilidades lingüísticas y de observación son capaces de transmitir unos sucesos al mundo y sobrevivir a esa realidad. La culpa o la responsabilidad que puedan tener no es lo que se trata aquí, sino la objetivación de las figuras que ocupan y su instrumentalización en favor de unos objetivos concretos. El acceso a la cultura de los vergudos como peligrosa validación de su liderazgo y poder dominante. Sumergirse en Himmelweg (Camino del cielo) es realmente aterrador, pero muy sintomático y demostrativo de una realidad mucho más peligrosa.
Los tres intérpretes realizan una labor muy valiosa, siempre a partir del rol que les ha tocado interpretar. Raimon Molins rebosa energía y la aplica a su marcial personaje de un modo muy impactante. Como actor no se da un segundo de tregua pero lejos de extenuarnos consigue cautivarnos con un trabajo rebosante de talento. Su dirección es igualmente dinámica y resuelta y de este modo ha trabajado con el resto de intérpretes. Guillem Gefaell realiza la difícil tarea de crear a su personaje a través de la observación de otros, de fuera hacia dentro y mantiene ese tono hasta el tramo final del espectáculo, cuando se le permite explicarse. Un trabajo sensible y muy adecuado. Tanto como el de Patrícia Mendoza, que logra lo más difícil todavía. Y es que su presencia queda en nuestra memoria, a pesar de lo episódico de su personaje. Ella toma las riendas al principio y con su sincera y emocionante aproximación nos encauza y nos hace entrar en el juego escénico. Muy buena su coordinación consigo misma, proyectada. Una presencia, mirada y voz en la que nos gustaría perdernos pero que precisamente sirve de punto de encuentro y posicionamiento para el espectador externo. Su labor conjunta con Gefaell poniendo voz y dando vida a las marionetas es igualmente destacable.
Precisamente, estas figuras de Mireia Trias y Montserrat Gallego amplifican las connotaciones alegóricas de la función. La primera también firma una escenografía que juega con las dimensiones y disposición de la sala, utilizando hasta el último rincón y dando aire allí donde es necesario. Molins también encabeza el espacio sonoro y la iluminación junto a David Valero y crean una atmósfera idónea y muy especial. El vestuario de Gloria Viguer sabe cómo mostrar tanto el carácter como la clase social de los personajes y el vídeo de Hèctor Mas nos introduce en el terreno del teatro documental en principio (histórico y político después) de un modo asertivo que contrasta con el resto de elementos poéticos de la puesta en escena.
Finalmente, y a día de hoy, es muy importante la presencia de Himmelweg (Camino del cielo) en nuestra cartelera. No sólo por lo que dice sino por cómo lo dice y por las herramientas que aporta para comprender cómo se puede manipular la configuración de la realidad, también a través de las disciplinas artísticas. No es habitual que un creador muestre tan abiertamente los mecanismos dramáticos convirtiéndolos en objeto de la representación sin denostar ni agraviar unos hechos históricos que, por supuesto, también son susceptibles de convertirse en material teatral. Por espeluznantes y sobrecogedores que sean.
Crítica realizada por Fernando Solla