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18.01.2017 Música  
NIÑA PASTORI, lo que pudo haber sido y no fue

Esta semana cantó LA NIÑA en el Teatre Victoria; cantó tangos, boleros y, por supuesto bulerías; cantó por Manzanita, por Nino Bravo, por Los Panchos, por Héctor Lavoe y por ella misma; pero sobretodo cantó por un público fiel que, desde el patio de butacas, coreaba “¡María! ¡María!”, su nombre real hasta que se le rebautizó, artísticamente hablando.

¿Entonces, por qué la entradilla que encabeza ésta crítica? Porqué NIÑA PASTORI quiere, ama y adora tanto a su público, lo remarca continuamente, que con tal de devolverles una “mijita” de ese cariño no duda en actuar pese a no estar en las mejores condiciones físicas. No en vano el pasado año, en Málaga, dio un recital el mismo día del fallecimiento de un familiar, en ese caso una prima de su misma edad. Hasta ese punto llega el compromiso con su gente.

Ayer tenía un fuerte catarro y salió, dio todo y más, pero pese a su esfuerzo y tesón a ratos se notaba en demasía. Para muestra un botón (o varios): interactuó muchísimo y largo tiempo con el público (es simpática y, como buena gaditana, graciosísima); dejó cantar a sus coristas, que no hacían los coros cubrían los tonos donde no llegaba; alargó los interludios musicales; acercó el micro al público (algo muy pop); bebió varios botellines de agua y tosió entre canción y canción; pero también hizo un bis de más, por entrega, porqué no quería marcharse, porqué pese a que nadie se quejó ella sabía que no estaba bien, y por devolver algo a quienes tanto están por ella y eso de agradecer.

Hay que valorar el esfuerzo que hizo. Sufrió durante toda la velada y yo no soy quién para decir si su actitud fue muy o poco profesional, solo quiero recalcar lo que sucedió y darle valor al hecho de salir a escena en las condiciones en las que lo hizo; no fueron las perfectas pero tampoco tan desastrosas como se puede pensar al leer estas líneas. Parecía que no podría terminar y no quiero saber como lo habrá tenido que pasar en su segundo concierto de ayer martes, último de una gira comenzada y finalizada en la ciudad condal.

De ahí viene “lo que pudo ser y no fue”, si ella hubiera estado en plenitud de facultades, por la raza y el talento que le caracterizan, el concierto habría sido memorable y “solo” fue maravilloso.

Estuvo acompañada por un divertidísimo Chaboli, su marido, en la percusión, con quién no cejó de tener miradas cómplices en toda la noche; por los venezolanos Ildemaro Díaz, también en la percusión y auténtico hombre-orquesta, y José Vicente Muñoz al contrabajo; el pianista cubano Harold Rey; Antonia “Toñi” Nogaredo y Sandra Zarzana a los coros y las palmas (jóvenes con ganas pero todavía un poco verdes y un estilismo que les hacían un flaco favor); y para rematar José Miguel Carmona al toque, un guitarrista extraordinario que se presentó a los conciertos de final de gira con solo un par de días de ensayo.

NIÑA PASTORI ya no es esa adolescente que se dejaba camelar o le pedía a su prima consejos de moda para la cita con el novio, es una mujer madura con un gusto musical de lo más ecléctico (muy latino ésta vez) que remata con voz suave, atenuada y especial cuando precisa y dura, rugiente y rasgada cuando el cante se lo pide. Muy preocupada por los elementos puramente musicales de su obra (¡que gran banda lleva consigo!) y comprometida con su arte. Aunque ayer los factores externos no le permitieron lucirse en las baladas y en los susurros (una pena durante “La quiero a morir” de Manzanita), su voz tirando a ronca se elevaba al soltar el chorro puramente flamenco cuando decía “vamo’ a tocarno’ una bulería”. El técnico de sonido le hizo un flaco favor al inicio del concierto, algo que subsanó en la segunda parte al subirle un poco el micro.

Me quedo con la sensación de haber visto algo bueno pero con las ganas de haber visto algo tan grande como el discazo que se marcó junto a la mexicana Lilla Downs y la argentina Soledad Pastorutti (“Raíces”, 2014). La próxima vez será, de momento me contento con haber escuchado “Cai” cerca, muy cerquita y susurradita a mi oído.

Crítica realizada por Manel Sánchez

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