Hace ya dos años que se está promulgando la misma sentencia de muerte a uno de los filosofos griegos con más repercursión de la Historia. Conocido como el padre del pensamiento occidental y maestro de Platón, en Sócrates, Juicio y muerte de un ciudadano, nos presenta las últimas horas de este pensador, antes de encontrarse con la muerte por envenenamiento con cicuta.
Más de 60000 españoles han sido testigos de esta trama histórica, donde el protagonista será llevado a juicio por sus conciudadanos, especialmente aquellos más cercanos al poder, acusado de corromper a la juventud ateniense y menospreciar los dioses griegos, tras haber desenmascarado de forma coherente la corrupción de la autoridad democrática de aquella época, así como la manipulación religiosa.
Tras todo este tiempo Sócrates vuelve al Teatre Romea, desde donde partió, para cerrar la gira nacional que les ha dado indiscutiblemente un éxito tras otro.
El renombrado filósofo no dejó ningún escrito de todas sus reflexiones, inquietudes y búsquedas intelectuales y todo lo que se sabe es por los escritos de algunos de sus discípulos como Platón o Jenofonte, de escritores contemporáneos que registraron parte de su biografía como Diógenes Laercio, o incluso dramaturgos de la época, como Aristófanes, quien le tenían gran animadversión.
Mario Gas y Alberto Iglesias firman un texto preparado para siete actores donde, a modo de monólogo la mayor parte del tiempo, cada personaje explicará algo de la vida de Sócrates o sus razones para acusarlo o defenderlo. Josep Mª Pou, quien lleva el peso evidente a sus espaldas, con los textos más largos e intensos, intentará realizar su propia defensa ante el jurado ateniense, alegando su buena ciudadanía y el único pecado de pensar. Cuando utiliza una moneda de poquísimo valor para comprar su voluntad, el jurado se siente grandemente ofendido y finalmente lo condena a muerte por una escasa mayoría.
En el montaje de Gas (quien además de coescribir el texto, también lo dirige) nos sumergimos desde el inicio en la historia pues se ha realizado de forma que esos monólogos que antes comentábamos sean al público del teatro, a quien se nos representa como el jurado de la época. Y aunque realmente no tomamos partido, uno no puede por menos que intentar imaginar que habría decidido si hubiera estado allí. Es más, muchos de los problemas que son tratados en la historia, una historia de hace más de 2000 años, son y siempre han sido, de actualidad (como la corrupción, la falta de justicia o de honestidad), por lo que eso suma al hecho de sumergirnos fácilmente en una historia que no vemos tan lejana a nosotros.
La oratoria de todos los actores es excelente y ayuda a ponernos en situación, pero sin duda alguna la intervención más brillante es para Josep Mª Pou, quien hace del propio Sócrates, y nos regala una dialéctica inteligente e ingeniosa, a la par que lúcida e instruida.
La experiencia es un grado y los actores jóvenes del elenco están bien seleccionados y ejecutan sus intervenciones de forma más que correcta (aunque quizá alguno de ellos quede en ciertos momentos algo sobreactuado, como pueda ser el caso de Guillem Motos). Pero la parte del elenco más mayor gana por goleada con unas interpretaciones pulcras, elegantes y esmeradas. Aparte de Pou, quien no sólo nos enamora por su voz, sus ademanes y sus gestos faciales que parecen suyos propios, tenemos a un Carlos Canut o a una Amparo Pamplona que le dan calidad extraordinaria y, de nuevo, credibilidad a sus participaciones.
Las escenografías del Romea (en esta ocasión a cargo de Paco Azorín) suelen ser simplistas pero más que suficientes, permitiendo así dar énfasis a la parte dialéctica. Y el espacio sonoro de Àlex Polls no roba protagonismo en ningún momento, sino que viste zonas algo desnudas con una suave capa de tul, elegante y refinada.
Que agradecidos debemos de estar al teatro, que no solo nos entretiene, sino que además se preocupa por hacernos vivas historias del pasado y como ocurre en esta ocasión, lo haga tan bien ejecutado y con tanto respeto por las personas protagonistas de esas historias así como por el público.
Crítica realizada por Diana Limones