El teatro Poliorama de Barcelona se ha transformado, a lo largo de sus 35 años de historias, en muchas cosas: estos días, la obra Paradise lo ha convertido en un prostíbulo.
Paradise es una antología de tres historias, escritas y dirigidas por Oriol Vila y Raquel Salvador. En la primera, Adrián Grösser, Albert Baró y Albert Salazar interpretan a tres hermanos que han acudido al local titular para que uno de ellos pueda tener su primera experiencia sexual. El trío de actores se transmuta en la tercera pieza en unas travestis/transexuales que viven en el Paradise, una de las cuales tiene una reveladora aventura con un pijo urbanita, que encarna Artur Busquets. En la segunda historia asistimos a una peculiar noche de fin de año entre Busquets, aquí encarnando a un solitario que no busca sexo, y la narradora de toda la obra, la endurecida Veroshka, a quien da vida Elisabet Casanovas.
Una puerta, un sofá y unos neones ayudan a situar al espectador en el local, y junto a los diálogos y la buena labor de los actores nos ayudan a imaginar pasillos y a los diversos trabajadores de ese sitio. En cuanto al tono, Paradise es una comedia un tanto esperpéntica con toques de drama. No es ni un sitio feliz ni un antro lóbrego; todo el brillo que pueda desprender es efímero y kitsch, pero el calor que desprenden sus habitantes, incluso escondido tras armaduras de hielo, puede llegar a convertirlo en lugar de trabajo y hogar.
Pero Paradise no es una obra sobre las trabajadoras del sexo y los que las visitan. Todas las historias versan sobre la empatía: sobre obligar a sus protagonistas a ponerse en el lugar del otro, en situaciones difíciles, duras, límite incluso. Y, ligado a eso, sobre la soledad marcada por nuestros prejuicios, sobre aceptar a otro que quizás no sea con quien nos apetece estar, pero que puede ser la persona ideal si la entendemos. Una vez captado esto, las tres historias se convierten en una especie de variaciones sobre un mismo tema en que la riqueza la ofrece el continente, lo que nos dan los actores.
Desde ese punto de vista, de que las tres historias nos dicen en el fondo lo mismo, quizás le falta algo más de juego a Casanovas, que ejerce correctamente de maestra de ceremonias y está muy bien en su propia historia, y podría dar más de sí en el conjunto. También choca un poco la inmediatez entre los dos personajes de Artur Busquets, muy diferentes en tono pero temporalmente demasiado cerca el uno del otro, apenas separados por un número musical kitsch de Casanovas que no acaba de “limpiar el paladar” lo suficiente. Grösser, Baró y Salazar sobresalen (y están muy bien diferenciados) como los tres hermanos y las tres trans, y tal y como la propia obra indica, quizás sea la primera historia la que tenga potencial para convertirse en el futuro en el arranque de una obra de teatro completa.
Paradise es divertida y tierna, en ocasiones dura. Es entretenida, pero deja en la boca el sabor de que en parte es aún un work in progress, que todavía está acabando de probar materiales y que no ha acabado de encontrar todo lo que podría llegar a ser. ¿Sería tal vez la televisión el marco ideal para desarrollar todo su potencial? Porque, en teatro, da la impresión de ser un muy interesante piloto.
Crítica realizada por Marcos Muñoz