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21.07.2016 Críticas  
Cuatro puntos de vista para una misma ¿Historia?

La última propuesta de Carme Portaceli sube a las tablas del Romea una pieza de situación antes que de acción. Cuatro actrices para una obra arriesgada y que pone a prueba la paciencia del espectador, así como su puesta en escena. Un trabajo no exento de interés y relevancia, turbador y desconcertante.

El nombre de Abi Morgan quizá resulta más familiar por ser la guionista de películas como “Shame” (2011), “La mujer de hierro” (2011) o “Sufragistas” (2015). Sin embargo, el grueso de su trabajo se contextualiza en el ámbito teatral. Muy cercana a dramaturgos más representados por estos lares como Mark Ravenhill o Neil LaBute, con los que ha colaborado en alguna ocasión, la dramaturga circunscribe sus obras en un ámbito donde la confrontación entre formatos y contenidos sucede espontáneamente.

En el caso de ESPLENDOR, escrita en el año 2000, nos sitúa en el interior de una especie de palacio contemporáneo. En el exterior, una revolución. En escena, cuatro mujeres que nos cuentan su vida interrumpidas por los tiros que se oyen y que cada vez se hacen más presentes. La esposa del mandamás (Míriam Iscla), su amiga (Lluïsa Castell), una intérprete (Laura Aubert) y una fotógrafa (Gabriela Flores). Cada una con sus miedos y con su manera de confrontarlos y compartirlos. Poder, sumisión al hombre, competitividad laboral…

No todas hablan el mismo idioma, aunque en la traducción de Neus Bonilla Benages y Carme Camacho Pérez las cuatro actrices interpretarán en catalán. Un lenguaje más directo o menos, estandarizado o coloquial o una actitud más afectada o contenida, más beligerante o burlesca. Cuatro aproximaciones distintas a unos personajes en los que intuimos hay mucha aportación propia de cada actriz. Este detalle juega a favor del resultado, así como la directriz de Portaceli (seguramente marcada por la autora) del ritmo del discurso. Un personaje terminará la frase de otro enlazándola con la siguiente. Sin duda, lo más conseguido de la función, marca del contraste entre la aparente ausencia de acción con la profundización en el mundo interior de cada una de ellas. En este apartado, el espacio sonoro de Jordi Collet ayuda a la inmersión lingüística y sentimental que comentamos. Lo mismo sucede con el vestuario de Antonio Belart, imprescindible para evocar la clase o estatus de las cuatro mujeres. Lo que las acerca y lo que las aleja.

A nivel narrativo es muy interesante ver cómo los personajes avanzan y retroceden, interactuando y aislándose mediante soliloquios constantes, a través de las barreras idiomáticas. La desintegración política explicada de dentro hacia afuera a partir de un análisis del lenguaje oral, pero también del teatral. Partiendo del personaje de la fotógrafa, Portaceli parece recrear ante el público una sesión fotográfica. Cambios en la figuración para repetir lo mismo constantemente, aportando detalles y matices, más o menos perceptibles a primera vista. El espectador vivirá la ilusión de contemplar la misma imagen, descubriendo y reconociendo nuevos pormenores del mismo modo como Lluïsa Castell (¡qué mirada la suya!) hace con el cuadro invisible para nosotros que describe en varios momentos. El movimiento diseñado por Ferran Carvajal resulta un punto a favor para que esto suceda.

La escenografía de Anna Alcubierre insiste en un blanco predominante para un polígono irregular sobre el que interactuarán las cuatro protagonistas. De este modo, permitirá que cada elemento de la utilería adquiera el protagonismo necesario en todo momento. Las imágenes con nieve son francamente hermosas y el contraste cuando las actrices salen del cuadro y se mueven por la caja escénica (negra) al descubierto son plásticamente sugestivas. En esta misma línea destaca la iluminación de Ignasi Camprodon.

Finalmente, ESPLENDOR, provoca cierto desconcierto. A día de hoy, todavía no estamos acostumbrados a que la falta de acción evidente se presente de manera tan despojada. No siempre nos sentimos cómodos cuando somos nosotros los que debemos construir a partir de pedazos. La inseguridad e incertidumbre al salir de la sala se hacen presentes. Las connotaciones que queramos atribuirle a esta experiencia ya dependen de cada uno. De lo que no hay duda es que Carme Portaceli ofrece un trabajo fiel al espíritu de una autora a la que nos gustaría recibir más a menudo en nuestros escenarios.

Crítica realizada por Fernando Solla

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