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20.07.2016 Críticas  
La vocación de explicar historias

La compañía chilena Teatrocinema ha incluido el cosmos de la sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure en esta suerte de espació común que se vertebra a partir de su concepción del teatro. La adaptación de la novela homónima de Hernán Rivera Letelier es uno sus montajes más representados internacionalmente.

La capacidad evocadora del espectáculo dirigido por Zagal queda patente y fuera de toda duda tras la primera escena. Uno de los riesgos de la propuesta era que la narración predominante, combinada con la contemplación de las imágenes, difuminara la capacidad de atención de unos espectadores que, entre absortos y sorprendidos, nos dejamos mecer disminuidos en una especie de no tiempo y no espacio físico en el que se representan los recuerdos de infancia de la protagonista.

Nada más lejos de la realidad. Los cinco intérpretes (Laura Pizarro, Sofía Zagal, Fernando Oviedo, Christian Aguilera y Daniel Gallo) toman las riendas de la situación integrando su trabajo con la dirección artística y multimedia de Montserrat Quezada. Teatro, cine, música y literatura se dan la mano haciendo partícipe al público en todo momento. En este caso, Pizarro lidera al equipo con una generosidad considerable. Ella es María Margarita quien, desde una empobrecida localidad del desierto de Atacama dedicada principalmente a la extracción del nitrato de Chile, rememora su infancia. Fue entonces cuando descubrió su vocación de explicar historias.

Y es ahora cuando, progresivamente, los espectadores que ocupamos la sala, participaremos en primera persona de la habilidad del personaje, transformándonos en el público de la rapsoda. María Margarita nos explica desde una edad adulta cómo a partir del visionado de las películas que se proyectaban en el cine de la localidad era capaz de reproducir argumentos y personajes movilizando no sólo a su familia sino también a los demás habitantes que asistían atónitos y conmovidos a la escucha. Alternando su función de narradora, Pizarro se sumará a sus compañeros de reparto hasta triplicar el itinerario de la temporalidad escénica. De la actualidad de Atacama a los tiempos de infancia y, a la vez, a la reconstrucción de las películas visionadas, que se recrearán ante nuestros ojos.

La plasticidad de estos momentos es apabullante. En este apartado, cabe destacar la innovación el uso del 3D de Max Rosenthal, también responsable de la animación (a cuatro manos con Sebastián Pinto). La profundidad de campo conseguida al situar a los intérpretes entre dos pantallas es sólo comparable a la inmersión sensorial y sentimental a la que nos sometemos los espectadores. Algo insólitamente hermoso y conmovedor.

Esta propuesta puede disfrutarse desde cualquiera de sus vertientes pero su éxito radica en la interacción de todas ellas, en su adecuación a la historia que se quiere contar. Por la interpretación del elenco y por su excelencia figurativa y de movimiento. Por su coordinación con el resto de disciplinas técnicas y artísticas (aquí convertidas en sinónimo). Por la escenografía y la iluminación (virtuosismo el de Luis Alcaide) y por la belleza del guión ilustrado de Vittorio Meschi. Por el vestuario diseñado por José Luis Plaza y el sonido de Juan Ignacio Morales. Por todo ello y mucho más, LA CONTADORA DE PELÍCULAS es un espectáculo que recordaremos durante mucho tiempo, formateando el contenido hasta convertir el canal y el código en otro protagonista más de la propuesta.

Crítica realizada por Fernando Solla

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