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18.02.2016 Críticas  
¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!

Empezamos con una cita de Unamuno. La Sala Beckett ofrece hasta el próximo domingo veintiuno la que será su último estreno en su emplazamiento de Gracia. Antes de trasladarse al barrio del Poble Nou (y antes de iniciar un ciclo de lecturas de algunas de sus obras más representativas) podemos disfrutar de hISTÒRIA, de Jan Vilanova Claudín.

A través de tres personajes, un estudiante universitario, su profesor de Historia y la hija de éste (de quien se enamorará el primero), contemplaremos un ejercicio metateatral, que relaciona el trabajo sobre las tablas con otras disciplinas artísticas. Al mismo tiempo, el texto de Claudín rinde homenaje al historiador Marc Bloch, que abogaba por unas crónicas más humanas de los acontecimientos, a la vez que indaga en el esfuerzo que ejercen sobre sí mismos y la necesidad que sienten los protagonistas para comprenderse.

Tras asistir a una representación de hISTÒRIA se tiene la sensación de haber presenciado un espectáculo importante, una pieza teatral significativa y una puesta en escena generosa y palpitante. El actor Pau Roca dirige también la función, demostrando una capacidad de observación y análisis del texto minuciosa y detallista e integrando el audiovisual en el espacio escénico, así como el movimiento de los intérpretes con total espontaneidad y una capacidad expresiva que penetra en el público. Roca parece seguir la misma directriz que marca el grafismo del título de la obra: hISTÒRIA. La primera en minúscula y el resto en mayúscula para dar a entender que no es una única y grande la que nos define a los demás sino muchas individuales y primordiales las que configuran la “h”. Así mismo, ha sabido evidenciar el protagonismo de cada apartado técnico y su función para el éxito del resultado final.

El espacio escenográfico (y el video) de Paula Bosch tan pronto nos invita a participar de las clases del profesor como si nos encontráramos en el aula de alguna universidad como a visitar el campo de fusilamiento donde comienza la acción. El vestuario de Silvia Delagneau permite con un simple cambio de chaqueta trasladarnos de 2015 a 1944 en un abrir y cerrar de ojos, así como la iluminación de Ignasi Bosch. Es realmente impresionante ver el uso que realizan los actores de los elementos más técnicos, creando en el espectador la sensación de formar parte de la construcción de un momento único e importante. El audiovisual en directo será otro de los logros del montaje. El uso del espacio sonoro (de nuevo en directo), así como la música de Pablo Miranda y Txume Viader cerrarán un apartado técnico magnífico.

Uno de los elementos más significativos de la propuesta es sin duda su condición ecléctica para combinar lo tangible con lo abstracto. La digresión que se realiza entre subjetividad y honestidad como términos no necesariamente opuestos. La tendencia que tenemos a glorificar los últimos momentos de personajes que han sido trascendentales para entender el mundo. La incapacidad que sentimos para aplicar métodos de investigación y conocimiento sobre nosotros mismos y los que nos rodean, para entender nuestra manera de mostrarnos y relacionarnos con el mundo (interior y exterior) como sinónimo de nuestro desconocimiento e incertidumbre ante la vida. La necesidad de personificar, de inventar, de escoger aquella historia con la que más nos identificamos. Nuestra definición a partir de algo que puede que sea tanto o más ficticio como nuestra imagen en el entorno. La importancia de comprender.

En el apartado interpretativo hay que destacar, una vez más, la dirección de Roca. Si defendemos que cada individuo entiende el mundo de un modo particular, lo mismo sucede con los actores. Cada uno se acerca a su personaje con un estilo propio pero embastado a la perfección con el de sus compañeros. Miquel Gelabert realiza una interpretación sensacional encontrando siempre el tono adecuado para cada situación y estado de su personaje. Lo mismo Roca, que transmite verdad (más allá de la verosimilitud que se presupone) en todo momento. Vicky Luengo destaca por la cercanía y aparente facilidad para transmitir con la mirada la fragilidad que sus palabras no muestran. De nuevo, tres interpretaciones importantes en las que se desdobla a los personajes principales con algunos históricos. A destacar, la cohesión de los tres en estos momentos, así como la pulcritud de sus movimientos (obra de Patrícia Bargalló) y su capacidad para moverse por el espacio escénico integrándolo en la acción.

La visita a la Beckett es necesaria. En primer lugar, por la capacidad del texto (defendida por realizador e intérpretes) de despertar esa curiosidad por investigar, por indagar en nosotros mismos y no quedarnos en la superficie. Pero sobretodo, y teniendo en cuenta las circunstancias de la sala, por ese sentimiento que traspasa el acto teatral y que es extensible a la experiencia vivida por los espectadores en este espacio desde 1989. Algo íntimo y por supuesto diferente, intercambiable y complementario en función de cada uno, que habremos escogido unos títulos u otros a lo largo de casi tres décadas. En cualquier caso, la sala de Gracia ha sido y es determinante para definir el bagaje teatral de muchos espectadores. La Beckett es la suma de muchas hISTORIAS. De momento, la de Jan Vilanova Claudín y Pau Roca hasta el próximo veintiuno.

Crítica realizada por Fernando Solla

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