novedades
 SEARCH   
 
 

08.04.2016 Críticas  
CARMEN con conciencia de clase y amor por la libertad

Más de tres décadas desde su estreno y el espectáculo no ha perdido ni un ápice de su frescura ni atrevimiento, manteniendo su grandiosidad estética y el poderío narrativo del ballet flamenco como principal motriz del desarrollo de la historia y sus personajes.

La Compañía Antonio Gades presenta en el Victòria de Barcelona el montaje de CARMEN que se estrenó en el Théâtre de Paris en 1983 y que forma parte de su repertorio.

En su momento, CARMEN supuso la primera colaboración escénica entre Antonio Gades y el cineasta Carlos Saura. Esta versión para el teatro se imaginó en paralelo al rodaje de la cinematográfica y su éxito fue el impuso definitivo para la unión de ambos artistas sobre las tablas. A día de hoy resulta muy significativa la decisión de situar esta historia en un ensayo. En los últimos años hemos visto representados muchos textos que teorizan sobre el acto escénico, convirtiéndolo en argumento. Esta normalización, sin embargo, no era la misma en el momento del estreno y desde luego mucho menos en el terreno de la danza. Con la actual puesta en escena, este recurso potencia la exaltación del apasionamiento en los intérpretes, ya que vivirán el amor y los celos de sus personajes siendo a la vez contenido y continente de los mismos. El intérprete se convertirá en personaje asimilando su destino fatal, amplificando la capacidad sugestiva de la representación escénica.

El argumento, la coreografía y la dirección que realizaron Gades y Saura, y que ha supervisado Stella Arauzo (directora artística de la compañía), se inspiró en la descripción de los personajes de la versión de Mérimée sin renunciar a la utilización de la música de Bizet para los momentos más representativos. Estos fragmentos se reproducen grabados por la Orchestra della Suisse Romande con dirección de Thomas Schippers e interpretación de Regina Resnik, Mario de Monaco y Tom Krause. La grabación se funde con la música en directo, interpretada por los guitarristas Antonio Solera y Camarón de Pitita, y los cantaores María Carmona, Enrique Bermúdez “Piculabe” y Juañarito.

El efecto que produce esta combinación no es gratuito y hay que destacar la labor en el sonido de Beatriz Anievas y Alex Castro, que difumina las transiciones entre una música y otra sin querer ocultar la naturaleza da cada una. Este recurso cumple con la finalidad de potenciar la fuerza de una guitarra y una voz y evidenciar su resonancia lírica y estética, capaz de alcanzar cotas tan altas como si de una orquesta entera se tratara. Elevando el flamenco por encima de todo, esta decisión restituye sobre las tablas los modelos musicales en los que se inspiró Bizet para su composición original. De nuevo convertir el canal o código (en este caso, musical) en el argumento u objeto protagonista. En este aspecto, la labor de guitarristas y cantaores destaca tanto por su sentimiento como por su capacidad para hacer avanzar la historia a través de sus aportaciones. Igual las pensadas especialmente para el montaje (compuestas por Gades, Antonio Solera y Ricardo Freire) como las ya existentes previamente (“Carmen” de Bizet, “El gato Montes” de Manuel Penella y “Verde que te quiero verde” de José Ortega Heredia a partir de Federico García Lorca).

La escenografía muestra un proscenio prácticamente desnudo. Tres espejos que nos recuerdan que estamos en una sala de ensayo y que servirán para marcar los diferentes espacios por los que pasan los personajes y que ayudan a que rememoremos los lugares de la obra original. Excelente aquí el uso de la utilería de Isabel López, que juega con los reflejos de los cuerpos y que consigue con la interacción entre objetos (unos taburetes y mesas, algunos bastones y el cuchillo fatal) e intérpretes un efecto hipnótico. Lo mismo con su vestuario, que manteniendo su contextualización flamenca, renuncia a una línea cromática uniforme en vestidos y zapatos. Será a partir de la combinación de colores e intérpretes que podremos discernir qué sucede en cada momento y así dirigir nuestra mirada de un cuerpo a otro, siempre siguiendo en orden el hilo de la historia. Para ellos, camisa y pantalón tejano, siempre adaptado tanto a la forma del cuerpo para permitir la limpieza en los movimientos como la adecuación espacio temporal de la propuesta.

A esta coordinación entre coreografía, utilería y vestuario se une la iluminación de Dominique You. Imprescindible para focalizar la acción y capaz de hacernos disfrutar tanto del baile como del rostro de los intérpretes en el momento adecuado. Especialmente determinante en el impacto que provoca la pelea entre Carmen y Manolita y, por supuesto, en el desenlace trágico del ballet.

Finalmente, la Compañía. En mayúscula. Siete mujeres (Mayte Chico, María Nadal, Virginia Guiñales, Silvia Vidal, Luisa Serrano, Ana del Rey y Lidia Gómez) y cuatro hombres (Elías Morales, Pepe Vente, Antonio Ortega y Noe Barroso). Capaces todas y todos de que el derroche técnico no destaque por encima del sentimiento que ponen en su baile. Ya desde el primer número (“La clase Guitarras por soleá”) y acompañando a los protagonistas en sus enfrentamientos el resultado es espectacular. Nunca ninguno fuera de lugar y consiguiendo un ritmo perfecto entre velocidad, estabilidad y limpieza en todos los pasos, desgranando con los del zapateado (planta, tacón, punta y golpe) toda la tensión dramática de la pieza.

Jairo Rodríguez (Torero), Miguel Ángel Rojas (Marido) y Miguel Lara (Don José) brillan con luz propia en su “Triángulo”. Rojas emociona con su “Entrada Marido Zapateado” al son de la sevillana “Los amores son terribles”. No menos sentida su pelea con Don José en la que ambos (y el grupo de hombres) los acompañan al ritmo de bastones. Rojas y Lara consiguen aquí uno de los momentos culminantes de la velada.

Esmeralda Manzanas asume el reto de transformarse en CARMEN logrando un éxito rotundo tanto en la ejecución de su personaje como en su capacidad para trasmitir las diatribas internas por las que se debate. Entre la atracción hacia los tres hombres en discordia y su amor más preciado, la libertad. La artista convierte el requerimiento principal para taconear (peso del cuerpo hacia delante y fuerza para empezar cada paso desde atrás) en su elemento dramático cómplice para plasmar la actitud desafiante la mujer. Rematando con un rostro que mostrará en todo momento que aunque su carácter la enfrente a todos, nunca se separará de los de su clase, a la vez que indicará con su cuerpo toda la sensualidad, feminidad, apasionamiento y arrebato que su icónico personaje requiere. CARMEN ha sido interpretada por muchas bailaoras, actrices y sopranos dramáticas pero podemos afirmar que durante los noventa minutos que dura este ballet (narrativo) flamenco Esmeralda Manzanas es la única posible.

Sin duda, CARMEN no ha perdido la capacidad para sorprender a los espectadores más de tres décadas después de su estreno. Un espectáculo de repertorio que, con esta Compañía, luce como si fuera el primer día. Las palmas y el taconeo nacen de lo más profundo de los artistas y se reciben con el corazón.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES