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08.09.2017 Críticas  
El atractivo del fanfarrón

Se repone en el Teatro Infanta Isabel esta versión del Tartufo de Moliere versionada por Pedro Víllora y dirigida por José Gómez-Friha. Un elenco con variaciones respecto al estrenado hace unos meses, en un espacio distinto y que consigue un ritmo trepidante con algunas lagunas interpretativas.

Hace casi cinco siglos que la privilegiada mente de Moliere encerró en la figura de Tartufo el Impostor a todos los fanfarrones que, haciendo uso de su carisma y atractivo engañan y se aprovechan de los demás. En esta resumida versión y adaptación de la novela de descontextualiza la época aunque se mantiene un código clásico del que se sale a menudo. La cuarta pared se traspasa en repetidas ocasiones, dotando al montaje de un ritmo alocado en algunos momentos y que en algunos momentos puede llegar a agotar al espectador.

El descacharrante arranque de la función, con la maravillosa intervención de la matriarca de la familia, encarnada por un más que experimentado Vicente León, marcará el tono de la función. La versión juega con un lenguaje que se salta los versos clásicos, y en el que se intercalan expresiones y gestos modernos mezclados con el clasicismo de la historia. La música que sale de un ipad consigue crear ese clima atemporal.

La historia nos cuenta como Tartufo se ha adueñado de la voluntad de Orgón, el patriarca de la familia Pernelle. El resto de la familia desconfía de Tartufo e intentan advertir al deslumbrado padre. Pero Tartufo es sabedor de su poder. Su falta de escrúpulos hará el resto.

Repasando el elenco nos encontramos con la experiencia de Vicente León como Orgón, y Lola Baldrich como Elmira. Pocas veces queda tan patente que la experiencia es un grado. Hay un abismo entre el poder escénico de estos y el resto. Una salvedad de esto es Esther Isla que interpreta a Dorina, la deslenguada sirvienta, que no teme decir lo que piensa de Tartufo ante quien sea. Las intervenciones de Esther son esperadas y aplaudidas. Alejandro Albarracín toma el relevo a Rubén Ochandiano en el papel del infame Tartufo. No tuve la oportunidad de ver a Ochandiano, así que no puedo comparar. Albarracín a mi parecer se queda demasiado en la superficialidad. Quizá su atractivo físico juega en contra del papel que le toca. A Tartufo se le atribuye un lado oscuro y siniestro que aquí el actor no consigue imponer.

El tono de toda la función bascula entre la comedia descontrolada y la más convencional. Se agradecen las salidas de tono, las carreras entre el público, las confidencias al respetable. Todo eso contribuye a que algunas de las flaquezas de la función se pasen por alto. Al final el resultado es agradable, si bien unos cuantos toques en la dirección de actores se agradecerían y harían que el resultado llegara al notable.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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