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29.07.2016 Críticas  
El síndrome de la note d’à côté

Alfonso de Vilallonga sube a las tablas del Espai Lliure con un extravagante autorretrato teatro-musical. Con dirección de Ernesto Collado, LA NOTE D’À CÔTÉ se convierte en un espectáculo que, siendo fiel al espíritu del autor, supone un modelo ejemplar de cómo conducir al público a través de lo más singular de su artífice.

A nivel técnico, el montaje resulta impecable. El diseño de sonido de Roc Mateu propicia que la convivencia entre música y palabra (letra y texto) suceda con éxito. La calidad de su trabajo convierte el Espai Lliure en una fascinante caja de resonancia en la que la amplificación es siempre la justa. El impacto proviene de las interpretaciones y el material que contemplamos y escuchamos en escena y no de una tormenta ensordecedora de decibelios confundidos y aturdidores. Una vez conseguida la sonorización perfecta, e imprescindible para el éxito de la propuesta, lo que sí se amplifica exponencialmente es la capacidad de esta compañía de artistas para ensimismar a un público que atiende atónito y entusiasmado a un psicodrama vigoroso, desternillante y tierno a partes iguales.

La escenografía (y attrezzo) de Xavier Erra proponen un espacio diáfano ante una barra de bar perpendicular que servirá, a su vez, de bambalinas donde los intérpretes cambiarán de indumentaria y caracterización. La iluminación de Joaquín Guirado dirigirá nuestras miradas en todo momento, diferenciando la acción entre el cabaret más extrovertido y los momentos más intimistas. La excelente focalización amplificará o reducirá (o modificará) según las necesidades el verde aturquesado que predomina en el escenario (piano y utilería incluidos), con morado y rojo. De lo más abstracto o sutil a la sensación de asistir a un local a medio camino entre los billares, el bingo o una sala de fiestas.

Villallonga canta y cuenta interpelando directamente al público. Lo mismo el resto de intérpretes. Integrando composiciones mayoritariamente propias (como la que da título a la pieza) la música y la palabra siempre serán los hilos conductores del espectáculo. Monólogos y conversión de episodios ancestrales en escenas teatrales. La canción teatralizada, es decir, explicada a través de esta disciplina será la que hará avanzar la propuesta. Palíndromos y juegos de palabras, gags despreocupados de si su humor es fino tosco (y siempre efectivos) que mostrarán tanto la frustración de un artista como su condición aristocrática… Humor, compasión, emoción, alegría… Energía a raudales.

¿Se puede calificar como excelente el trabajo de unos artistas que muestran tanto al personaje como al intérprete en la mayor parte de situaciones? Rotundamente sí. Músicos, actores y cantantes que cada uno desde su disciplina, interactuará con las demás (cuando no las desarrollará todas). Vilallonga resulta un actor que se interpreta a sí mismo. En ningún momento da por hecho que su presencia es suficiente y su ductilidad tanto en lo musical (arropado cálidamente por Gregori Ferrer y Carlos Montfort) como en el texto es remarcable. Elsa Rovayo (“La Shica”), que además se ha encargado del movimiento corporal, deslumbra con su comicidad, su gracia y vivacidad en todos los registros que desempeña. Lo mismo sucede con el tenor (y estupendo actor) Antoni Comas. Y Mónica López. Qué suerte la de los espectadores que consigan cruzar su mirada con la de esta actriz. Ocupando un primer plano o no, López siempre se muestra atenta al trabajo del resto de sus compañeros, guiando los ojos del espectador en todo momento. Su generosidad y entrega son sólo comparables a su talento para saltar de un personaje a otro, al canto y a la coreografía. Pocas veces se puede contemplar a un intérprete que (consciente o no de su belleza y magnetismo) adecúe esta característica a sus interpretaciones con tanta finura. Gran actriz. Gran artista.

Quizá unos de los más grandes (de tantos) aciertos de la función es el tratamiento humorístico y la manera de representarlo. Opinión abierta en un espacio que no necesita de la provocación cuando se ha construido en un marco de libertad sin fronteras. Si hablar de uno mismo y de un ideario propio sobre la identidad personal y su relación con el contexto inmediato es política, entonces LA NOTE D’À CÔTÉ es un espectáculo político. Quizá valiente, incluso irreverente. La importancia de un idioma o una nacionalidad se mostrará anodina en un espectáculo en el que se hablan por lo menos cinco lenguas distintas, además de la musical.

Finalmente, y además de por todo lo expuesto, LA NOTE D’À CÔTÉ adquiere especial relevancia por escapar de cualquier adoctrinamiento ni manierismo al uso, ni en su contenido ni en la manera de escenificarlo. Las composiciones de Vilallonga son francamente un logro, un placer auditivo además del vehículo ideal para hacer avanzar el hilo argumental. Si además, sumamos el trabajo del equipo de intérpretes y demás implicados en la propuesta, el resultado es uno de los espectáculos más conseguidos del GREC 2016, a la vez que un apetitoso avance de lo que nos espera la próxima temporada.

Crítica realiza por Fernando Solla

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