Llega al Liceu una ópera que cuenta con apenas seis años de vida. QUARTETT toma el original homónimo de Heiner Müller y lo adapta al formato operístico en un espectáculo que trasciende cualquier idea preconcebida que podamos tener, tanto sobre el contenido dramático como sinfónico y, especialmente, sobre el género en cuestión.
El milanés Luca Francesconi firma música y libreto. Su maestría en ambos casos es tan sorprendente como incuestionable. El compositor sabe como trasladar el universo del autor de la pieza de referencia hasta convertir su ópera en una suerte de puesta en escena de un dramaturgo que ya en su momento rompió las fronteras entre el público y la escena. Lo que entonces se denominó como teatro posdramático se convierte gracias a Francesconi en un nuevo concepto. Podemos afirmar que nos encontramos ante un ópera posoperística.
Es redundante insistir en que habitualmente el género desarrolla sus ejemplos en recitativos y arias. Los primeros para hacer avanzar el argumento o narración y las segundas para indagar en la psicología de los personajes. En QUARTETT se romperá con todo esto. Manteniendo a los dos protagonistas como únicos personajes, se combinará el canto en vivo con fragmentos pregrabados. La función estética elevada a la máxima potencia, puesto que los recitativos serán convertidos en diálogos y las atípicas áreas se utilizarán para que los personajes expresen en off sus verdaderos estados de ánimo en cada momento.
El posmodernimo que Müller manifestó en los años sesenta todavía no ha estado superado, ni siquiera igualado. En manos de Francesconi asistimos a una deconstrucción del mismo, a una muestra ejemplar de dicha corriente y, además, a una revolucionaria revisión de la ópera. Lo mismo sucede con la música. La combinación de la orquesta con sonidos reproducidos convierten la puesta en una experiencia inmersiva cuyo calado y éxito es rotundo. Escucharemos la música que acompaña a las voces y, al mismo tiempo, los sonidos que se reproducen en la mente de Merteuil y Valmont.
La interpretación de ambos es fantástica. Tanto en el canto como en el texto (muy desarrollado y muy presente). Su movimiento por la reducida caja en la que sucede todo es adecuadísimo e imprescindible para el éxito de la propuesta. El libreto dibuja muy bien el juego de dominio sexual y psicológico de un personaje sobre el otro, así como los demás a los que darán vida.
Allison Cook se convierte en una actriz de primera categoría ante nuestros ojos sin olvidar ni por un segundo sus aptitudes de mezzosoprano. Su versatilidad en ambos terrenos los unifica en una interpretación memorable. A su vez, Robin Adams enfrenta el reto de reproducir a las dos víctimas de su lascivia (Tourvel y Cécile de Volanges) en los juegos psicoeróticos que mantiene con el personaje de Cook. Esto le obliga a desarrollar parte de su interpretación vocal en un registro agudo que el barítono lírico asume con maestría, siempre sumando a su creación.
El trabajo de ambos da un nuevo y dual sentido al título, ya que el QUARTETT tanto puede estar integrado por los dos personajes presentes y las dos ausentes como por la duplicidad del proceder de los dos protagonistas en escena y la manifestación en off de sí mismos. El trabajo de Àlex Ollé en este terreno es espectacular, como también lo es la combinación de la dirección de intérpretes con el resto de disciplinas artísticas que intervienen en la propuesta.
La escenografía de Alfons Flores sitúa a los personajes en una caja suspendida en el escenario. La (a)simetría es algo que se trabaja a conciencia. Es excepcional como en un espacio tan reducido se consigue que las distintas entradas y salidas sucedan en el aire y con total naturalidad. Realmente la ilusión de que lo escenificado es el subconsicente de los protagonistas sucede en todo momento. La coordinación con la iluminación de Marco Filibeck y el video de Franc Aleu eleva el espectáculo a cotas éticas y estéticas inigualables. Sin duda, esta puesta en escena será muy recordada por conseguir extrapolar lo que sucede en el interior de la mente con lo que encierran las paredes de una gran mansión y así hasta seguir a la decadencia del mundo occidental. Realmente impresionante.
Finalmente, por todo lo expuesto hasta aquí y por una magnífica dirección musical de Peter Rundel, la visita al Liceu se convierte en algo necesario para entender no sólo la capacidad del género para codearse con las manifestaciones artísticas más renovadoras y actuales, sino también para delimitar la mirada del Teatro sobre una línea de programación a seguir. Si Müller levantara la cabeza no hay duda que asentiría orgulloso ante la que quizá sea la mejor puesta en escena de su particular y revolucionariao QUARTETT.
Crítica realizada por Fernando Solla