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06.07.2016 Críticas  
La exaltación de la locura amorosa

El amor desata las emociones más intensas. Buenas y no tan buenas. Los celos amorosos, el desengaño, la traición y el amor no correspondido pueden llegar a confundir y trastornar la razón. I PURITANI de Bellini es todo eso y más. Es la exaltación del romanticismo puro, de los versos insuflados de amor y de la locura de los que son tocados por ellos.

El testamento musical de Bellini llega al Teatro Real para cerrar la temporada operística. Bajo la dirección artística de Emilio Sagi, la imponente maquinaria escénica del Real se viste de tonos negros y blancos para subrayar las emociones de los protagonistas de una de las óperas románticas por antonomasia. El Real, en coproducción con el Teatro Municipal de Santiago de Chile, ha conseguido dos elencos distintos para las representaciones de esta ópera. Elencos de categoría máxima que sin duda harán las delicias de los que quieran acercarse a compartir la locura de Elvira. Además, coincidiendo con la semana de la ópera, el próximo día 14 la ópera podrá verse en las pantallas gigantes instaladas en el exterior del Teatro Real, así como en decenas de icónicos sitios de la geografía española tales como La Alhambra de Granada o el Guggenheim de Bilbao.

Diana Damrau está soberbia en el papel de Elvira, la enamorada. Su locura de amor al creer que su amado Arturo se ha fugado con otra mujer es memorable. Maravillosa escena en la que Elvira lleva una luna en brazos, que acaba encerrando en una jaula. Preciosa metáfora de sus sentimientos confundidos. Los momentos fluyen con sublime delicadeza y gusto. El coro, casi siempre estático, observando desde la distancia, da al conjunto ese carácter onírico entre el sueño, la realidad y la sinrazón.

Javier Camarena interpreta a Arturo. Las ovaciones que siguieron a sus arias dan buena cuenta de la calidad a la que se asiste. El reencuentro de los dos amantes es de una belleza perdurable, una escena que sube y sube de intensidad, enmarcada en ese bosque entre tenebroso y mágico. Una delicia para los sentidos.

La escenografía sobria pero con gran brillantez. Los candelabros que se multiplican hasta el infinito (gracias al juego de espejos) dotan al conjunto de un efecto visual elegante e hipnótico. Las tablas sustituidas por arena blanca ilustran la fragilidad de los sentimientos de los enamorados y las turbulencias a las que se enfrentan.

Una ópera que se disfruta. Tiene todos los ingredientes del romanticismo: la locura de los enamorados, la confusión del momento, duetos inolvidables, coros que subrayan la pasión y orquestaciones que suenan fantásticas en manos del maestro Pidó. Un maravilloso broche de oro a otra fantástica temporada en el Real.

Crítica realizada por Moises C. Alabau

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