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09.05.2016 Críticas  
El mito de la pecera en EL DESPERTAR

La escuela de teatro Eòlia nos trae un trabajo de creación de personaje y de expresión individual en EL DESPERTAR. En ella, se trabaja la idea del deseo de saber más y de descubrirse a uno mismo. Una obra que pretende encontrar los límites de la búsqueda personal una idea expresada en forma de la pregunta “¿qué hay fuera de la pecera?”

En EL DESPERTAR (adaptación de la obra «El despertar de la primavera» de Frank Wedekin), nos encontramos en una sala a oscuras, representando un lugar cerrado y desconocido, donde Thea despierta desnuda, desorientada y sin poder recordar quién es. A Thea la reciben unos variopintos personajes que, al igual que ella, son jóvenes cuya memoria ha desaparecido y que viven en ese extraño lugar donde no les falta de nada y donde no pueden sentir dolor. Este lugar aparentemente paradisíaco está vigilado por unos seres superiores que tienen impuesta una norma máxima: no se puede abandonar el lugar. Más allá solo existe el horizonte, vasto e infinito, plagado de salvajes y de otros peligros que pueden destrozarlos si se atreviesen a cruzar el umbral.

Si bien la aparición de Thea se plantea como un suceso alegre, con un momento de bienvenida cargado de cordialidad y de entusiasmo (y de alguna advertencia velada), pronto empiezan a aparecer las discrepancias entre los jóvenes. Cuando Martha descubre una puerta secreta que lleva al exterior, muchos se plantean abandonar el lugar para descubrir que hay ahí fuera, pero los otros les increpan al temer que semejante ofensa pueda poner en peligro sus vidas. Llevados por este conflicto de grupo, cada uno de los personajes se verá en su propia búsqueda personal para encontrar que es lo que más desean y ver hasta qué punto las relaciones que han creado entre ellos se pueden mantener para poder alcanzar ese objetivo.

La obra nos presenta con una variedad caleidoscópica de personajes, todos unidos bajo el mismo precepto de búsqueda interior, pero con una actitud y perspectiva marcadamente diferente de los demás. La idea de este lugar ideal, aparentemente apacible pero con un trasfondo mucho más siniestro, resulta un formato muy atractivo como narrativa, y en el mundo del cine ya ha sido llevada a cabo en diversas ocasiones (La Isla, el Corredor del Laberinto, etc.) con distintos grados de éxito. Este formato sirve como motor de la búsqueda que cada uno de los personajes lleva a cabo, expresándonos la importancia de la libertad individual y de conocer el lugar de uno mismo, ya sea a través de la reflexión propia o del reflejo que tienen los demás de nosotros.

Precisamente debido a la dedicación con la que se quiere analizar a los personajes proviene el principal punto flaco de EL DESPERTAR: su excesiva longitud. Es comprensible que, al tratarse de un taller de escuela dramática, todos los personajes quieran tener la misma profundidad, pero el exceso de imágenes con la que se quiere llevar a cabo esta exploración termina siendo algo extenuante para el espectador medio. El continuo uso de referencias literarias y el oscurantismo de algunas expresiones agravan la complejidad ya existente de la obra.

Hay que decir que hay momentos verdaderamente impresionantes en términos de expresión escénica: la fragilidad de Thea, la bufonería de Hansy y, en especial, la relación de amor entre Melchor y Wendla son dignos de mencionar. Sin querer exigir cosas donde no existe la opción, sería fantástico que tanto el director como los actores pudiesen aligerar lo recargado y lo oscuro de EL DESPERTAR. Entonces nos encontraríamos con una genial obra dramática digna de los mejores escenarios del país.

Crítica realizada por Rubén Recio

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