La compañía Taganrog Teatre lleva a La Seca una cautivadora muestra de la obra dramática de Karl Valentin. A partir de doce piezas cortas y una canción, asistiremos a una especie de cabaret literario en el que la imposibilidad de comprenderse se transforma en una potente alegoría de los tiempos en los que fueron escritos los textos.
La traducción de Feliu Formosa mantiene el ritmo del original en todo momento pero, sobretodo, sabe cómo transmitir toda la causticidad del autor. De algún modo, tendremos la sensación de estar escuchando un texto escrito en nuestro propio idioma y eso es algo muy importante para que la lógica del espectáculo funcione. La incomprensión que se produce entre personajes que se expresan a través de las mismas herramientas lingüísticas la compartiremos los espectadores. El extrañamiento será tal que la curiosidad por participar y zambullirnos en este particular universo nos embargará desde el primer minuto.
No sólo nos referiremos a la lengua hablada. OQUES CRETINES empieza con un fragmento en el que se plantea la posibilidad de convertir la asistencia a las salas de exhibición teatral en algo obligatorio y diario, como lo es la asiduidad escolar. Éste es el nivel de incomprensión y “absurdo” que se refleja sobre las tablas de Sala Leopoldo Fregoli. A través de la alegoría y la necesidad de evidenciar lo ilógico y descabellado del orden actual de las cosas y el humor negro y lo grotesco de las situaciones. Deformaciones y alteraciones de la vida cotidiana. La incongruencia de aquél, éste o cualquier tiempo. También del teatral.
Esta tónica será la imperante durante toda la selección de textos, manteniendo un similar formato de acercamiento a las diversas temáticas tratadas. Varios elementos intervienen para que la puesta en escena sea más que relevante. La dirección de Lluïsa Mallol consigue que no sólo disfrutemos los textos sino de un regalo de acercamiento completo, tanto al autor como a la relevancia e influencia de su obra. Esto lo consigue a través de la dirección y caracterización de los intérpretes y al trabajo figurativo que realizan. Todo tiene un gran porqué.
Sólo entrar a la sala nos encontraremos con Ferran Castells y Josep Maria Mas, que nos esperan. Inmóviles y en silencio. El primero con la mirada perdida y el segundo tumbado más al fondo, de espaldas al público. ¿”Esperando a Godot” de Samuel Beckett? No. No será este el homenaje. Y sí, será aquí la primera evidencia que se realiza mediante la puesta en escena de la influencia de Valentin en autores como Beckett o Bertolt Brecht. Godot será el público (su asistencia) y la ilusión ¿quizá quimera? para el ser humano de llegar a un entendimiento o punto común a través del lenguaje. Teatro educativo pero sin adoctrinamiento. Ilustrativo y persuasivo, pero no manipulador. Bravo por la sensibilidad y generosidad de Mallol.
Lo mismo para Castells, Mas y Blanca Pàmpols. Si al primero lo veremos caracterizado con elementos que representativos del clown y el cabaret (contexto donde el autor desarrolló su trabajo), el segundo nos recordará (por su apariencia e indumentaria) al mismo Valentin. De este modo, al escenario subirán también su manera de comprender el teatro y su propia figura será la que nos nos hará entender o no la significación que pueda haber tras sus palabras. Gran decisión y gran ejecución de ambos. Sobre Castells recae la mayor parte musical, algo que realiza con un desparpajo y comicidad sobresalientes. Mas fortalecerá sus intervenciones con una perenne mirada entre extrañada y sorprendida que contrastará con las palabras que dicen sus personajes. En el caso de Pàmpols se recogerán todas las características anteriores y se multiplicarán fragmento a fragmento. Por parejas o los tres juntos, todas sus intervenciones son excelentes.
Finalmente, la adaptación musical de David Melgar (con algunos guiños a la negación de un bilingüismo que a veces parece que obviamos como representativo de nuestra identidad ciudadana) es tan elocuente como bien hallada. El espacio escénico, el vestuario la iluminación y el movimiento (también de Catells) son ideales para dar forma y continente a las palabras de Valentin. Un autor al que quizá conocemos menos que a sus sucesores, pero al que Mallol y toda la compañía sitúan de nuevo en primera línea de actualidad coyuntural. Una función que no debería pasar desapercibida.
El espectáculo se complementa con la exposición “El Globus, el teatre independent a Terrassa abans i després”, que se puede ver en la Sala Palau i Fabre después de cada representación.
Crítica realizada por Fernando Solla