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12.06.2017 Críticas  
Urgente y exitosa instalación teatral

Una sacudida en forma de obra teatral es lo que nos propone Iago Pericot en La Seca Espai Brossa. A partir de la pintura de Adam i Eva de Albrecht Dürer asistiremos a una profunda reflexión sobre el estado actual de las cosas y, a la vez, sobre la función del arte en cualquiera de sus manifestaciones. Un ejercicio importante tanto para los intérpretes como para los espectadores.

Dos personajes protagonistas (y un tercero del que no desvelaremos más detalles) que llevan el peso de la función de una manera insólita. Por supuesto que hay creación en su acercamiento, pero el trabajo más importante es el de convertirse en todos los elementos básicos del mensaje unipersonal: emisor, receptor, mensaje y, lo más difícil, feedback. Tanto Malcolm McCarthy como Adriana Segurado interpretan el desconocimiento de sí mismos y del entorno que les rodea. También la adquisición del lenguaje y la incomprensión sobre el orden establecido o la actitud de nuestros semejantes, incluida la nuestra. Un lenguaje que no será capaz de concebir o contener y hacer entendible para ellos una realidad que atenta contra los derechos básicos de la humanidad.

Es imprescindible, para que el ritmo de la función no decaiga y también para llevarnos al terreno donde pretende el autor, que lideren el diálogo o conversación con el público desde esta ilusión de inocencia de sus personajes, pero a la vez reconduciendo la jornada hasta donde es necesario. De si tomamos o no la misma decisión final que ellos resultará el éxito de la persuasión. Aquí llega el punto en el que se introduce (a partir de la persistente dramaturgia de Olga Parra) la deliberación intrínseca sobre el papel del arte, en este caso pictórico o teatral. Muy bien jugadas las cartas de la improvisación y de la recogida de las respuestas del público, integrándolas en el contexto de la obra.

Nunca se explicitará esa voluntad y este detalle será el punto culminante donde radica el triunfo de la función. Ese pensamiento o ponderación sucederá por el efecto o impacto provocado ante lo que sucede en escena. La desnudez de los dos intérpretes dejará de ser física hasta convertirse en sinónimo de nuestra indigencia o escasez argumental. No se podrá aquí mirar hacia otro lado o dejarse llevar por la fuerza de la costumbre. Pericot demuestra una habilidad envidiable para tratar el contenido la información y vehicularlo a través del desarrollo de la función.

A partir de la dosificación de los submensajes, el acto comunicativo dejará de ser un acto de transmisión puramente imparcial y se centrará en la revelación personal que esconden las palabras por parte del emisor y en la relación establecida a través de su relación con el receptor. De este modo, las ideas y su aprehensión se transforman en una constatación de la opinión que merecemos a los protagonistas y en cómo definen nuestra relación. Esta revelación, una vez más, se nos transmitirá y pasaremos a cuestionarnos a nosotros mismos consiguiendo vernos desde fuera. Por todo esto, destacamos el rigor interpretativo de McCarthy y Segurado (y Climent Sensada) y, por supuesto, de Parra y Pericot.

La escenografía de Xarli Hernández Pol es muy efectiva, ya que consigue recrear y fusionar la representación teatral, la instalación, el arte pictórico y el audiovisual con coherencia y plasticidad. Manteniendo libre la mayor parte de espacio escénico para que los intérpretes desarrollen su trabajo corporal. Lo mismo sucede con el diseño de iluminación y el espacio sonoro de Albert Julve que, contrasta esa ruptura constante de la cuarta pared, con la visión más contemplativa de estar asistiendo a una galería de arte, con el momento más apocalíptico o distópico del tramo final.

Precisamente, y a pesar de que no salimos del todo indemnes, el éxito de la propuesta es completo. Por su capacidad de remover consciencias no tanto a partir de la emoción como de la reflexión y el razonamiento. Y sobretodo, como decíamos ahora, por la posibilidad distópica, una opción tan ilusoria en el mundo real como factible en el teatral. El optimismo del aprendizaje.

Crítica realizada por Fernando Solla

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