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03.05.2016 Críticas  
De chulapas, boticarios y mantones de Manila

La Compañía Lírica de Zarzuela de Madrid, refundada en 2002, ha recalado por primera vez en Barcelona. Durante varias semanas estará instalada en el Teatro Victoria, donde hasta el 22 de mayo ofrecerá seis zarzuelas distintas.

El primer programa que ha estrenado es doble, y lo componen dos clásicos castizos “hijos del pueblo de Madrid”: LA VERBENA DE LA PALOMA y AGUA, AZUCARILLOS Y AGUARDIENTE.

LA VERBENA DE LA PALOMA fue compuesta por Tomás Bretón en 1894, sobre libreto de Ricardo de la Vega. Muy moderna para su época (no en vano arranca con el famoso concertante “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”), y basada en hechos reales, cuenta la historia del celoso chulapo Julián, cajista de imprenta, y la coqueta modista Susana, que junto a su hermana Casta le hacen el juego a un maduro boticario con ansias de conquistador, don Hilarión. Incluye temas populares incluso para quien no sea habitual del género chico, como “Una morena y una rubia” o “¿Donde vas con matón de Manila?”, aunque técnicamente se la considera “sainete lírico” y no zarzuela. Tuvo un éxito arrollador en Cuba, por ejemplo, donde llegó a estrenarse hasta en tres teatros simultáneamente.

AGUA, AZUCARILLOS Y AGUARDIENTE (1897), por su parte, con música de Federico Chueca y libreto de Miguel Ramos Carrión, tampoco es una zarzuela al uso, y durante la primera mitad apenas tiene una canción, el “Coro de las niñeras”. Aquí la trama es cruzada: por un lado, una poetisa romántica que es cortejada por el hijo de un ex-ministro con aviesas intenciones, por otro las cuitas económicas de un picador taurino, y finalmente las disputas de su mujer con una aguadora del parque, antigua novia del picador. Una trama, la que firma Carrión, más viva y compleja, que acerca esta obra a los estándares del musical eduardiano o lo que serían las primeras comedias musicales, aunque cuando se estrenó apenas pretendía ser un entretenimiento veraniego de temporada.

El resultado de las dos producciones que presenta la Compañía Lírica es francamente desigual: da la impresión de que LA VERBENA está mucho menos trabajada que los AZUCARILLOS. Las coreografías de Julián Hernández son sencillas, puede que incluso demasiado. Varios actores, principalmente en los momentos más complejos de la partitura, perdían el compás cantando y bailando, había acentos poco coherentes, y en los cuadros de grupo daba la sensación de que no todo el mundo tenía claro dónde ir o por dónde pasar. Por momentos incluso parecía una parodia de zarzuela, y a más de uno le vino a la cabeza, sinceramente, el Ministerio de Andares Tontos de los Monty Python.

Por otra parte, la decisión de mantener el mismo decorado durante todos los cuadros (cuando la trama especifica que los tres ocurren en sitios distintos), va contra la obra y empobrece el resultado. Nada que objetar, ahora, a los decorados en sí, sólidos y adecuados, ni al colorido vestuario confeccionado por Carmen Terán y Asunción Palomar. Y la orquesta, dirigida por Félix San Mateo, acometió con fortuna las partituras de ambas obras, con especial mención de las oberturas.

Rosa Ruiz es quizás el valor más seguro de ambas representaciones, primero como la Señá Rita y luego como Pepa, la dueña del quiosco. La veterana Amparo Madrigal crea una divertidísima y disruptiva Tía Antonia en LA VERBENA, para luego meterse en un personaje mucho más comedido (pero también cómico), el de Doña Simona. De LA VERBENA cabe destacar también a Gonzalo Terán como Julián, aunque es en AGUA, AZUCARILLOS Y AGUARDIENTE donde encontramos concentradas las mejores interpretaciones: la cursi “Asia” de Carmen Terán, el picaruelo Serafín de Alex Rull, el estricto Don Aquilino de Jesús Ortega y los dos amigos enemistados, David Sentinella y José Tejado. Maria José Molina luce más su Manuela que su Susana de la primera obra, aunque el propio texto también ayuda. Molina es, además, la directora escénica de la compañía.

No sé si presentar tantas obras en tan poco tiempo ayudará a los resultados de la Compañía Lírica de cara al público: es evidente que tienen un amplio repertorio, de más de 25 obras, y que hay talento entre sus filas, pero hay un riesgo claro de que la obra que ve el espectador parezca un “work in progress”, “diluída”, como si a ratos los intérpretes no acabaran de poder defender sus acciones, texto y números con contundencia porque tienen otros cinco en la cabeza. Esa sensación es más evidente en LA VERBENA DE LA PALOMA que en AGUA, AZUCARILLOS Y AGUARDIENTE, que presenta un todo mucho más sólido y trabado. Son defectos que pueden limarse tras un par de funciones, pero alerta, porque “Luisa Fernanda” asoma ya a la vuelta de la esquina, el 4 de mayo.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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