Hay artistas cuya necesidad de transmutarse personaje tras personaje y de entregarse al público parece no tener techo. La visita de Reina Juana a nuestra parrilla escénica nos acerca, una vez más, a una Concha Velasco pletórica de esa pasión y exigencia consigo misma.
Decir que el texto de Ernesto Caballero es el vehículo perfecto para ello resultaría, como mínimo, opinable. No por su valía y calidez, sino por lo inesperado de su aproximación. Entre sus aciertos, la renuncia al monólogo al uso. Lo que encontraremos aquí es una confesión. La realeza del personaje está en la descripción prosaica de hechos, acontecimientos y personajes. A su vez, la prioridad de mostrar a la mujer y sus motivos, sus inquietudes y su principal preocupación y obsesión. Quizá no compartamos su punto de vista y nos extrañe la redundancia en algunos momentos. Sin embargo, la escucha persiste y, de repente, prácticamente al final, la gamella de sentimientos lo inunda todo.
Gerardo Vera lo ha entendido así. Como director y como escenógrafo. Quizá en este caso ambas disciplinas se funden en una de un modo expresivamente tentador e insinuante. Un espacio único capaz de ser mazmorra física y cadalso cerebral, espiritual e intelectual del personaje. Todos los fantasmas se mezclarán con los recuerdos y, ahí, juegan un papel muy importante la iluminación de Juanjo Llorens y el trabajo videográfico de Álvaro Luna. Pinturas y recreaciones que nos sitúan en el contexto histórico en el que todavía destacan más si cabe las pasiones que copan la escena. El apoyo de Alejandro Andújar, también en el vestuario, y el diseño de sonido de Raúl Bustillo terminan de redondear esos últimos momentos en la mazmorra con la revisión de una vida ya pasada y que no se podrá recuperar.
Y liderando todo el asunto, Concha Velasco. La actriz parece desaparecer tras su personaje y desde que aparece en escena es imposible apartar la mirada de ella. Lo mismo sucede con el oído. Una interpretación arriesgada por varios motivos y que gestiona muy bien tanto nuestras expectativas como nuestra capacidad de sorpresa. Unos gestos precipitados y que no parecen seguir la progresión de una dicción cóncava y nunca lineal. Una actriz que sabe mostrarse lo justo siempre priorizando al protagonista al que defiende. Un aparente descontrol de las pasiones (única locura de su personaje) en el que la actriz parece emocionarse manteniendo un pulso consigo misma. Puede que a veces nos desconcierte, pero ese desasosiego que transmite durante el desarrollo de la función, se traduce en reposo y absolución final.
Finalmente, y aunque siempre es difícil separar el acontecimiento en el que se convierte la presencia de Concha Velasco sobre un escenario de la propia función que interpreta, Reina Juana supone una oportunidad privilegiada de disfrutar de una personalidad única. Una actriz que nunca da por hecho que su veteranía justifica por sí sola la representación teatral y que se lanza y asume cada nuevo reto con un apasionamiento y una entrega dignas de admirar y, una vez más, de aplaudir. A Concha se la quiere mucho y, ella, nos devuelve este cariño interpretación tras interpretación con una generosidad y desprendimiento únicos. ¡Y por muchos años!
Crítica realizada por Fernando Solla