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23.01.2017 Críticas  
El despertar de Piotr Beczala

El Gran Teatre del Liceu llega a un punto culminante de la presente temporada con una magnífica aproximación al WERTHER de Jules Massenet. La puesta en escena de Willy Decker deslumbra a un público que, en la tarde del estreno, encumbró a Piotr Beczala como primera figura lírica tras exigir, mediante calurosísima ovación, el bis de “Pourquoi me réveiller”.

A día de hoy, todavía sorprende descubrir cómo el libreto de Édouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann modifica la estructura epistolar del original de Goethe. Stefan Heinrichs repone la propuesta original de Decker, que supo utilizar de manera ejemplar estos cambios, especialmente en la relación del protagonista con Charlotte y también con Albert. La primera pasará a ser un personaje con entidad propia y no sólo conocida a través de los ojos de Werther y el segundo dejará de ser el gran amigo para oscurecer el tono y convertirse en rival.

Este detalle sería insignificante para valorar la puesta que nos ocupa sino fuera porque tanto Anna Caterina Antonacci como Joan Martín-Royo saben aprovechar esta característica para dotar a sus interpretaciones de matices que enriquecen aún más si cabe su desempeño vocal. El barítono muestra en sus ademanes una sutil misericordia hacia el eterno enamorado modificando su rivalidad hacia la comprensión de la fatalidad del destino de ambos. Antonnacci se mantiene en su papel para mezzosoprano con ejemplar compostura. Es necesario que su personaje se mantenga en un tono medio hasta el desenlace de la pieza y, con su interpretación, crea a una Charlotte comedida cuando es necesario y progresivamente apasionada. De la contención a la exaltación. Los duetos con Beczala, así como sus dos áreas del tercer acto, son magníficos. Voz y gesto.

Esto nos lleva directamente a WERTHER. Porque en esta ocasión, no es sólo el tenor el que crea al protagonista, sino los tres cabezas de cartel. Piotr Beczala se sirve de las interpretaciones de sus compañeros para crear a un ser romántico pero atemporal. Su idealismo, ilusión y espontaneidad, así como su descenso a los infiernos del amor no correspondido y la asimilación y decisión final se ofrecen ante un público que, en todo momento, se siente acompañado por el intérprete. Reservando la intensidad para los momentos líricos, la interpretación vocal es limpia e impecable. Los asistentes viviremos gracias a él todos los estadios de la pulsión romántica y la progresión se mostrará a través de sus áreas y duetos. Impresionante, especialmente “Pourquoi me réveiller”, que provocó el delirio del respetable.

La dirección musical de Alain Altinoglu es exquisita. La comunión de cuerdas y metales, además de las familias de viento-madera y percusión, se percibe en esta ocasión con un protagonismo siempre adecuado y equilibrado con la presencia y fuerza de lo que sucede en escena. En WERTHER es imprescindible que esto suceda. Más todavía en esta puesta en escena, en la que la fuerza del expresionismo romántico modela los cambios de escena y el cromatismo de la propuesta a partir de los estados anímicos del protagonista. Por este motivo, la convivencia ha de ser feliz. Y en este caso, lo es. Y mucho.

La escenografía y vestuario de Wolfgang Gussmann (también asistidos por Heinrichs), así como la iluminación de Hans Toelstede, distinguen esta puesta en escena magnificando la explosión (y expresión) romántica. Formas geométricas desiguales y asimétricas, imposibles (como el amor de Werther). Un doble espacio que se abre y se cierra con la pared del gran salón, dejando la apertura justa para que los personajes salgan al mundo exterior, según la intensidad del momento. Allí todo será posible: la relación con la naturaleza y el sueño romántico. La escena bajo la nieve es, probablemente, de las más hermosas que puedan verse sobre un escenario. Los colores oscuros para el interior (espectacular diseño del tapizado) y los colores que mudarán según el estado anímico del protagonista funcionan muy bien dramáticamente. Todos estos detalles los aprovecha exponencialmente la dirección de intérpretes y su figuración por el escenario. En este aspecto hay que destacar de nuevo, el trabajo de Antonacci. Su movimiento por el espacio, así como su interacción con los objetos (el cuadro), es excepcional.

Finalmente, hay que destacar la sensibilidad y buen hacer de Elena Sancho Pereg como Sophie y la labor de los solistas del Cor Infantil Amics de la Unió de Granollers. Dirigidos por Josep Vila i Jover, destaca su labor en el preludio que abre la ópera, que dramáticamente funciona como premonición de lo que acontecerá en el último acto. Muy buena ejecución.

Un detalle más, que redondea una propuesta en la que la técnica se disfraza de emoción para conseguir un resultado rotundo e inmejorable. Con este WERTHER si hay algo seguro es que el ideal romántico sigue vivo y, una vez más, despierto. Una producción de la Oper Frankfurt que en el Liceu encuentra un hogar imperecedero.

Crítica realizada por Fernando Solla

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