El Teatro Romea acoge la recta final de una proyecto teatral que ha gozado de dos años de vida sobre los escenarios. La capacidad de convocatoria de la propuesta está fuera de toda duda pero, a día de hoy, sigue sorprendiendo tanto la validez del discurso del personaje protagonista como la aproximación que se hace del mismo.
El texto escrito a cuatro manos por Mario Gas y Alberto Iglesias capta a la perfección la ironía socrática, así como la indagación en los conceptos de justicia, virtud y amor hacia el prójimo, pilares de la sabiduría del filósofo. El juicio a Sócrates y algunos personajes del entorno inmediato del de Atenas se mantendrán, pero la intención no será nunca tanto biográfica o histórica, sino la de presentar a un protagonista contemporáneo que transmite su discurso y mantiene su modo de razonar hoy, mirando al pasado desde el presente más inmediato.
La interpelación directa al público permite, en primer lugar, que los espectadores asimilemos nuestra presencia en la sala a la del grupo de ciudadanos atenienses que formaron parte de la decisión fatal. Además, la ruptura de la cuarta pared permite que comprobemos en primera persona la vigencia de lo que se relata. Que se evidencien tan abiertamente las similitudes en las fracturas del sistema político y democrático de entonces y ahora no es un lastre, sino al contrario. Para esta función es importante que esto suceda así, porque justifica a través del texto la presencia e ilusoria verosimilitud de Sócrates hoy en día.
Convertir la sala en un foro de debate abierto y libre es algo a lo que el teatro no es ajeno. La vehemencia, insistencia y perseverancia de algunos profesionales como los aquí implicados, que todavía solidifican sus propuestas a través del texto y la palabra como principal herramienta de comunicación, puede que sea lo verdaderamente revolucionario. Esta característica está muy bien introducida en el libreto cuando el protagonista nos explica la necesidad de mantener una actitud de escucha y la importancia de desconectar teléfonos, etc… La reflexión sobre cómo nos comunicamos y cómo gestionamos las vías informativas también tiene cabida en esta propuesta.
El espacio sonoro de Àlex Polls sabe como mantener el protagonismo de la palabra dicha por los intérpretes sin escatimar la capacidad estética, evocadora e ilustrativa, de la música ambiental. En combinación con el vestuario de Antonio Belart y la escenografía de Paco Azorín, nos trasladamos a la antigüedad clásica con la misma facilidad con la que mantenemos nuestro punto de vista actual. Piezas de vestuario de líneas y colores de entonces, pero a la vez atemporales. El juicio a la democracia y todos sus claroscuros, perfectamente iluminados por Txema Orriols, que también delimitará con su trabajo el énfasis en lo que dice un personaje u otro.
El elenco es, sin duda, el plato fuerte de la función. Cada uno de los intérpretes se acerca a los distintos personajes aportando de su propia cosecha. De Pep Molina a Guillem Motos, pasando por Ramon Pujol, que aprovechan todas sus intervenciones. Carles Canut y Amparo Pamplona (en un doble papel) se muestran generosos en su amplitud de recursos, manteniéndose siempre en el tono adecuado. Muy buen trabajo de Borja Espinosa que consigue que el ímpetu de sus parlamentos dejarnos clavados en la butaca, transmitiendo una energía con sus palabras que contrasta a la perfección con lo estático del movimiento escénico.
Y llegamos a Josep Maria Pou, quien nos persuade totalmente con una interpretación poderosa y transversal. Cada palabra que pronuncia parece adquirir todo su sentido cuando sale de su boca. Una entonación precisa e intencionada para tocar todas las teclas de la función. La profundidad de su mirada y la cohesión de cada gesto y movimiento con la significación de lo dicho en acompañamiento son insuperables. Difícil será a partir de ahora disociar la imagen del actor de la del personaje interpretado. Generoso y hábil, una vez más, para transmitir a través de su trabajo sobre las tablas lo que para él significa el oficio teatral.
Finalmente, Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano es un canto de amor hacia una manera de hacer teatro en la que la palabra dicha adquiere su máxima relevancia. Una lección de cómo el ser humano debería relacionarse con él prójimo que, finalmente, lo es también para el espectador teatral, del que se requiere su escucha y atención para que su propia experiencia sea plena. Como los sabios, Pou, Gas y compañía, lejos de sentar cátedra, cuestionan el estado actual de las cosas y nos dotan de herramientas para poder opinar y decidir por nosotros mismos. Nos persuaden y liberan a la vez.
Crítica realizada por Fernando Solla