El Teatre Romea acoge la última propuesta de La Zaranda. Ahora todo es noche coincide con su 40º aniversario sobre las tablas y hace de la figura retórica de la metáfora continuada su máximo estandarte. Un espectáculo capaz de mostrar el universo de unos artistas desde lo más profundo de su compromiso ético y estético y que causa un gran impacto transversal.
Figuras de pensamiento que expresan una realidad y escenifican ideas a través de un concepto estético y una manera de entender el arte teatral que va mucho más allá de cualquier etiqueta. Lo mejor que le puede pasar a un crítico cuando decide valorar un espectáculo es quedarse sin palabras. No encontrar manera posible de valorar en su justa medida la relevancia y trascendencia de una propuesta. Por otro lado, no sería justo o equitativo, ya que tratamos con metáforas, dejar la cuartilla en blanco, vacía. Porque, aquí, hay mucho de lo que hablar.
Ahora todo es noche demuestra una adecuación excepcional y transversal. A la situación de un sector, por supuesto, pero especialmente vista desde la aportación individual de La Zaranda. Al espectro teatral y a sí misma. Es complicado unificar criterios para describir lo que es una obra maestra. Todo es opinable, pero podríamos coincidir en que para llegar a esta consideración debe mostrarse una culminación técnica y estética. También cuando se manifiesta artísticamente una red de significación compleja. La creación de un material que comunica y se convierte en evidencia oculta hasta entonces, para nuestra capacidad cognitiva y para nuestra sensibilidad artística, de algo que después de que el hecho teatral suceda se despierta y asimila como nuevo y evidente. Algo verdadero. Y, por otro lado, un empeño patente en que la experiencia sea entendida y compartida, emotiva, razonada y que aporte al grupo social del que todos participamos.
Esta sería una buena descripción de esta función. Eusebio Calonge ha escrito un texto que nos planta delante a tres mendigos, todos ellos desahuciados. Del espectro laboral y del social. Sin destino ni futuro, ni tampoco presente. La progresión narrativa es de tal enjundia que nos será imposible mirar hacia otro lado o desde cualquier intención de lejanía. De frente y bien cerca, desde los adentros. Ese será el inmersivo punto de vista que tomaremos. Cómo de ahí se incluye y reflexiona sobre la veracidad y utilidad, incluso la realidad, dentro (y fuera) de la representación teatral es un proeza que merece ser descubierta en primera persona. Y la inclusión de la misma identidad de La Zaranda dentro de todo el asunto es sublime. Calonge consigue evocar y aludir a algunos textos referenciales de la literatura dramática universal con maestría y vigor.
Así lo ha entendido la dirección de Paco de la Zaranda, que también ha ideado el espacio escénico y es uno de los intérpretes (firmando como Francisco Sanchez), junto a Gaspar Campuzano y Enrique Bustos. El uso que se hace de unos elementos mínimos y su integración en la dramaturgia es abrumador. Preciso, meditado, inteligente, crucial y sustancial. En contaste transformación a la vez que se transforma la pieza teatral. La interpretación de los tres utiliza esta opción dramática y la integra con una dicción y un trabajo expresivo y corporal que aúnan gestos y palabras para que todo llegue con fluidez pero con el suficiente peso como para enraizarse en nuestro intelecto. Impacto inmediato y duradero. La iluminación (también de Calonge) y el espacio sonoro termina de perpetrar ese apocalipsis rupturista de cualquer formalidad ética y estética que nos lleva hacia la obra referencial en que se convierte el espectáculo.
Lo dicen ellos y lo asimilamos nosotros: ¡La Zaranda resiste! Y, tras la asistencia a esta (razonada y razonable) obra maestra, afirmamos bien alto: ¡Y por muchos años!
Crítica realizada por Fernando Solla