Tener la oportunidad de poder ver, en la capital, alguno de los montajes que se programan durante el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, aunque sea en una versión reducida, no en duración, sino perdiendo el marco incomparable del teatro romano, es de agradecer.
El Teatro Bellas Artes de Madrid rescata uno de los montajes que se pudo disfrutar en Mérida, Aquiles, El Hombre, siendo esta una de las casas del director actual del Festival, Jesús Cimarro. La acción nos traslada al campamento litoral del ejército aqueo, que tras nueve años de asedio a Troya, comienza a acusar el desaliento que produce el no efectuar ningún tipo de avance en la contienda, mas que el aumento de las bajas en ambos bandos. Aquiles ya no se encuentra en disposición de dirigir unas tropas, mas necesitadas que nunca de un liderazgo y una voz de aliento que les haga continuar, y es en este estado anímico del héroe en el que se plantea la tragedia de este relato de los hechos fundamentales de batalla.
Una atractiva y brillante escenografía de Curt Allen Wilmer nos introduce en Aquiles, El Hombre; escenario digno de los buenos tiempo de las naves del Matadero, con una playa lanceada, y unos soldados que van entrando en escena, agotados, sangrantes y derrotados. En este punto, el vestuario de Pier Paolo Alvaro es otro gran acierto del montaje, con una aproximación a estos guerreros entre los actuales soldados de Irak, y los antidisturbios de una capital mundial. Planteando estos dos grandes puntos, comienza una representación que renquea como un recluta malherido. La música que ambienta una desconcertante coreografía que haría las delicias de Mateo Feijoo, sirve de interludios a una sucesión de episodios, mas o menos alejados en el tiempo, que van haciéndonos comprender el hastío de Aquiles tras esta larga contienda, pero que de hecho aislados, hace que pierda forma el contexto o la síntesis de la obra.
Toni Cantó es un Aquiles con una gran voz, pero carente de poderío escénico, que no logra que veamos la diferenciación entre la dualidad que pretenden plantearnos, del héroe sediento de venganza y el ser humano que es, con sus inseguridades y hartazgo vital. Ruth Díaz es su esclava Briseida, mujer de rey, y una víctima mas de los estragos de la guerra. Su relación con Aquiles es de una toxicidad incierta, que junto con una nula química entre la pareja, nos resulta tremendamente difícil imaginarnos una historia de amor. El código de Ruth Díaz interpretando a Briseida es uno de los grandes enigmas de la dirección de Aquiles, El Hombre, ya que parece recién sacada del rodaje de esa gran tragedia urbana que protagonizaba junto a Antonio de la Torre, e interpreta a una esclava/reina de suburbio capitalino, bastante desconcertante.
Rubén Sanz y Octavi Pujades ponen testosterona, músculo, y una deslumbrante percha para un uniforme militar que lo agradece, pero que, dada la condensación de eventos que suceden, sus personajes acusan la brevedad, y ni siquiera la muerte del personaje de Pujades es acusado por la audiencia o justifica la leve sed de venganza que desata la misma en Aquiles. Se ha querido eliminar la connotación homosexual que siempre se les ha dado a Patroclo y Aquiles, y precisamente esta reserva en dar afectividad a esta pareja, mitiga el énfasis de la venganza en escena.
Son dos los actores que parecen totalmente contextualizados en el montaje en que se encuentran, y que realmente se nota un estudio del personaje y da pena que su intervención sea tan breve. Pepe Ocio, siempre un gusto ver en escena, por su entrega y su presencia, aunque en este caso quede en un segundo plano; al igual que David Tortosa, curtido ya en multitud de registros, que hace que, al igual que ocurre con Pepe Ocio, recordemos que están en escena por su interpretación, y no por el six pack que (en este caso) no lucen.
El resto del elenco se pierde a la deriva como las naves que abandonan las costas troyanas en retirada. La resolución de ciertos episodios, quizás motivada por las reducidas medidas del escenario, habiendo sido este montaje concebido para algo seis veces mayor, son realmente cómicas y distraen de lo que debería ser, una tragedia que plantee el conflicto de un hombre entre cumplir las ordenes impuestas en pos de sus sentimientos. Aquiles, El Hombre es una función muy irregular, que se agradece sea de corta duración, y que acusa quizás el brillo de una atmósfera como el teatro romano de Mérida, dejando a la luz toda una serie de errores que acuso a la dirección, y que impiden que sea memorable.
Crítica realizada por Ismael Lomana