Algo muy importante está sucediendo en La Villarroel. Con el estreno de Els Tres Aniversaris la sala cierra una temporada brillante. El texto de la alemana Rebekka Kricheldorf adapta “Las tres hermanas” de Ánton Chéjov de un modo inusual, inteligente y divertido. Culminante a través de la empatía y la catarsis conseguidas gracias a un gran trabajo actoral.
La traducción de Joan Negrié consigue mantener la localización original y la vez facilita que nos sintamos partícipes desde el primer momento. Jordi Prat i Coll trabaja mucho el texto, analizándolo tanto o más que la autora, y el trabajo con los actores. No hay decisión desacertada en toda la propuesta. El director mantiene un ritmo en apariencia vertiginoso para mostrar el aburrimiento infinito de los personajes. El contraste llega a ser apoteósico. El balance entre comedia y drama está muy bien conseguido. El tono cómico imperante contrasta con algunas situaciones, provocando siempre la reflexión. No se trata sólo de buscar la sonrisa o complicidad sino de traspasar las palabras y las situaciones. Aquí, esta necesidad del texto original se consigue siempre y con creces. La inclusión o interacción con el público se asume con complicidad y acierto, saliendo del texto lo justo y siempre en el momento preciso para tomar aire y volvernos a atrapar.
Las palabras de Kricheldorf son muy relevantes. No sólo adapta a Chéjov sino que cuestiona esa idealización que a veces atribuimos a sus personajes. A la vez, el respeto y la deferencia hacia el material original están presentes en todo momento. Es curioso cómo, creando unos personajes tan concretos, la empatía generada es tan grande. Personajes que se convierten en espejo de un estado de ánimo generalizado. El estudio y análisis de cada uno de ellos es de lo más interesante y meritorio de la dramaturgia europea reciente.
El impacto no sería tan grande sin este excepcional elenco de actores, muy bien dirigidos para la ocasión. Cuando se trata de mostrar este tipo de frustraciones vitales, el enfoque desde la verdad es imprescindible. Cuando el género cómico interviene de manera tan acentuada, esto puede dificultar la aproximación o hacer perder el foco. Aquí no. Un gran acierto de Prat i Coll es el de dejar que los intérpretes se muestren a sí mismos para en cada momento preciso, sorprenderlos (y a nosotros) con una frase o una reacción física inédita hasta ahora (el que haya seguido la trayectoria de estos artistas entenderá está reflexión). Joan Negrié, Albert Triola, Miranda Gas, Victòria Pagès y Anna Alarcón realizan un trabajo excepcional y muy generoso. Saben tocar la tecla adecuada en el momento preciso. Individualmente y en conjunto. Todos brillan con luz propia en varios momentos.
Sin querer desmerecer su trabajo, sería injusto no destacar a una grandísima Rosa Boladeras. Ella es la que lleva a su personaje más al extremo. La que arriesga más y, finalmente, gana. Arrebatadora tanto en su manera de decir el texto como en su entrega física, la actriz nos toca el alma. Nos divierte sobremanera pero también nos lleva a rincones insospechados. Su interpretación une simbólicamente la intencionalidad de Chéjov, Kricheldorf y, por supuesto, Prat i Coll. Esa mirada final es de lo más descorazonador que se ha visto en esta temporada. Impresionante.
La escenografía de Enric Planas y el vestuario de Miriam Compte van a la par. Un envoltorio ideal para esta propuesta. Lo mismo sucede con la iluminación de David Bofarull, que sabe incluir el movimiento de los intérpretes dentro y fuera del escenario sin renunciar a mantener el ambiente de cada escena. El diseño de sonido de Guillem Rodríguez y Joan Solé Martí nos sitúan en un terreno entre ilusorio y real cada vez que algún sonido externo se introduce en escena. Todos ellos apoyan a la dirección de Prat i Coll y consiguen que las tres escenas en las que se divide la obra se sucedan sin pausa pero, a la vez, captan su significación y propician que nuestra reflexión se haga en paralelo al transcurso de la representación. Realmente, un trabajo impecable.
Finalmente, parece que los astros se han alineado hasta ofrecer un espectáculo en el que los personajes nos divierten y nos conmueven a partes iguales. El resultado final parece enriquecerse de lo que se intuye como una suma de complicidades de todos los implicados, dentro y fuera de escena. Els Tres Aniversaris nos regala una ocasión única para participar de un diálogo imprescindible entre Chéjov y Kricheldorf, en el que se nos incluye desde el primer momento. Si a este sumamos unas interpretaciones y una dirección excelentes, tan analíticas y arrebatadoras como el texto, podemos afirmar que nos encontramos ante uno de los grandes títulos de la temporada.
Crítica realizada por Fernando Solla