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21.07.2016 Críticas  
La importancia capital de un buen actor

En el Espai Lliure hemos podido disfrutar en la segunda semana del Festival Grec del talento indiscutible de uno de los grandes actores de la escena nacional, Pedro Casablanc. En YO, FEUERBACH da vida a un actor que acude a una audición con un prestigioso director al que tendrá que esperar en presencia del ayudante, interpretado por el joven Samuel Viyuela González.

YO, FEUERBACH es una propuesta que sorprende encontrar dentro de la presente edición del Festival Grec, con una programación, por lo general, tendente a montajes multidisciplinares y de hibridación artística. La obra del alemán Tankred Dorst, estrenada originalmente en 1986, es una pieza de teatro de texto puro y duro, para lucimiento del protagonista, Feuerbach. Tampoco su puesta en escena, dirigida por Antonio Simón, aporta innovaciones que la igualen a la tónica general de este Grec. Pero, en realidad, la obra cuenta con algo mucho más valioso que cualquier elemento híbrido e interartístico: un gran trabajo interpretativo.

Feuerbach, un actor ya mayor, lleva un tiempo sin trabajar, y debe someterse al juicio de un director para que le dé un papel que casi mendiga, a pesar de sus años de oficio y sus éxitos. El director se retrasa en su cita y deja a su ayudante para que se encargue de Feuerbach hasta que llegué él para hacerle la audición. Y el actor aprovechará esa espera para hablar con el joven ayudante, para contarle anécdotas de la profesión, consejos desde su experiencia, e incluso interpretar fragmentos de sus grandes roles. Es prácticamente un monólogo, cortado a veces por las intervenciones del joven, a modo de contrapunto y para darle más impulso al actor principal.

Pedro Casablanc despliega todo su talento para interpretar a este personajes poliédrico, claroscuro, que provoca por igual risas, ternura y angustia, que se come el escenario entero desde su entrada y que eclipsa cualquiera del resto de elementos que pueda haber en escena, y que quedan supeditados a él, que están ahí sólo para ayudar a hacer de su excelente trabajo un trabajo de matrícula. El texto, versionado y adaptado por Jordi Casanovas, parece no haber envejecido, porque la metateatralidad nunca pasa de moda, y las reflexiones de Feuerbach siguen vigentes treinta años después de que Dorst las escribiera. La humanidad del personaje, al fin y al cabo, resulta universal y atemporal. A Samuel Viyuela, en cambio, le falta algo más de soltura en su papel de ayudante del director. Si bien funciona perfectamente como contrapunto y comodín a las peroratas de Feuerbach, el contraste interpretativo entre el joven actor y Casablanc se hace demasiado evidente.

YO, FEUERBACH hará temporada en el madrileño Teatro de la Abadía antes de iniciar una gira estatal. Será una buena oportunidad para ver a un inmenso actor darlo todo en el escenario, con un texto que le permite pasar por todos los estados de ánimo y por todos los géneros teatrales, y que mantiene al espectador hechizado sin poder dejar de mirarle.

Crítica realizada por Esther Lázaro

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