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28.04.2016 Críticas  
El llanto como destino de toda criatura humana

El Gran Teatre del Liceu recupera una propuesta que ya se puedo ver en 2009. Coproducido por el Grand Théâtre de Genève y con dirección escénica de José Luis Gómez, este montaje de SIMON BOCCANEGRA traslada la acción a una actualidad más o menos atemporal para reflejar, a través de la ensoñación, la soledad inherente al ejercicio del poder.

Sigue sorprendiendo, a día de hoy, el lirismo de la partitura de Verdi como contrapunto a lo truculento y oscuro del argumento. Con libreto de Francesco Maria Piave, modificaciones de Giuseppe Montanelli y revisado por Arrigo Boito, la ópera se basa en la obra de Antonio García Gutiérrez, uno de los representantes del romanticismo literario español, que a su vez se inspiró en las andanzas del personaje real. Dividida en un prólogo y tres actos, la ópera nos explica cómo Simon Boccanegra pasa de ser un corsario a Dux de Génova. Muerta su amante y desaparecida su hija Amelia, pasarán veinticinco años hasta el reencuentro. No habrá felicidad posible, puesto que el enamorado de la joven será uno de los enemigos políticos del protagonista, que deberá decidir el precio a pagar por el éxito como figura diplomática.

En el momento de la creación de la ópera que nos ocupa, Verdi investigaba nuevas técnicas de composición y aunque todavía resalta el estilo desarrollado durante su trayectoria anterior, la partitura lo mostrará en su vertiente más moderna. Así lo ha entendido la dirección de escena de José Luis Gómez, que ha basado su puesta en escena en destacar el republicanismo de Verdi, desarrollando como ejes centrales de libreto y partitura tanto el peso político y humano como el social e individual.

La escenografía y las proyecciones de Carl Fillion resultan imprescindibles para la validación de la propuesta en un contexto actual. La geometría y la rigidez de las líneas trazan con nitidez un enorme cubo de metacrilato, cuyas paredes se dividen en tantas estructuras como las escenas requieran para recrear los distintos espacios donde se desarrolla la acción. Es el espacio de la nobleza. Este espacio no cubrirá todo el escenario puesto que la parte delantera del proscenio quedará vacía para el pueblo llano (de ahí ascenderá Simon desde el prólogo a su etapa política, para finalmente descender cuando desfallece como un ciudadano más). Este diseño es clave en la escena del senado, donde se muestra en todo su esplendor cuando el cubo se eleva y una escalinata enorme se despliega hacia el público (ahí ascenderán o descenderán los personajes, en función del momento interno en el que se encuentren). Los paneles negros a modo de telón, que abren y cierran la escena, encuadrando a los personajes y a la vez agrandando o empequeñeciendo su magnitud resaltan estéticamente tanto el valor psicológico como político del material original.

Las proyecciones sobre la estructura transparente resultan de gran belleza y, además, nos permiten presenciar lo que sucede fuera de escena mediante sombras y claroscuros. La potencia estética de estas imágenes sobre fondo rojo nos remonta también a otro referente literario, en este caso al “Rojo y negro” de Stendhal. De ahí, asumimos la profundidad psicológica de los personajes, como su retrato de la ambición del protagonista de superar la pobreza de su nacimiento y ascender en su condición social. En los momentos en los que sus inquietudes más humanas le llevan a plantearse el sentido de su carrera política y se muestra ante nosotros en toda su intimidad, el cubículo seguirá elevado y proyectará el mar que tanto echa de menos el corsario. El cielo, incluso el cosmos. Espectacular resultado, tanto por su grandiosidad como por la adecuación a la propuesta de Gómez y al original de Verdi.

El rojo de las proyecciones contrastará con el vestuario de Alejandro Andújar. Distintos tonos de morado para Amelia y ocre tirando a amarillo para el coro convertido en el pueblo genovés. De nuevo, la República. Si bien, la escenografía nos sitúa en una contemporaneidad atemporal, el vestuario nos lleva al siglo XIX. Por el uso de los colores y de las líneas de los patrones, esta diferencia entre épocas es imprescindible para demostrar no tanto la actualidad de las pulsiones políticas de la obra, sino su universalidad perpetua. En esta misma línea actúan la coreografía de Ferran Carvajal y el figurinismo (también de Andújar). Mientras que las luchas se realizan con movimientos alegóricos y más contemporáneos (los combatientes no se tocarán) y caerán solos al suelo, los protagonistas se desplazarán por el escenario con una trayectoria mucho más clásica, limpia y sin estridencias. El efecto es totalmente hipnótico. Como lo es la iluminación de Albert Faura, necesaria para situar a los personajes y las escenas que transcurren fuera del cubo, sobre un vacío negro que bien podría entenderse como la inmensidad del universo.

La dirección de los intérpretes apunta también a amplificar su dimensión psicológica. Hay que destacar el trabajo del Cor del Gran Teatre del Liceu y la calidez de su interpretación, tanto vocal (gran trabajo de Conxita Garcia en la dirección) como en su interacción y movimiento por el escenario y con los protagonistas (de nuevo Andújar). El coro es el pueblo y en SIMON BOCCANEGRA su presencia es indispensable. De entre sus miembros aparecerán y desaparecerán los intérpretes principales en los momentos clave. A destacar las intervenciones de los barítonos Damián del Castillo como Pietro y Àngel Òdena como Paolo Albani, así como las del bajo Vitalij Kowaljow como Jacopo Fiesco. Los tres demuestran una perfecta ejecución vocal que no está reñida con su exhibición de todo el espectro interior de los fantasmas de la ambición por el poder, independientemente del bando en el que estén. El proceso vital y el transcurso de cada personaje quedan reflejados estupendamente en sus interpretaciones.

Fabio Sartori arrancó varias ovaciones durante la función del pasado veintidós. La resonancia pectoral de sus notas más agudas, así como su timbre claro y brillante durante la ejecución de sus solos propició algunos de los momentos más emotivos de la velada. Su contrapunto más oscuro en los graves los supo utilizar para defender su interpretación. Excelente composición en el tramo final, pasando de la altanería y rivalidad al arrepentimiento y admiración por el personaje protagonista. Barbara Frittoli presenta una Amelia muy arraigada a sí misma. Una mujer antes que una joven que no deja que sus sentimientos sobrepasen los límites de la cordura. La soprano demostró seguridad sobre el escenario y compromiso con la propuesta escénica, aunque su interpretación resulta un tanto contenida. Si bien su personaje es el más difícil de interpretar ya que ni ella misma sabrá exactamente quién es hasta el final de la ópera, un poco más de apasionamiento jugaría a su favor.

El barítono Giovanni Meoni tomó las riendas del personaje que ya había interpretado Leo Nucci (y a la espera de ser retomado por Plácido Domingo) y adecuó su interpretación a las necesidades que su personaje requiere. Mostrando en todo momento la empatía del justo gobernante, así como la profundidad de sus tribulaciones interiores y el estupor y sobrecogimiento de las circunstancias por las que transcurre su personaje. Sin duda, en la escena del senado deslumbró por la expresividad de su voz, así como por la limpieza de sus gestos.

Por último, hay que destacar la excelente dirección musical de Massimo Zanetti al frente de la Orquestra Simfònica del Liceu. Su experiencia tanto en el terreno operístico como en el sinfónico quedó patente con un trabajo que disfraza bajo la apariencia de lo sencillo tan complicada labor. Desde el primer segundo consiguió situar a los asistentes en un estado cercano a la ingravidez emocional, como es necesario para entender esta propuesta de SIMON BOCCANEGRA.

Crítica realizada por Fernando Solla

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