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31.05.2016 Críticas  
La dureza de un cuento servida con la delicadeza de un poema

Oriol Broggi corona una valiosísima temporada de La Perla 29 sobre las tablas del Romea con la adaptación teatral de un cuento del escritor y periodista francés (aunque nacido en Argentina) Joseph Kessel. A cuatro manos con Marc Artigau i Queralt y a partir de la traducción de Ramon Vila, el dramaturgo nos regala una de las propuestas más delicadas del momento.

De nuevo regresamos a Irlanda. Y qué bien que sientan estos viajes de la mano de Broggi. En esta ocasión el material de partida es el cuento “Mary de Cork”, incluido dentro de la novela homónima a la obra que nos ocupa. Dos historias entrelazadas. Una que toma vida dentro de la otra. Tras una reunión familiar acompañamos a Gerald y su esposa y como si flotáramos perdidos en medio de una tormenta de nieve, retrocederemos a un contexto inmediatamente posterior a la independencia irlandesa (principios del siglo pasado) ¿Cómo el resultado de una guerra civil puede trastornar la vida de la pareja formada por Mary y Beckett? Él, republicano partidario del tratado anglo-irlandés. Ella simpatizante del IRA ¿Cómo supedita el peso de los ideales el amor entre dos personas que se quieren y cómo influye en la educación e identidad de su hijo?

El peso de la obra recae en las situaciones recreadas antes que en la acción propiamente dicha y Broggi ha realizado una verdadera filigrana, pura orfebrería, adecuando al formato dramático el material que entrega al público. Es difícil concretar, pero pocas veces un espectador puede ser testigo de un uso del audiovisual tan unívocamente integrado dentro del lenguaje teatral. ¿Cómo se escenifican conceptos como la pena? ¿Cómo dejar volar pensamientos e ideas, liberarlos hasta mostrar su esencia? El director se ha encargado de vaciar el espacio escénico, cubriendo con un volátil, abstracto y enorme tejido blanco las tablas del teatro y parte de la platea (quizá la nieve, quizá el cielo o un estado mental). Los actores se situarán sobre él y tras una finísima cortina traslúcida o telón que pocas veces se elevará. Sobre él, así como sobre la pared que fondea la caja proyecciones o más bien sugerencias (el paisaje, la nieve, incluso los rostros y cuerpos de los actores proyectados en el vacío de su inmensidad…). El resto, vacío.

La envergadura del audiovisual de Francesc Isern y el uso que hace Broggi como amplificador del espacio escénico, así como la iluminación de Pep Barcons (esencial e irremplazable para que la ilusión y la poesía de la propuesta sucedan) desnudan y visten a la vez el espacio por el que los seis intérpretes (tres actores y otros tantos músicos) se moverán o quedarán inmóviles ¿Cómo escenificar esa distancia interior que nos separa de la persona que nos acompaña? Broggi decide suspender a los actores en diversos momentos, así como algunos objetos o instrumentos (no desvelaremos más detalles, ya que ELS CORS PURS es una experiencia que merece ser vivida in situ). La ingravidez por un lado y la narración por otro. Borja Espinosa, Miranda Gas y Jacob Torrers se convertirán en los rapsodas encargados de explicarnos la historia de los personajes y de hacernos llegar sus sentimientos. Los tres encuentran en todo momento la suavidad e intimidad adecuadas al tono requerido para que este cuento (y toda su poética) llegue al espectador. Igualmente, sobresalen cuando interactúan dando vida a los personajes protagonistas. Miranda Gas, además, integra dentro del relato las canciones que interpreta, con una naturalidad que nos hace olvidar que las recibimos en inglés, ya que las sentiremos y entenderemos a través de su ejecución. Gran trabajo también de los músicos (Carles Pedragosa, Júlia Ribera y Marc Serra) así como de los técnicos (Guillem Gelabert y Cesc Pastor) y maquinistas de vuelo (Ixent Genevat y Daniel Pino), cuya labor en vivo asegura el éxito de cada función.

Finalmente, ELS CORS PURS impresiona por la sencillez con la que recibimos toda la complejidad de la propuesta, siempre a favor del relato que nos quiere (o que nos puede) contar. Emociona además asistir a este espectáculo de Broggi, que manteniéndose fiel a una manera de hacer y entender el género dramático (incluso a unas temáticas, autores o localizaciones) siempre nos obsequia con algo que ante nuestros ojos y en nuestros corazones se siente como nuevo. Con él, siempre aprendemos algo sobre nuestra manera (tan personal e íntima como lo somos cada uno) de vivir a través del teatro. En este caso, además, la indagación en el lenguaje teatral como motor vehicular para que todos los implicados en el proceso comunicativo que es una función teatral interaccionen con éxito resulta de una finura esplendorosa. La sublimación de la sinceridad y honestidad convertida en pieza teatral. Un verdadero acontecimiento.

Crítica realizada por Fernando Solla

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