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18.04.2016 Críticas  
A TEATRO CON EDUARDO, hermosas imágenes atávicas

De Filippo o Fellini. Fellini o de Filippo. Ser uno de los afortunados que ha podido disfrutar del díptico formado por “Hombre y Caballero” y “La Gran Magia” que representa la compañía del Lliure en su propio hogar le hincha a uno de orgullo; una hinchazón superlativa, exagerada, sobredimensionada, como los personajes fellinianos de ambas obras.

Pero no, los personajes no son de Fellini son de Eduardo de Filippo, y por lo tanto muy anteriores a la vasta obra fílmica del director de Rímini, pero dado los temas que trata y la fisicidad de sus personajes no se puede obviar que, aunque no importe si fue primero el huevo o la gallina, podría haberla escrito de Filippo para que Fellini pintara imágenes oníricas y mágicas con su cámara como herramienta principal.

Las dos obras que conforman A TEATRO CON EDUARDO tienen un nexo en común; el hotel donde ensaya la compañía de “Hombre y Caballero” es el mismo donde, en “La Gran Magia”, Otto Marvuglia realiza su espectáculo.

“Hombre y Caballero”, es el cómico y sainetesco ensayo de la compañía de Gennaro de Sia (magistral Jordi Bosch) donde las discusiones que tiene con su apuntador (Marc Rodríguez tampoco se queda corto) son el eje central donde pivota toda la obra. Gennaro es un actor mediocre, de una compañía no menos mediocre, que actúa en el Hotel Metropolitan. Igual que el personaje que interpreta en la siguiente obra, tiene que salir de los atolladeros en los que se encuentra con su labia, su savoir-faire y una mente veloz y privilegiada urdiendo lo que haga falta en aras de un bien mayor, el suyo claro está, ya sea para ocultar una mancha en su chaqueta, ahorrarse dinero en comida o cambiar el guión y no tener que contratar otro actor.

Ambas obras tratan lo que hay más allá del espejo, ¿qué se esconde detrás de la magia de una obra de teatro? ¿Es la vida un teatro? Detrás de una obra de teatro no hay más, ni hay menos, que hombres y mujeres que se esfuerzan para conseguir que todo vaya hacia adelante aunque sean actores que no posean ni una lira ni un teatro en el que trabajar. Si es la propia vida un teatro lo responde mucho mejor la segunda obra.

“Hombre y Caballero” es una obra de un solo acto, maravillosa, divertida y un poco bufa pero real, muy real. Los actores se pisan continuamente, el ritmo no decae y entramos y salimos constantemente de la obra ensayada para ir a la vida y viceversa emborronando la línea que separa la realidad de la ficción en un pequeño, y encantador, avance de lo que viene después, el plato principal.

Finalizada la primera parte del díptico que conforma A TEATRO CON EDUARDO, y pese a que originalmente en las representaciones de dos obras suele haber un descanso, disfrutaremos (mucho) de un breve interludio musical. Los momentos musicales, perfectos también en los entreactos, nos transportan a Italia con más facilidad y velocidad de lo que conseguiría una imagen de la tricolore, gracias a la hermosa y evocadora voz del tenor Robert González, acompañado de un trío de cuerda compuesto por Laura Aubert, Pablo Martorell y Carles Pedragosa, que nos deleitan con versiones de clásicos italianos de distintos géneros, y gracias también a las proyecciones del skyline de la ciudad al fondo del escenario a pantalla completa.

“La Gran Magia”, es harina de otro costal, magia pura, con una comicidad embriagadora y un dramatismo final desolador. Es el mito de la caverna de Platón, el gato de Schrödinger y Origen, todo junto, bien agitado y mejor mezclado. Si antes sobresalía Jordi Bosch ahora el papel de rey de la función pasa a las hábiles y expertas manos de Ramón Madaula (de menos a más, él no, su personaje), abandonado por su esposa (Laura Aubert) debido a su carácter celoso e insípido llegando a creer que su vida forma parte de un truco de ilusionismo donde lo que ve, siente y padece no son más que imágenes atávicas introducidas en su mente por el personaje de Jordi Bosch, mago que comienza la mentira para salvar su propio cuello y que intenta, tiempo después e infructuosamente, enmendar su error. La utilización de una caja como objeto inanimado y animado y símbolo de lo real y lo imaginado es el mejor ejemplo de lo que puede dar de sí un escritor en plenitud de facultades.

No quiero explicar más, hay que verla para descubrir si la vida es una representación y nosotros no somos más que peones de un juego en el que no tenemos la última palabra. Maravillosa.

Crítica realizada por Manel Sánchez

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