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14.07.2017 Críticas  
Gilipollas apalancados mientras te secas el pelo

El Teatre Akadèmia vuelve a confiar en Moreno Bernardi y le ofrece carta blanca para seguir indagando en su particular y ya referencial acercamiento a “La noche antes de los bosques” de Bernard-Marie Koltès.

Desde la temporada pasada que permanecemos estupefactos ante el recuerdo y aprehensión permanente de La Nit, un efecto que continúa intacto y todavía se magnifica más en esta nueva ocasión.

Ahora, la pieza se representa en formato díptico con Radionit, composición que es a la vez inmersión profunda y consecuencia del anterior estadio de este apasionante work in progress. La Nit es lluvia. Una fascinante e hipnótica tormenta interior. Gotas que sentimos una a una, de palabras y de sudor. De sílabas y sonidos. Radionit ya es el narcótico o droga escénica. Una vez dentro resulta imposible escapar. Si la primera dramaturgia usa el espacio y el movimiento en combinación con el despliegue vocálico, la segunda se basa en la musicalidad de las palabras, su ritmo y cadencia. El del mismo personaje desdoblado en dos para enfocar sus múltiples puntos de vista o posibilidades de aproximación.

El extranjero, el inmigrante, el solitario, el explotado. Que se revela contra y ante sí mismo, además del mundo que le rodea y que lo condiciona a su situación actual. El trabajo de Bernardi con Guillem Gefaell y David Menéndez resulta extraordinario. En La Nit una coreografía entre palabra, voz, movimiento y espacio. En Radionit un concierto en el que la palabra será la dramaturga de todo lo demás. En ambos casos la coordinación y la técnica se esconderán tras una apoteósica y adecuada asimilación de la naturaleza de la propuesta. La generosidad de los intérpretes es tan insólita como colosal. Resulta impresionante cómo a partir de una misma base pueden surgir dos propuestas tan distintas y, a la vez, tan complementarias. Un verdadero lujo y oportunidad experimental y de aprendizaje.

En la primera parte sus cuerpos se combinarán entre sí y con el espacio, a la vez que sus sonidos. La expectación de los asistentes roza el delirio cuando vemos lo depurado de la compenetración entre ambos. Sus gestos y movimientos que los separarán y los unirán, el ritmo de su respiración que empastará perfectamente entre ambos, así como con la del público. En la segunda, este acoplamiento es más vocal, ya que una vez mostrados los distintos puntos de vista de un único personaje, los acercamientos se combinan por contraste. Gefaell parecerá realizar una aproximación hacia el interior y Menéndez exteriorizará el anhelo o angustia vital. El primero cerrará los ojos durante gran parte de la función mientras que el segundo convertirá sus ojos, bien abiertos, en “la mirada de un sueño”, como se dice en el texto.

Su trabajo conjunto es tan inclasificable como genuino y grandioso. Mostrando la musculatura de las palabras, de los sonidos y las metáforas a la vez que ocultan la suya física para no distraernos de lo que sucede. Un proceso tan concreto y detallado que ninguno de los implicados o el espacio sería intercambiable. La adecuación física es clara y manifiesta, poniendo cuerpo, gesto y voz al servicio de una idea con éxito rotundo. Un baile íntimo y personalísimo (y empapado de sudor) en La Nit que pasará a ser un apasionante concierto de timbres y ritmos, tonalidades y volumen en Radionit. Una apoteósica combinación de sonidos y palabras que muestran una no menos exitosa composición vocal. La capacidad de Gefaell para ejecutar todo tipo de acercamientos es fantástica.

Sin querer desmerecer ni un ápice su trabajo, celebramos el rotundo triunfo de Menéndez con su interpretación de ambas piezas, todavía más acentuado, si cabe, en Radionit. Triunfo interpretativo (no contra su compañero ni mucho menos) sino ante toda una profesión. Cualquier intérprete querría conseguir lo que muestra el actor aquí. Su capacidad de (con)movernos a través de cada gesto o mueca, cada sonrisa y cada mirada es apabullante. El tono y colocación de la voz es férreamente imperturbable y ecléctico a más no poder. Ojo, al cruzarse con su mirada porque caemos en una suerte de parálisis del sueño de la que es imposible escapar. Ni podemos ni queremos. Posiblemente, la interpretación de la temporada. Magnífica.

El diseño de iluminación de Pol Queralt parece mantener esta indagación intrínseca entre ambas propuestas. El juego claroscuro de la La Nit, con las sombras de los protagonistas proyectadas sobre las columnas del espacio escénico se transforma en Radionit hasta mostrar todos los matices de las interpretaciones y la aproximación de Bernardi. Una suerte de ilusoria luz de sirena giratoria interior que sobre el rostro de los intérpretes consigue un efecto hipnótico. El vestuario de Laura Tamayo “culture” es tan sencillo en apariencia como adecuado para remarcar el protagonismo del movimiento y la palabra antes que de los cuerpos, que no son finalidad expositiva y sí herramienta dramática en manos de la visionaria propuesta de Bernardi. El espacio sonoro, igualmente, perfecto.

Finalmente, agradecemos la inquietud y generosidad tanto de Bernardi como de Gefaell y Menéndez para hacernos partícipes de su aventura escénica. A día de hoy, resulta muy gratificante ver cómo hay artistas que sin adscribirse a ninguna etiqueta consiguen redefinir todas las teorías y conceptos de la aproximación dramatúrgica a través de cualquiera de sus manifestaciones escénicas. Si Koltès levantara la cabeza por fin se vería comprendido y entendería lo indispensable de su obra cuatro décadas después. Una revolucionaria aproximación tanto al a forma como al contenido que en manos de los aquí presentes se convierte en algo necesario, preciso, esencial e irremplazable. Dos piezas urgentes y vitales para entender la finalidad última e íntima de compartir un momento escénico a día de hoy. Más que nunca. Indispensable la asistencia a La Nit/Radionit.

Crítica realizada por Fernando Solla

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