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13.12.2017 Críticas  
Distendida comedia situacional

Lolita Flores vuelve a subirse a las tablas del Teatre Goya con Prefiero que seamos amigos. Una comedia situacional que gira alrededor de las efectos que provoca la frase titular cuando los dos interesados no comparten punto de vista.

La versión que Tamzin Townsend y Chema Rodríguez Calderón han realizado del texto de Laurent Ruquier difumina el contexto original y lo acerca geográficamente a nuestro entorno más inmediato. Esto sucede también con el tono utilizado, mucho más cercano y acorde a una sitcom autóctona en la que las relaciones de pareja se airean y se desarrollan a partir del chiste, la broma o diversas ocurrencias. Un humor blando y grueso aunque efectivo y que nos muestra antes a los intérpretes que a los personajes, algo que, vista la reacción, el público agradece sobremanera.

El diseño de escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda es funcional y acorde a las necesidades del género. Un decorado vistoso y que nos sitúa básicamente en el entorno de la protagonista. El uso de un telón frente a los que se nos presentarán los protagonistas y de otro final para situar el cambio de escena del desenlace, facilitan las modificaciones espaciales sin ralentizar en exceso el ritmo de la función.

La dirección de Townsend parece dar rienda suelta a la pareja de intérpretes para que se muestren ante el público, rompiendo en muchos casos la cuarta pared o narrando los hechos en primera persona. Esta permisividad no siempre favorece el desarrollo de la historia, aunque teniendo en cuenta que ya podemos imaginar de antemano la estructura de giros argumentales, esta recreación en los talantes de cada uno propicia los momentos más divertidos de la obra.

Y ahí tenemos a Lolita Flores, que campa a sus anchas por el escenario y lo llena con su desparpajo y espontaneidad. La actriz lleva el texto a su terreno y se muestra complaciente con su público. Juega bien sus cartas y con su esplendoroso físico, tanto como el guión exige. Viéndola tan radiante (y divertida) cuesta creer que el protagonista masculino no caiga rendido a sus pies desde el primer momento. Luis Mottola se muestra cómplice de su compañera en todo momento y la acompaña en su desenvoltura. Resulta agradable participar del juego que establecen en el escenario, escuchándose y siguiéndose el uno al otro en todo momento.

Quizá se echa de menos algo más de delimitación temporal en el desarrollo y modificación de la conducta de los personajes, aunque esto es algo que a partir de la función a la que asistimos no nos queda claro si está o no en el texto original. De algún modo, parece como si el desenlace llega porque lo dicen las réplicas, aunque no sabremos muy bien cómo o qué ha cambiado.

Finalmente, y durante el desarrollo de la obra, tendremos la sensación de que la situación inicial se alarga de un modo algo reiterativo y es por ese mismo motivo que los intérpretes parecen optar por la improvisación o algunas huidas de lo escrito. Sin duda, la avenencia entre ambos es lo más destacable de la función.

Crítica realizada por Fernando Solla

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