Segunda jornada en Fira Tàrrega 2017 y percibimos plenamente una de las premisas intrínsecas al espíritu de su existencia: la adecuación de los espacios y equipamientos que forman parte de su geografía urbana a las distintas propuestas presentadas.
No Pool (No Water) – Abuso o tristeza profunda
Relevante. Si tuviéramos que resumir en una palabra el último proyecto de Íntims Produccions no hay duda de cuál sería. Una brutal aproximación a un texto de Mark Ravenhill no menos feroz. Probablemente, en Pool (No Water) se encuentren algunas de las mejores perlas del autor en muchos de los fragmentos de la pieza. Y el trabajo presentado en esta puesta en escena, así como el vigor interpretativo, están al nivel altísimo que la función requiere.
Una traducción que no adapta en demasía y que se centra en transmitir la urgencia, anticipación e impaciencia del lenguaje del autor. Algo que los integrantes del elenco han sabido captar a la perfección. El primer tramo de la pieza es simplemente redondo. Ravenhill es grande pero mayor es la dificultad de llevarlo a escena con el tono adecuado para conseguir el calado definitivo en el espectador. Miradas que dicen lo que las palabras callan u ocultan, frases inacabadas, reflexiones personales y cruentas. No hay sentidos suficientes para captar en una sola lectura todo su universo transversal. O eso parecía, porque esta compañía lo ha conseguido en gran medida.
Si bien es cierto que la mayoría de las soluciones estéticas están perfectamente integradas en la dramaturgia y aportan sentido y significado (y, lo más importante, significante), hay otras que aunque válidas parecen más un adorno que una necesidad estricta del texto. El espacio escénico e iluminación de Marc Salicrú, en combinación con el sonido y música de Clara Aguilar son el vestido perfecto para la obra. Realmente nos tiramos a la piscina (vacía) con los protagonistas. Mención también para el vestuario de Chloe Campbell. La representación de No Pool (No Water) en el interior de un polideportivo magnifica aún más si cabe la inmersión del público.
No se ven las costuras de la dramaturgia y dirección compartidas por Anna Serrano, Elena Martín y el mismo Salicrú. En algún momento parece que los personajes divagan un poco, pero es que la intención del autor es precisamente esa: mostrar los altibajos anímicos, personales y profesionales de los personajes. No caigamos en la trampa de pensar que Ravenhill se limita a reflexionar sobre los límites éticos del arte convertido en profesión. Va mucho más allá y consigue escalar esta ponderación a un nivel íntimo e identitario desgarrador.
Los intérpretes consiguen situarse (y situarnos) en ese nivel de exigencia, riesgo e indefensión. La entrega es absoluta y de una generosidad total. A destacar los impagables momentos compartidos entre Marc Cartanyà y Xavier Teixidó y todas las aportaciones de Sandra Pujol. Isaac Baró y Oriol Esquerda completan un elenco magnífico en el que quizá se echa de menos un punto de diferenciación en el tono de algunos personajes, para que cada uno se desarrolle ante nosotros con su propia personalidad. Entre todos consiguen mostrar el viaje del dolor a la rabia, de la incomprensión a la asimilación y de la renuncia a la aceptación de un modo ejemplar. Naturalizando la transmisión de la opulencia y posicionamiento extremo que hay en algunos fragmentos de la pieza de Ravenhill.
Sin duda, ante No Pool (No Water) nos encontramos ante una propuesta que promete será, si es que no lo es ya, una auténtica bomba de relojería.
Màtria – El salto generacional como termómetro del dolor
Carla Rovira nos ofrece una propuesta a contracorriente de cualquier idea preconcebida adquirida antes de la representación. Màtria es un particular ejercicio sobre la memoria histórica individual. Muchas preguntas y bastantes respuestas posibles para un espectáculo que abarca mucho y aprieta algo menos, tensando en muchos momentos las cuerdas de la paciencia del espectador.
Convertir el proceso de creación artística y las motivaciones para llevarlo a cabo en el mismo espectáculo es algo inusual pero cada vez menos desconocido. Inventarse un álter ego escénico que represente al dramaturgo y las relaciones que éste pueda establecer con personajes de dentro o fuera de la narración son ideas que ya hemos visto en “Watching Peeping Tom” de Alícia Gorina, por ejemplo. No queremos decir con esto que el modelo no sea válido o esté agotado pero, en este caso, no sabemos discernir la relevancia de su aportación al conjunto final.
Es decir, en todo momento estamos informados de las intenciones de la autora convertida en personaje porque nos las explica a través de su cómplice pero, ¿y al final? Sabemos el camino que se quiere recorrer y la declaración de intenciones y voluntades nos parece honesta. Pero inconclusa. Si bien es cierto que, dramáticamente, Rovira juega muy bien las cartas del formato y de la cercanía con el público, nos parece que hablar de la memoria histórica, la creación artística y el ego de sus autores, las relaciones y vínculos familiares o la diferencia en la asimilación del dolor entre generaciones resulta demasiado ambicioso o, por lo menos, necesita unificarse de algún modo más
Lo que realmente nos atrapa de Màtria son las señas de identidad de la autora, presentes a lo largo de su obra, como puede ser su militancia feminista y el uso del género. El espacio escénico de Mariona Signes y el trabajo audiovisual de Erol Ileri Llordella aportan unidad a todo el conjunto. La capacidad Rovira para conseguir que con el giro del último tramo todo lo visto hasta entonces cobre nuevo sentido es encomiable. Aplaudimos de verdad, su voluntad manifiesta de abandonar el centro de atención escénico.
Finalmente, aplaudimos él éxito de la propuesta cuando se trata de conseguir que el público se plantee preguntas. Sobrellevar la losa que puede suponer a nivel dramático la validez del caso individual y concreto era un reto difícil que aquí se supera prácticamente en su totalidad. Un trabajo que merece ser visto y experimentado.
Crítica realizada por Fernando Solla