Convertida desde su estreno en 2003, por la compañía canadiense Abé Carré Cé Carré en una de las mejores obras de teatro contemporáneas. Escrita y dirigida por Wajdi Mouawad en aquel entonces, llega ahora al escenario de La Abadía una producción dirigida por Mario Gas. Un elenco de esos que quita el hipo y un montaje que corta la respiración desde el minuto uno.
Hablar de INCENDIOS es hablar de algo mayúsculo, de un montaje que será recordado por los privilegiados espectadores que hayan conseguido una entrada para algo histórico. INCENDIOS es un texto tan redondo, tan intrigante, tan humano y desgarrado que se clava en la mente. Posee la historia tantas aristas a las que agarrarse y sangrar, que es imposible desconcentrarse. El nivel de ritmo narrativo es trepidante, cuando toca levantarse, uno se percata de que por tres horas ha sido zarandeado, golpeado y que las lágrimas hace rato corren por las mejillas de la platea.
Conozco el montaje que hace años recaló en el Romea de Barcelona, ese fue mi primer contacto con algo que cambió mi concepción del teatro contemporáneo. Después vino la excelente adaptación cinematográfica de Denis Villeneuve, y ahora tenemos la suerte de poder ver un montaje de una calidad pocas veces vista. Con un gusto y un pulso que dejan una sensación pocas veces reconocida en una sala de teatro.
La historia de Nawal empieza con su muerte y lectura de sus últimas voluntades. Sus dos hijos gemelos, Simón y Jeanne escuchan atónitos los deseos de su madre. Una madre que en los últimos cinco años ha permanecido en silencio absoluto. Sin dar explicación alguna del porqué de ese mutismo repentino y duradero. Les pide que entreguen dos sobres cerrados a un padre que creían muerto, y a un hermano del que desconocían por completo su existencia. Esa petición desencadenará la búsqueda de la verdadera historia de esa madre. Una búsqueda que nos llevará a un pasado de guerras, torturas y hechos que solo pueden ser desvelados si de verdad quieren ser descubiertos.
Una historia con un gran abanico de personajes, interpretados por un reparto de lujo. Ocho actores y actrices que darán vida a veinte personajes distintos. A la cabeza del reparto, Nuria Espert. Cualquier adjetivo para calificar la grandeza de La Espert se me queda corto. Su sola presencia arrastra al público. Su declaración ante un criminal de guerra, en pie, de frente, sin apenas gesticular, es de tal potencia que un escalofrío recorre la platea desde la primera fila a la última. Su grito desgarrador desencadena un torrente de sensaciones pocas veces conocido. Laia Marull coge el testigo de Nuria Espert, interpretando a la Nawal joven. Laia es tan natural, tan real, tan creíble. Nawal es Laia, y Laia es Nawal. Ramón Barea está tremendo, en ese papel de notario responsable, con un humor contenido. Edu Soto construye un personaje difícil, de esos que congelan el gesto ante la barbarie. Alberto Iglesias recrea varios personajes con tino y certeza, me quedo con su Antoine y Chamseddine. Alex García y Carlota Olcina son los gemelos en ese viaje al pasado, tremendos los dos. Y Lucía Barrado interpreta una fantástica Sawda.
Todo este reparto al servicio de una historia contada con una maestría inusitada. Un escenario que son tres, permite que los viajes en el tiempo fluyan sin interrupción, viajando del pasado al presente con una fluidez digna de estudiarse en cualquier escuela de teatro. Los recursos escenográficos son los justos para recrear todos los matices de la historia que se cuenta. Proyecciones breves y al servicio absoluto de la narración, sin resultar para nada excesivas.
Dice Wajdi Mouawad que “somos casas habitadas por un inquilino del que no sabemos nada”, “este espectáculo visto como un fuego que obliga al inquilino que hay en mi a darse a conocer, a revelar su identidad a la casa que soy yo para que, corriendo por todas partes, abra por fin las puertas en las que se encierran los tesoros más íntimos y más trastornadores de mi ser”. INCENDIOS, supone un hito para el espectador que acude a dejarse quemar por una historia que abrasa de principio a fin. Hay que ser valiente para ver INCENDIOS. Hay que tragar saliva en más de una ocasión. Se oye en la obra que tragar saliva es un acto de valentía. Aquí se impone tragarla para seguir contemplando con los ojos empañados la brutal redención. La búsqueda de un acto de amor que recordar. Un hueco en el que guarecerse de la lluvia que apaga los INCENDIOS.
Vayan, vayan, vayan, no lo duden, déjense quemar por pura emoción.
Crítica realizada por Moises C. Alabau