La Seca Espai Brossa acoge una delicada pieza de Sarah Lena. Mama es una obra muy personal cuyo desarrollo narrativo se muestra como si de una confesión se tratase. El de una adolescente que, de camino a su vida adulta, se desarma ante nosotros a través de sus miedos. Tres actrices nos transmiten su angustia ante el conocimiento del cuerpo, los sentimientos y el mundo.
Es recurrente la figura materna y su pérdida en muchos autores y en distintas disciplinas artísticas. La frase inicial de la obra evoca, de algún modo, al principio de “El extranjero” de Albert Camus. Ya desde este preciso momento, hay dos variaciones importantes. Aquí se anunciará un cáncer de pecho o de pulmón y allí el personaje materno ya no está. El miedo ante lo desconocido, quizá inminente, acrecienta la angustia de la joven protagonista. En segundo lugar, que las dos personalidades sean femeninas (madre e hija) confiere una complejidad que da mucho juego dramático. Renuncia y reflejo.
Mama tiene un planteamiento algo complejo que se desarrolla en parte. Es decir, la idea de partida queda perfectamente desarrollada. Incluso se introduce el conflicto hacia la figura paterna como algo separado. El crecimiento, el autoconocimiento, el desarraigo, la necesidad e imposibilidad de retorno… Una vez se ha planteado todo, que es mucho, se circulará sobre estas ideas en tres grandes parlamentos, que coinciden con distintas edades o momentos clave en la vida de Eva. La decisión de elegir a tres actrices para interpretar el personaje aporta distintos puntos de vista, como lo son los distintos estilos de aproximación. Lejos de distraer, esta decisión nos introduce directamente en los momentos narrados en primera persona, sin buscar una conexión evidente entre las tres etapas. Sabemos que se trata del mismo personaje, aunque ante nosotros veamos a tres jóvenes o mujeres que nos parecen completamente distintas. Una curiosa manera de mostrar dramáticamente el cambio de una misma.
El trayecto será errático sólo cuando las situaciones lo sean, cuando nos hundamos en lo sordidez del mundo nocturno en la discoteca o en nuestros primeros encuentros sexuales. El texto de Lenah y Laura Rossich sabe cómo mostrar cómo nos llevamos a esa figura materna (mental) a todos los momentos decisivos en nuestra vida. A través de la escenografía y de los distintos objetos se crea una especie de anticipación premonitoria tan evocadora como alegórica e intrigante. El trabajo corporal y la coreografía demuestra una gran sensibilidad de autora e intérpretes en este terreno, también en el musical. Aparentemente, no habrá un hilo que una a las interpretaciones, pero sí, en realidad tanto los momentos musicales (atención al último), como el leitmotiv de las medias (muy bien hallado) aportará mucho significado.
El trabajo de Aina Balasch, Ariadna de Vilar y Núria Mercader demuestra una sensibilidad y espontaneidad muy bien entendidas. Saben cómo mostrar los momentos más amargos manteniendo siempre el tono y el código elegido por la directora y se desenvuelven tanto en el texto, como en el canto y la coreografía. De los tres estilos diferenciados se enriquece el conjunto y consiguen plasmar tanto la poética como la urgencia y la necesidad que se pretende en Mama.
Finalmente, animamos a la autora y a las intérpretes a seguir indagando es esta capacidad para escenificar el mundo interior de una manera tan tangible, creando imágenes (escénicas y mentales) de semejante intensidad. Mama quizá no desarrolle un argumento al uso ni lo pretenda, pero desprende una angustia vital que nos hace recordar (o revivir) algunos momentos clave de nuestro aprendizaje emocional y sentimental.
Crítica realizada por Fernando Solla