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17.10.2016 Críticas  
La escuadra futurista

ESCUADRA HACIA LA MUERTE se estrenó, enfrentándose a problemas con la censura, en el Teatro María Guerrero el 18 de marzo de 1953. Más de 60 años después, Paco Azorín –versión y dirección- actualiza la obra original escrita por Alfonso Sastre, llevándonos hasta una versión con un aire ligeramente futurista.

El mismo Azorían decía: “he procurado darle ese aire, pero no en exceso. No queremos convertirla en ciencia ficción. Me gustaría plantear al público la pregunta de qué será de nosotros dentro de cincuenta años”.

Seis militares –un cabo y cinco soldados- están destacados entre las posiciones de su ejército y las del enemigo. Todos ellos con un pasado delictivo, razón por la cual han sido seleccionados para formar parte de este escuadrón, y con una misión con apenas posibilidades de supervivencia: estar dos meses esperando el momento de recibir órdenes. Todo ocurre durante la Tercera Guerra Mundial.

La obra empieza de manera muy fuerte; desde la primera escena ya sabes qué vas a encontrar y que eso no va a decaer. Este montaje es una crítica feroz, a lo mejor un poco exagerada, de lo que puede ser la vida militar. Se trata de sentimientos antibelicistas expresados de una manera en la que se busca irritar al espectador casi como si éste fuera un personaje más de la obra. Y lo consigue. En un primer momento me vino a la cabeza la parte inicial de «La Chaqueta Metálica» de Kubrick, ¿por qué? es que me surgieron emociones similares a cuando vi la película: no me gusta lo que se ve, y no porque no me guste la película o en este caso la obra, sino porque no me gusta lo que se muestra. La función consigue ese efecto, va a raspar el cerebro del espectador directamente con las uñas. Y por eso que advierto, o digo, que no es una función amable.

Si te metes de cabeza y desde el principio en el búnker donde se desarrolla la obra será maravilloso, pero si por el contrario no lo consigues en un primer momento, dudo mucho que sea posible hacerlo después. Esa construcción subterránea de hormigón armado, donde los personajes se mantienen desconectados del mundo exterior, nos muestra la existencia de una escenografía sencilla –también a cargo de Azorín- que se apoya en imágenes. Además, éste introduce ente cuadro y cuadro un poema diferente de Bertolt Brecht que, a mi parecer, acentúa todavía más lo que se está contando. Me parece algo acertado mientras que, por el contrario, no logro ver mucho sentido a los rasgueos de guitarra que tenían lugar en la zona derecha del escenario.

Los actores – Jan Cornet, Iván Hermes, Carlos Martos, Agus Ruiz, Unax Ugalde y Julián Villagrán- interpretan a los seis personajes. Todos lo hacen de manera acertada aunque en determinados momentos puede parecer que sobreactúan pero creo que no es así, más bien la historia exige esas interpretaciones tan exageradas. Su buen trabajo se ve reforzado por el vestuario de Juan Sebastián Domínguez, que huye de los patrones clásicos de la ropa militar; y por la iluminación de Pedro Yagüe, que logra apoyar los textos y comunicar sensaciones a través de las atmósferas que se van creando.

En definitiva, no es fácil programar algo así sabiendo que el público puede salir irritado o desconcertado, por lo que me parece muy valiente llevarlo a cabo. Otro autor hubiera sido banal, más sencillo para llegar en mayor medida al espectador a través, por ejemplo del melodrama pero entonces no sería ni una crítica ni un alegato. En este caso estamos frente a una obra de teatro que no deja indiferente.

Imprescindible reflexión posterior.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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