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22.07.2017 Críticas  
Caen las barreras (o no)

Sergi Pompermayer estrena su nueva propuesta. El autor firma la dramaturgia y la dirección de Sacrifici, un trabajo que ofrece una muy interesante doble lectura en contraste con su anterior pieza “New Order”. De nuevo, personajes expuestos a situaciones límite si bien los condicionantes son algo más autoimpuestos o intrínsecos que en la obra precedente.

En Sacrifici se exploran de manera algo salvaje y sin tapujos los límites (si es que los hay) entre la amistad y el amor. No tanto la línea que separa ambos estados entre dos personas, que también, sino las fronteras y su imposición para elegir entre la pareja o (en este caso) “el” amigo. ¿Qué y quién pesa más?Las posibilidades y la legitimidad de las mismas que nos ofrece cada uno. La primera, un futuro que quizá difiera del que habíamos imaginado para nosotros. La posibilidad de perpetuación pero también el encadenamiento a unas obligaciones salariales e interpersonales que hay que cumplir. Sueños e ilusiones, quizá quimeras, para abandonar. El segundo, el apoyo y empuje (gracias a la despreocupación y posibilidades adquisitivas) para que nos lancemos a la piscina y persigamos y desarrollemos nuestro talento, vehiculado hacia nuestra sublimación y manifestación artística. ¿Altruismo, egoísmo, individualismo o instinto de supervivencia?

Sin duda, temas profundos que Pompermayer sabe encauzar con un formato accesible y en apariencia anodino que, progresivamente, nos atrapa y se convierte en un gran artefacto dramático. Lo mismo sucede con los cuatro personajes protagonistas. Tan prototípicos como lo puedan ser los roles que la organización social les dirige a ocupar. El autor trabaja muy bien las connotaciones socio y geopolíticas a través del esqueleto de sus ficciones y Sacrifici es buena muestra de ello. No tanto el porqué sino el cómo se ha llegado hasta ahí. La puesta en escena favorece esa sensación de estar expuesto a factores que no podemos controlar. Lo que le sucede a Nil en manos de Marc magnifica la función del espectador frente a una pieza teatral y viceversa. El que tiene y el que puede, tanto en términos materiales como talentosos y cómo asimila cada cual sus carencias.

Como en “New Order” los personajes se equivocarán, sufrirán y nos harán reír hasta que, finalmente, provoquen una chispa intelectual que nos sacude y despierta, que nos obliga a cuestionar(nos) y posicionar(nos) en un nivel que va mucho más allá de la ficción teatral y se instala en nuestra escala de valores. Los personajes están construidos a partir de una premisa clara y concisa: ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para conseguir lo que anhelamos y cuándo nos bajamos a un nivel mucho más mundano y lineal? El personaje de Marc será clave para que la sacudida suceda. A su alrededor, Lara, Nil y Mia se verán en el límite y deberán decidir. No hay personajes satélite, pero sí actitudes y valores que se retroalimentarán en la órbita de las demás.

Para que todo esto llegue a buen puerto es imprescindible que las interpretaciones estén en sintonía con el tono y el tempo de la propuesta. Y sí, lo están y muy felizmente. Tanto Mar Pawlowsky como Maria Hernández dotan de personalidad propia a un personaje que podría convertirse en marioneta de los trucos de los demás. Hernández tiene un momento final muy conseguido. Eric Balbàs y Marc Ribera componen dos personajes en apariencia opuestos pero complementarios. Ambos saben evocar cómo las decisiones y actitudes del otro tocan las teclas necesarias para que se cuestionen lo que sucede y cómo les afecta. Sobre Ribera cae el que quizá sea el rol más difícil de llevar, algo que consigue con gran éxito hasta convencernos y persuadirnos totalmente. Interpretaciones en las que la espontaneidad y la naturalidad son necesarias, algo especialmente conseguido en las escenas de borrachera más desfasadas.

Finalmente, la escenografía de Laura Clos “Closca” y Sergi Corbera y la iluminación de Marc Salicrú delimitan un espacio horizontal muy interesante que sabe aprovechar la disposición del escenario. Si las líneas horizontales simbolizan el espacio y las verticales el tiempo, aquí todo esta en panorámico. Esto provoca un efecto que beneficia al resultado final, ya que de alguna manera recogerá la situación de unos personajes dispersos en un momento determinado del que no parecen tener muchas herramientas para salir indemnes. Muy buen trabajo de toda la compañía y un texto que sabe trascender el aquí y ahora del momento presente y que podría estudiarse en conjunto con “The Shape of Things” de Neil Labute.

Crítica realizada por Fernando Solla

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