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17.05.2016 Críticas  
Pequeña (gran) victoria cotidiana sobre el miedo y la represión

El TNC ha estrenado el nuevo texto de Pau Miró, que también se ha encargado de dirigir su puesta en escena. La Sala Gran acoge con VICTÒRIA una historia genuina y alejada de cualquier paradigma temático o ideológico y sólidamente cimentada a partir de la construcción de los personajes así como de la ejecución por parte de sus intérpretes.

Lo primero que sorprende de esta propuesta es la escenografía de Max Glaenzel, completada con los audiovisuales de Mar Orfila. Será el primer contacto del público al entrar a la sala. El salón de una barbería masculina en formato panorámico que nos recuerda al CinemaScope y que cuelga sobre el enorme escenario vacío. Oscuro y negro. Ese gran espacio (o la nada más absoluta) representará el mundo exterior. El de la Barcelona del Barrio Chino (el Raval), la posguerra, el racionamiento y el estraperlo pero, sobretodo, el de los personajes. El interior se nos mostrará oculto tras una especie de telón troquelado con las letras que componen el título y el nombre de la protagonista, VICTÒRIA. Tras estos símbolos, el interior. El local y negocio y de nuevo, el de los personajes.

El texto lleva por título un nombre propio de mujer, pero también el comúnmente utilizado para designar el acto de vencer en una contienda o la expresión de alegría, entre exclamativos, cuando algo así sucede. El tamaño y disposición del decorado también simbolizará el interior de un vagón, como el de los tranvías, en huelga en Barcelona en 1951, momento en el que comienza la acción. Pocas veces se puede explicar tanto el contenido como la magnitud simbólica de una obra de teatro a través de la escenografía, como sucede en esta ocasión. Además, el trabajo de Glaenzel consigue acercar en un espacio tan inmenso como la sala donde se representa esta pieza la épica de la sacudida interna de la protagonista. El audiovisual ampliará los ojos de los protagonistas hasta provocar que nos miren cara a la cara en momentos determinados, evidenciando las similitudes o la permanencia actual de lo acontecido sobre las tablas. Nuestro legado psicológico. Nuestra configuración mental para entender una manera de ver el mundo y lo que en él sucede en una aplicación constante del acto de apartar la mirada.

Este recurso de diferenciar el interior y el exterior contraponiendo su importancia en el desarrollo de la historia y de los personajes, es marca de la casa. Ya lo vimos la temporada 2011-2012 en “Els jugadors”. Como también vimos la importancia de los oficios de los personajes en su actitud vital. Allí nos reunimos con el actor, el enterrador, el profesor y el barbero. Aquí el barbero será la mujer que, tras la muerte del marido, deberá ocuparse del negocio familiar. El profesor también estará presente, en este caso víctima de la depuración franquista del magisterio español. El falangista, la amiga de la familia, su hijo, el cuñado y una misteriosa, influente y joven presencia femenina. Todos ellos configurarán un particular modelo familiar, espejo de varias actitudes o maneras de afrontar el momento social y político del momento. Se querrán, pero también se traicionarán. Aprenderán.

La propuesta de Miró, así como su dirección y su trabajo con los actores, alcanza la excelencia por su capacidad de contar la historia mirando siempre de dentro hacia fuera. Lo importante en VICTÒRIA no será cómo la situación determina a los personajes sino cómo los protagonistas influyen e interceden en el desarrollo de la misma. Y, especialmente, en la contraposición de sus tiempos y motivaciones. Del choque frontal con la realidad de la mayoría de ellos durante el primer acto al desmoronamiento de sus ideales en el segundo. Las interpretaciones de todos ellos (Pere Arquillué, Jordi Boixaderas, Joan Anguera, Mercè Arànega, Nil Cardoner y Mar Ulldemolins) resultan no sólo convincentes sino que traspasan su construcción impactando sinceramente en los espectadores.

En el caso de Emma Vilarasau, la (de)construcción de VICTÒRIA funciona en sentido inverso. De la mujer influenciable e impronunciable, consciente de la situación pero sin participar de ella, a la adquisición y expansión de unos ideales que configuran su verdadera identidad. Si bien todos los personajes son principales, su protagonismo bebe de todos ellos, ya que la mujer adquiere toda su dimensión tras la confrontación con los demás. La interpretación de Emma las engloba a todas. El trabajo de la actriz es magnífico, demostrando la grandeza de su personaje, así como el triunfo interno y moral sobre los demás y sobre la situación. Su éxito es, igualmente, en CinemaScope: de la opresión y aplastamiento de la primera parte a la descompresión mostrada durante el desarrollo de la función, amplificando todo su aprendizaje en horizontal, mostrando todos los estratos y el proceso al completo. Con ella llega el triunfo de la propuesta, con ella llega la VICTÒRIA.

Finalmente, Miró consigue que entendamos el sentido de seguir contando historias contextualizadas en nuestro pasado más reciente, colocando la suya a modo de espejo del presente más inmediato. Su capacidad para integrar los elementos más simbólicos y alegóricos (el ciervo, la escopeta en manos de la mujer matando a la imagen de la derrota) con los más tangibles y concretos (los tebeos, el boxeo, el uso naturalista del vestuario de Berta Riera e Irene Fernández, así como el de la caracterización de Mar Orfila) convierte a VICTÒRIA en una obra en la que la libertad, tanto el concepto aplicado a los personajes como creativa, planea por encima de todo. VICTÒRIA resulta pues una propuesta precisa e irremplazable, como lo son sus interpelaciones directas al público, asistentes a los tres funerales que habrá durante la obra. Realmente un éxito de la autoría contemporánea, no sólo catalana sino también universal.

Crítica realizada por Fernando Solla

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