El Maldà se atreve con un texto del checo Václav Havel en el año en que se celebran ocho décadas del nacimiento del autor. La Trama Produccions se pone a las órdenes de Marilia Samper en un montaje que ofrece una particular perspectiva sobre la fragilidad de los seres humanos y el mundo de apariencias en el que solemos instalar nuestra área de confort.
La traducción de Monika Zgustová sabe encontrar las palabras precisas para cada momento. El uso del lenguaje y el vocabulario escogido marcan muy bien el desarrollo de la situación y el conflicto, así como el desenmascaramiento de las motivaciones de la pareja protagonista. No percibimos en ningún momento que el texto se haya actualizado, aunque la vigencia se mantiene durante toda la estructura narrativa sin que tengamos que contextualizar la pieza en la época de su escritura, ni en ninguna otra.
Esta disciplina se complementa con el espacio escénico de Roger Orra, que (como el texto indica) distribuye por el espacio objetos de aspecto retro, costumbre bastante extendida en la actualidad entre ciertos sectores de la población. Por último, el vestuario de Susana Del Sol sitúa con una única pieza por personaje a cada uno en el estatus social que quiere aparentar. El trabajo de Zgustová, Orra y del Sol consiguen, finalmente, que reconozcamos y asimilemos a estos personajes como algo cercano en nuestro entorno inmediato, más allá de nuestra identificación o no con cada uno de ellos, facilitando que el envoltorio sea el idóneo para esta propuesta.
La importancia del espacio sonoro de Joan Pàmies se muestra expresiva y progresivamente durante varios momentos de la representación, marcando y evidenciando la creciente tensión de la velada para los tres protagonistas. La iluminación, también de Orra, corre en paralelo materializando la misma motivación.
La dirección de Marilia Samper toma las riendas de la puesta en escena con un posicionamiento que consigue integrar y alinear a todos los implicados hacia una visión común y exitosa. La pieza es breve pero el ritmo ha de ser muy concreto para que se llegue a la catarsis. La cadencia e intensidad son progresivamente asimétricas y la dramaturga se vale, una vez más, de los efectos de sonido para hacer avanzar el tiempo narrativo y para separar de alguna manera las escenas que, ante nuestros ojos, se desarrollarán en un único cuadro. Sabe calibrar perfectamente el tono de comedia con el dramatismo o patetismo de la situación reflejada, valiéndose de tres intérpretes más que adecuados al tono general.
Alberto Díaz debe escuchar cómo los amigos de su personaje opinan a destajo sobre todos y cada uno de sus hábitos cotidianos. Su interpretación se basa en el silencio y la escucha y el actor sabe dotar a su trabajo de una aparente sometimiento, como si se sentara ante un tribunal, que encaja a la perfección entre el abatimiento y la negación del rol que se le ha asignado. En el caso de Xavier Pàmies y Carla Ricart la progresión debe manifestarse a la inversa. De un liderazgo inicial a la fragilidad y desmoronamiento progresivo. Él sabe encontrar el tono perfecto para no caer en la caricatura y mostrar, a pesar de todo, a un ser humano. El caso de ella es una demostración de estilo y arrojo. La colocación de la voz es perfecta, así como su posición y movimiento figurativo por el espacio escénico. Sobre Ricart recae el peso final de transgredir las fronteras de la comedia y de conseguir que las piezas del rompecabezas dramático encajen y, gracias a su labor, la explosión es expansiva y, sobretodo, terrenal.
Para terminar, varios son los motivos por los que VERNISSATGE merece nuestra atención. Por su dirección milimétrica y por la labor de sus intérpretes, pero también por el acercamiento a un autor determinante e injustamente desconocido para muchos. Una propuesta que funciona como una bomba de relojería y que, sin perder nunca su vestimenta o registro cómico, sabe tocar todas las teclas necesarias para que la reflexión y la implicación del espectador se mantengan alerta de principio a fin. Muy recomendable.
Crítica realizada por Fernando Solla