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01.06.2016 Críticas  
La cárcel de la literatura ajena

Entre los títulos que configuran la abultada programación del Teatro Lara podemos encontrar la última creación de Fernando J. López. Dirigida por Quino Falero, LOS AMORES DIVERSOS propone un personal recorrido literario explicado a través de las emociones que despiertan los textos en la protagonista, así como la relevancia de los mismos en su devenir vital.

Rocío Vidal interpreta a Ariadna, protagonista absoluta de este monólogo aunque en ocasiones tendremos la sensación de estar asistiendo a una conversación. La premisa es muy concreta. Tras la muerte de su padre, la hija vuelve a casa del progenitor. A su biblioteca. Con la idea de encontrar entre sus autores favoritos una cita, algún párrafo, para leer en el funeral y honrar su memoria. De este modo, la mujer repasará la bibliografía que ha configurado su vida. La impuesta por su padre y la escogida voluntariamente. A través de las lecturas y de las conversaciones, Ariadna buscara la expiación de sus miedos y fantasmas, trazando una posible vía de escape de su propio laberinto.

Conversaciones con el difunto y con su amante casada vía telefónica, pero sobretodo con los autores y consigo misma. Flaubert, Cernuda, Baudelaire, Juan Ramón Jiménez, Kavafis, Gabriela Mistral, Duras, Delmira Agustini, Woolf, Gloria Fuertes… El repaso literario de los siglos XIX y XX está muy bien introducido por el autor y, del mismo modo, Falero ha conseguido integrarlo para desarrollar al personaje protagonista y dotarlo de entidad y profundidad dramática más allá de la situación concreta a la que asistimos los espectadores. Aunque es cierto que cuanto más se conozca el trabajo de los ilustres citados más se podrá profundizar en el debate literario, este requisito no es ni mucho menos imprescindible para empatizar con Ariadna.

La interpretación de Rocío Vidal destaca por su compromiso con el texto que tiene que defender. Aunque al principio nos pueda sorprender su aparente enfado y crispación, a medida que avanza la velada entenderemos todos sus porqués. Su trabajo en esta función no es unilateral sino que siempre deja espacio a la duda, a la incertidumbre de Ariadna. La apresuración con la que escenifica las llamadas telefónicas sirven para mostrar que el personaje necesita más explicarse y entenderse a sí mismo que a los demás. La fatalidad del original mitológico está, de nuevo, notablemente evocada tanto por el texto como por la dirección y la interpretación, como también la introducción de las situaciones pasadas rememoradas.

La escenografía de Mónica Boromello, que también ha firmado el vestuario, resulta muy adecuada para amplificar la intimidad tanto del texto como de Ariadna. Una especie de mapamundi construido con libros que sirve para reforzar la visión de cómo nuestros referentes literarios pueden configurar nuestro mundo interior y, a la vez, nuestra capacidad para relacionarnos con el exterior. La plasticidad no está reñida con la función narrativa del decorado. El espacio sonoro de Mariano Marín, así como la iluminación de Cía. De la Luz se contrapone a este tono alegórico, confrontando a la protagonista con la realidad. El contraste será, pues, transversal a todas las disciplinas que intervienen en el espectáculo.

Finalmente, la propuesta consigue recrear en nuestra mente la bonita idea o concepto de LOS AMORES DIVERSOS. Esos que configuran nuestra identidad y que multiplican exponencialmente nuestra capacidad de querer. El amor propio, el sexual, el familiar, amor por el uso de la palabra… Todos distintos, todos entretejidos, a veces compartidos, pero definitivamente, la máxima expresión de nuestro “yo”.

Crítica realizada por Fernando Solla

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